jueves, 31 de diciembre de 2009
No sé dónde estás.
Perdí la entrada... en algún lugar del viaje.
martes, 29 de diciembre de 2009
Pop.
Es inofensivo.
sábado, 26 de diciembre de 2009
Querida Clío...
Como si no le estuvieras hablando a él.
Ojalá supiera, ojalá pudiera hacerlo... yo tampoco entiendo por qué no puedo hacerlo como en mi mente. Iba a ser tan perfecto, iba a ser...
Ya no sé nada.
Solo tengo que quedarme donde estoy y no avanzar yo sola. Esto íbamos a hacerlo juntos, ¿no?
Pues ya está. Juntos... hasta el día que despierte del sueño.
Y ya está.
Como hiciste tú. Quiero no pensar tanto, Clío. Quiero vivirlo y ya está.
Ya me encerraré a horrorizarme de lo que hice después. Ahora... solo quiero vivirle.
Ayúdame, musa.
Ayúdame a no sonreir porque sí. A saber mirarle... sin tener miedo a asustarle.
A lo mejor es que esa mirada de hierro no es más que mía. Ella no es más que mi reflejo. Y él no es más que... él.
Ojalá supiera mirar.
jueves, 24 de diciembre de 2009
Querida Clío.
miércoles, 23 de diciembre de 2009
Querida Clío.
Querida Clío.
Te echo de menos. Hoy pensé en ti, en el cine, pensé que esta película te hubiera encantado. Con sus ruidos de cascadas, cantos triviales disfrazados de sonidos del bosque, con sus ritmos salvajes y su sonido a naturaleza. Hasta tú hubieras amado esa música. No me preguntes cómo, pero sé que hubieras llorado.
A lo mejor, hasta cogida de la mano de tu mejor amigo.. qué suerte tienes. Él siempre será tu mejor amigo.
Y cuando me acordé de ti, de tu mundo claro de trazos finos y firmes como el azul de aquella página que al principio no entendía, yo sí quise llorar.
Sonaba una de esas bandas sonoras que te tocan el alma, y me sentí dentro de aquella película y a la vez del todo fuera, en mi propia historia rodada dos años atrás. Mirando la belleza natural de aquellas criaturas sin nombre ni identidad aparente. A lo mejor es porque no recelan tanto de ella, y aman la vida hasta tal punto que lo confunden todo en una gran red.. no lo sé. Admiro eso, pero yo no podría separarme de mí.
Me acuerdo.. de que tú tenías tu mundo metido en tu habitación, como yo. Allí te ocultabas del de verdad, hasta que alguien irrumpió en él.
Pero eso, ¿sabes?, solo pasa en los cuentos. El destino no entra por la puerta principal.. hay que ir a buscarlo en la trampilla oculta peor escondida. Y hay que saber buscarlo, es un don. Hay gente.. que le tiene en su vida. Al destino, digo. Y otra gente que no.
Yo soy del segundo grupo. Pero tú, Clío, eras del primero.
Me parecías el personaje más hermoso de todos. O casi todos. Porque él, pintado por ella, sí que dejaba sin respiración. Pero, volviendo a ti, pero tú eras tan íntegra, tan rota, tan tú.
Te echo de menos, Clío.
Cuando tu padre aun vivía, y no te habías separado de aquel piano, cuando el lienzo de tu madre aun estaba en el salón. Cuando tu vida todavía no se había hecho añicos.
Aunque después los pegaste muy bien, con una veracidad pasmante, a mí me hubiera gustado que tus sueños no se quedaran tan rotos también.
Y que hubieras tenido ese final de cuento de hadas, vestida de blanco con un horrible vestido que te hiciera parecer un pastel. Por ti, llevaré mi vestido de pastel. Así, a lo mejor me da suerte.. de esa que no tengo. Y si no me la da, no me sentiré tan sola.
Pensaré que tú estás allí conmigo, paseando por las calles que tanto amabas y que abandonaste para huir de ti.
¿Estaré huyendo yo también? Estoy sola, Clío. Solo ahora. A veces necesito estarlo.
Pero sé que ese paso que quiero dar es muy importante.. Clío, me da tanto miedo. Porque sé que será un arma de doble filo. Y me pregunto cual es ese doble, y en qué forma me lo prepara mi malcriado sino.
Te echo tanto de menos.. ojalá nada terminase. Pero todo acaba, y tu historia también terminó. Déjame que yo le de vida, ¿vale? Y un día, también tú serás su mejor amiga.
Es mi promesa. Nunca olvides que me duele que no estés..
..te echo de menos.
domingo, 20 de diciembre de 2009
Himmel
sábado, 19 de diciembre de 2009
¿Siete días?
Cobrin agoniza
martes, 15 de diciembre de 2009
¿Cómo no vas a hacer magia, con esa cara?
Es que se me da muy bien romper cosas.
domingo, 13 de diciembre de 2009
La cabeza llena de ridículas canciones
Oh, no.
martes, 8 de diciembre de 2009
Odio que se pierda lo que imagino mientras lo escribo.
- ¿Entonces vienes o no?
- ¡Me estás agobiando! Estaba riñéndote por ser tan insensible. ¿Por qué me lo preguntas ahora? ¿Es que quieres que no vaya? ¿Cómo…
- Sé que vendrás igual. Y si hablas tanto me estresas tú a mi. Me das dolor de cabeza. Ah, y.. no te dejes el bañador, pienso llevarte a la piscina.
- ¡No me..
- piiiii
- Cuelgues. Maldito egocéntrico creído, ¡aggg!- Arrojó el teléfono a la cama. Odiaba aquella manera suya de darle la vuelta a todo y ponerlo a su favor. No era capaz de pararse a escucharla.. ella tenía tanto que decirle. Con rabia, empezó a hacer la bolsa, era obvio que no iba a desmontar la coartada cuidadosamente planeada entre ambos para sus padres, ya era bastante que hubieran conseguido no levantar sospechas.
Fue al cajón de los calcetines y los bañadores y cogió varios pares de lunares (calcetines, claro, a ver quien se pone un biquini de lunares). Dudó. Ella no quería bañarse con él. Aun así, y temiendo que él pudiera buscarse otro bañador para sustituir al suyo “olvidado en casa”, cogió un biquini, a regañadientes. El negro, claro (porque, claro, a ver quien elige otro que no sea su favorito para ir a dormir y bañarse a casa de un chico al que, creemos, odia).
Gritó un adiós lo más alegre que pudo en la puerta y salió a la fría tarde (que más bien ya era noche.. porque claro, a ver quien espera que sea de día en Madrid a las siete de la tarde en pleno invierno) con la bolsa negra de vintage al hombro. Cogió el collar que no le había dado tiempo a ponerse en casa y se lo ató (sí, así tal cual, con un nudo) al cuello, sin ganas de buscar el cierre. Cuando sintió la luna decreciente en su pecho, fría y reconfortante, empezó a notar como la angustia se iba. Aquella luna era mágica, pensó (entendiendo mágica de manera retórica, claro). Tenía una cadencia tan perfecta y era de un metal tan frío que la hacía repasarla mentalmente con su lupa estética de excentricidad (algo así como unas gafas filosóficas, como aclaración para expatriados de mi mente) hasta que la perfección la calmaba.
El coche paró ante ella y sin pararse a comprobar quién lo conducía, subió y arrojó la bolsa al asiento.
- Buena chica.
- Cállate.
Él buscó su mirada en el retrovisor, pero ella no pensaba darle el placer de mirarla a los ojos. Atisbó la media sonrisa de él, aun así. Cuando el se concentró otra vez en el volante, mirarle conduciendo con su arrogancia y tranquilidad natural le pareció la manera más fácil de asumir que pasaría largas horas con él.
“Tonta, tonta, tonta.”
Sí, ya lo sabía, pero él tenía demasiada confianza, y ella, debilidad por su forma de ser. Mirarle era divertido, y jugar con él la hacía excitarse (eh, si entendemos eso de manera emocional, claro) y
- ¿A que callado soy guapísimo?
- Que te calles.
Él rió. Ella echaba chispas, literalmente (a ver.. entender que tenía un mechero, su compañero eterno, en la mano hiperactiva). ¿Ni contar su historia tranquila la dejaba?
El ruido del motor la adormeció, y se dejó ir sintiendo el cristal de la ventanilla vibrar con su cabeza.
- Eh, bella durmiente. A ver, no demasiado bella, no te creas, eh. ¿Te puedes despertar, por favor? Vaya, silencio igual a no. Yo lo intenté. Ya viste qué buenos modos y todo eso que tanto querrías que tuviera.
Continuado a sus palabras la sacó del coche en brazos y cerró la puerta dejándose caer contra el coche.
- ¡Ai!- El ruido y el temblor la despertaron.- Qué poca delicadeza.. - Refunfuñó intentando orientarse.- Bájame, no me gusta.
- A sus órdenes, bella durmiente. A ver..
- Te repites.- Le cortó, apretando la mandíbula enfadada. Cruzó los brazos delante del pecho y echó a andar hacia la casa, deseando llegar a la habitación de la hermana pequeña de su eterno enemigo. (Sí, seguía jugando con el mechero. Que no, no tenía miedo de que se acumulara gas y todo eso. Dos preguntas y basta por párrafo, que me olvido del argumento.)
- Oye, que por no ser tan guapa como yo callado no te tienes que acomplejar, ¿eh?- Dijo cuando se puso a su altura.- Qué rápido olvidas tu bolsa, bella bella durmiente.
- ¿Redundancias? Por favor.- Resopló ella, pero cogió la bolsa que él le tendía, sonriendo abiertamente.
- Ohhh.. Cinco minutos exactos para una sonrisa. Qué orgulloso estoy de mí.
- Me aburres con tanto orgullo.
- Es que soy genial.
- Tu genialidad incomprendida también me aburre.
- ¿Quién no comprende.. - Se escandalizó saliendo de su parsimonia hacia una exaltación elegante.
- Yo.
- LAIIIISZ!
- ¡Hola, Damn! Yo también te eché de menos, pequeña..- Rió.- Vale, vale, pero no me ahogues.
- Hermanito, ¡mira quién ha venido!
- Sí, Damn, te la traje yo.- El chico, ya en lo alto del porche, entró sin volver la cabeza y cerró la puerta con reveladora suavidad. La niña se quedó mirando hacia la casa, aun abrazada a una de las piernas de la joven.
- Vamos pequeña- Laisz la levantó de golpe, como hacía siempre que quería hacerla reír. Tuvo resultado.- Tu hermano está de mal humor porque le hice esperar mucho. ¡Ya verás cuando le ataquemos con almohadas como juega con nosotras!
Y fingiendo una sonrisa que se transformó en “de verdad” al entrar en la calidez de la luz del porche, timbró para entrar en su propia casa (su propia otra casa.. claro).
Saludaron a todos y se escabulleron lo más rápido que les dejaron por entre la luz hogareña de la casa escaleras arriba, por la penumbra. Era más divertida la luz real y artificial de arriba, con colores plásticos y chillones.
Menos una habitación, claro. Una de las habitaciones tenía las paredes pintadas de morado oscuro.. y solo tenía una cama siempre deshecha, cds desperdigados por todas partes y un amago de estantería destrozada por otro amago de artista incomprendido (entiéndase, ni siquiera artista incomprendido). Pero el juego de luces que creaba el color de la pared era tan genial, que a Laisz le daba igual la estantería.
Dejó a la niña en su habitación, que rodeada otra vez de rosa y verde, se puso a jugar sola contenta. Y atravesó el pasillo hacia una puerta entreabierta. La empujó.
- Ei.. - Deslizó una sonrisa al otro lado.
Él levantó la vista, sorprendido. Tenía los auriculares puestos y la mirada en el infinito. Parecía eterno (tan blanco) aunque no lo fuera, como el mechero siempre chispeante en la mano izquierda de la chica.
Él hizo un movimiento de cabeza y ella corrió a su regazo. La dejó acunarse con él en la vieja mecedora, agarrarse a su cuello y cerrar los ojos mientras él pensaba en su música, o en sabe dios qué (los pensamientos de este chico eran curiosos, os lo digo yo).
Ella levantó la mirada y él sonrió ante la conexión. Ella tenía que tener mucho cuidado con su mirada.. era translúcida y tenía las pupilas tan grandes.. el color de la fina línea que restaba era dorado. Un dorado que fluctuaba entre plata sonrojada y oro viejo.
Era una mirada metálica.
Él hubiera deseado besar los ojos de ella, pero recordó que tenía que conformarse con sus labios. Nunca los había besado.
Ella le miró, pero él ya no la miraba a ella, si no más allá, solo a su mirada. En un movimiento invisible una réflex capturó su mirada con un sonoro chknnn.
- Eres horrible.- Susurró ella.
Pero ni se apartó de él, ni se movió mientras él observaba serio la pantalla y tomaba otras fotos de sus ojos.
- He ahí mi genialidad. No te confundas, bella durmiente.- Se desembarazó de los brazos de ella y la dejó sola en el eco de la mecedora, poniéndose a trabajar con sus fotos en un pequeño portátil tirado en la cama deshecha (ya os dije que siempre lo estaba. ¿por qué tendría que ser ahora una excepción).
- Que a ti siempre te parezca que duermo no significa que sea verdad.
- Sí lo es. Siempre te duermes. Y yo te tengo que despertar. Y abrirte los ojos otra vez.
- Para poder sacarles más fotos. Cerrados no te sirven de nada.
- Qué mal me conoces.
Por toda respuesta ella cerró los ojos otra vez (aquella mirada cansaba mucho) y se quedó dormida en cuestión de segundos.
- ¡No! Vamos, Laisz.. mierda- Masculló arrastrándose fuera de entre las sábanas y dejándose caer al suelo al lado de la mecedora. Cogió un mechón del largo cabello de ella y lo observó de cerca. Oro viejo (viejísimo). Pero solo como reflejo del negro.
Él mediosonrió, satisfecho. Sacó unas tijeras del bolsillo y cortó limpiamente. Guardó las tijeras en el bolsillo, deslizó un dedo por la mejilla de ella.
Laisz entreabrió los ojos y del izquierdo salió una lágrima hacia el suelo, su cabeza siempre estaba inclinada.
- Tus ojos me están suplicando que no haga eso, porque no te gusta. Pero ¿por qué no me lo dices tú? - Con esa continuidad y constancia suave lo soltó todo. Se alejó de su cara. La joven se encogió sobre sí misma.
- Eres horrible.
- Y genial.- Apuntó él, como diciendo, no te olvides con una mirada de aviso.
- ¿Cómo voy a olvidarme? Me lo repites todo el rato.
- No soy capaz de hablar contigo sin desesperarme.
- ¿Para no desesperarte qué tendría que hacer?
- Dejar de mirarme así.
- Son mis ojos. No puedo evitarlos. - Dijo ella con furia contenida.
- No son tus ojos, es tu mirada.- Lo dijo así, como si nada.- Aprende a distinguir.- Y salió dando un portazo.
Eran habituales, y ella solo disfrutó del eco del sonido (el de la mecedora hacía rato que se había extinguido, dejando de acunarla) hasta que volvió a verle entrar por la puerta.
Fue como un golpe en plena cara. Se echó hacia atrás, como huyendo, pero la mecedora estaba en su espalda, y era rígida.
- Me voy a la piscina.
- Ya lo veo.- Dijo ella con un hilo de voz (y con pánico). Él llevaba puesto un bañador azul marino que, lejos de chocar con la perfecta combinación de su pelo azabache y piel blanquísima, le daba un toque de realismo (pero el “y naturalismo”, no).- Y tú vienes conmigo.
Él siguió preparándose con calma. Pero fingiendo prisa. Echaba miradas furtivas a la chica, todavía encogida en la mecedora.
- ¿Pretendes convertirte en adorno a tiempo parcial?
- No me haces gracia.
- Y tampoco lo intento. Venga, oh.. - Se decepcionó al verla ponerse en marcha y coger el bañador.- lo has traído.
Ella le devolvió una mueca y se metió en el baño de un portazo. En menos de treinta segundos estaba fuera, con una toalla anudada bajo los brazos.
- Y bien.- Dijo ella, exultante.- ¿Adonde vamos?
Él hizo una seña de “espera”. Terminó de hacer la seña, y antes de que le diera tiempo a relajarse ya le tenía al lado tirando de su mano hacia el baño de la habitación. Ella le miraba, desconcertada. Era como paralizar su cuerpo y dejar todo lo demás en movimiento, él se giró para echar el pestillo y echándose sobre ella (y sobre la puerta que estaba detrás) la besó en el cuello, despacio.
Ella levantó una mano que tocó el pecho de él, por todo signo de contrariedad.
- Eres muy poco convincente- Susurró él aun en su cuello.
Pero ella no podía moverse. ¿Pánico? No. Aun no lo sé, solo lo intuyo, dejarme pensar.
- Ange.
Él levantó la vista al oír su nombre. Sus narices casi se rozaban. Ella, con los ojos aun abiertos se deslizó por su cara y inclinándo su cabeza hacia abajo, atrapó los labios de él en un mordisco fiero.
- ¡Au!- Se quejó él.- ¿Qué haces?
- Intento ser más convincente.
Él rió, suave y relajado, por primera vez, de verdad.
- Pues lo haces fatal.
Pero se dejó besar otra vez con cuidado, como si temiera asustarle con sus caricias (después de tremendo mordisco, sí) o espantarle al cerrar los ojos.
Él se dejó convencer.. pero se hizo de rogar.
Ella tocaba con una mano su espalda, rodeándole desde lejos. Con la otra (sí, mechero en mano) tocaba el pecho de él como apoyo, le besaba entre miradas.
Pero de repente ella se cansó (tenía una habilidad especial para cansarse) y corrió hacia la ducha, abrió el chorro de golpe y se empapó con agua helada.
- Qué calor.. - Murmuraba.
Él la miraba con una sonrisa que se reía de ella. La empujó hacia dentro y entró tras ella, sin inmutarse ante el agua fría. Le sujetó la cara con las manos (recordemos que no le gustaba, pero nada) y ignorando la mirada de reproche la besó para hacerla callar. Las manos se escurrieron hacia atrás y desató el collar para engancharlo otra vez con una sola mano.
- Torpe.- Le escupió en la oreja.- Aunque una torpe realmente bella.
Laisz no se explicaba como podía decir aquellas cosas y que sonaran tan naturales.
- Con tal de que no me duerma haces lo que sea, ¿eh? - Le pinchó.
- La verdad es que sí. Cuando te duermes, me da miedo lo que te puedo llegar a hacer.
No me paralizas con esos ojos de metal, y estás callada sin desesperarme.
(Una mediasonrisa)
Así que.. no te duermas nunca más, ¿vale?
- Pienso dormirme en cuanto salga de aquí. - Rió ella, que nunca se turbaba ante nada.
- Es que es imposible que pases una hora sin dormir..
- Ya. Es que solo durmiendo soy libre. Puedo ver cosas.. sin mis ojos por el medio.
- ¿Es el momento de las confesiones?
- Si quieres llamarlo así. - Suspiró ella. Él rodeó el cuerpo de ella, palpándolo entero, sin reparos y sin que se le quebrara la voz un solo instante.
- Te quiero.
lunes, 7 de diciembre de 2009
Casi me veo allí, en la playa
Espejo de doble cara.
Perdida en mi pasado
domingo, 6 de diciembre de 2009
Corrubedo
domingo, 29 de noviembre de 2009
¿Queréis saber por qué esa rosa acabó así?
Su rosa negra
Me incorporé de golpe, mareándome unos instantes… Seguía allí. Suspiré, casi inaudiblemente. Claro que seguía allí. Consciente de su presencia a mi lado, me recosté de nuevo, despacio, para no despertarle. Me acomodé de nuevo a su lado, y aguardé. No quería que me viera. No quería que me retuviera, otra vez. Porque si se despertaba, no me dejaría marchar. Por supuesto que no lo haría.
Me entretuve imaginando que corría, su mirada torturada en mi espalda, mi nombre resonando en la distancia… eso era imposible. Él no sabía mi nombre. Contuve la risa, asustada, y aguardé con los ojos muy abiertos a que su respiración se volviera constante… lenta… profunda.
Sintiendo los latidos de mi corazón en la garganta, me incorporé de nuevo, esta vez despacio, y sentí como su mano resbalaba de mi cintura. Me pareció que se removía en sueños, y en seguida noté el pánico en mi estómago. No había nada de que preocuparse, me dije. Nunca se despertaba. El latigazo que produjeron los recuerdos en mi mente me convenció para salir de allí. Debía darme prisa. Me deslicé fuera de la cama de sábanas blancas, ya vestida, como recordaba haberme dormido, y de blanco. Atravesé la estancia silenciosamente, y después de la tortura que supuso para mí observarle, atravesé la puerta, con siniestra determinación.
Huí de mi vida.
El pelo negro, más bien largo, desparramado sobre la almohada, el rostro, tan, tan pálido, reproduciendo unas facciones tan hermosas como elegantes, respiración lenta y pausada, el torso desnudo semi cubierto por una sábana de blanco inmaculado, un brazo extendido hacia donde debía estar yo… Su recuerdo parecía estar clavándome algo en el pecho, y finalmente, no pude resistirme a un último vistazo. Me asomé al marco de la puerta, casi con miedo. La apariencia serena de sus facciones fue suficiente para calmarme… y un inesperado movimiento hacia mi imagen en la cama, intentando atraparme en su abrazo, suficiente para espantarme de allí.
Siendo lo más cuidadosa posible con el ruido, y sintiendo que se me empañaban los ojos, huí de la casa. Mi pelo ocultó una última vez la lágrima solitaria al pasillo oscuro, con un movimiento de cabeza. Me las ingenié para no derramar más, no se cómo.
Empujé la puerta, e irrumpí de golpe en la penumbra anterior al amanecer. Eché a andar, cautelosa en un principio, sin importarme nada más. Poco a poco, la determinación de la huída fue guiando mis pasos. Atravesaba las desiertas calles de París vestida con mi fino vestido blanco, perdida en mis recuerdos. De pronto tuve frío, y eché de menos sus cálidos brazos rodeándome… el puñal de angustia volvía a hacer presión en mi pecho, e intenté no pensar.
El amanecer acechaba a la noche. Los jardines que atravesaba parecían despiertos, sin embargo. En el más hermoso silencio. Recuerdos extrañamente borrosos, y peligrosamente cercanos asaltaban mi mente. Nuestros recuerdos…
Le había conocido entonces, sí, aquel día. Cuando ocurrió aquello se alegraron por mí. Merecía ser feliz, decían. A partir de entonces, extrañas coincidencias nos habían llevado a aceptar lo inevitable. ¿Inevitable? Coincidencias, y cada una más sorprendente que la anterior… ¿Coincidencias? La sonrisa amarga surcó mi rostro, en las calles de París. Más imágenes nublaron mis pensamientos, risas cristalinas, una figura hermosa y distante…
Hubo momentos en que perdí el control, y puede que dejara escapar algún grito. Pese a todo, seguí mi camino. Era consciente de a dónde me dirigía, y, sí, lo cierto es que tenía la seguridad, y tal vez la esperanza, de que alguien más también lo supiera.
No podía evitar la despedida. Las gotas de rocío que surcaban la negrura me impedían pensar. Mi rostro reflejaba una serenidad que no sentía, y que era, a la vez, la expresión que más podía acercarse a los turbulentos pensamientos que atravesaban mi mente: la inexpresión. Ignoré todas las sinuosas sombras que me asaltaban entre tanto verde. Como ya he dicho, instantes puntuales me obligaron a desahogarme. Muy puntuales. Recuerdos y sensaciones que creía ya olvidadas sobrepasaban mi voluntad de vez en cuando. Ah, los recuerdos…
Ya no me sentía capaz de más dudas, y poco a poco, mi mundo se fue rompiendo. No era cuestión de sus sentimientos, ¿o sí lo era?, cualesquiera que fuesen. Era cuestión de los míos. Yo era la cuestión.
Me engañaba a mi misma, y lo sabía, el miedo era lo único que me empujaba hacia la torre, y también lo sabía…
Negaba lo único que era cierto, lo único de lo que podía estar minimamente segura, era lo único sincero, verdadero y hermoso que podía afirmar, pero yo lo negaba…
Miedo, un miedo tan intenso como lo era el terror. Ese “miedo” a las arañas que mucha gente afirma sentir, el mismo “pánico” a las alturas que domina a muchas personas. No. No saben nada. Un miedo mucho más profundo de lo que ninguna persona cuerda pueda sentir. Cuerda, esa era la cuestión.
El caos más absoluto y habitual reinaba en mi mente, y, abrazándome el torso en un gesto instintivo, fui silenciándolo, con la mirada perdida en la nada. Me encontré de pronto ante la afamada torre, grande e imponente, a lo lejos. Avancé hacia él. Por fin le veía. En actitud despreocupada, apoyado contra una de las enormes bases, con la ropa del día anterior, como yo. Aquella imagen me hizo daño. Su figura fue tomando mayor detalle conforme me yo me acercaba, con pasos vacilantes. Me detuve, por fin, a cierta distancia. La escena casi me recordó a los paseos por el amanecer de otra ciudad. Pero aparté aquellos recuerdos de mi mente, con cuidado. Sería mejor no pensar, me recordé. Un escalofrío me recorrió entera cuando avanzó hacia mí. Yo también di algunos pasos, titubeante. Me fijé en que su rostro transmitía preocupación, tras aquella máscara inexpresiva. Su mirada se clavaba en mi, haciéndome sentir muy, muy culpable. Tenía el ceño ligeramente fruncido hacia la ceja derecha, como tantas otras veces. Solo que no parecía el de aquellas veces. Aquel Will estaba empezando a inquietarme mucho.
-Hola.- Me sentí obligada a decir. Mi voz me sonó culpable.
-¿Por qué lo has hecho? - Sus palabras parecían querer escaparse de su boca, e intentó disculpar el tono mordaz con una mirada intensa. Yo aparté la mía, dolida.
-¿Qué por qué?- Musité.
- Si. Por qué. Por qué te levantaste en plena noche…
- Está amaneciendo.
- Te fuiste, no dejaste ni una nota, ni…- El volumen de sus palabras iba aumentando conforme hablaba.
- William.- Le avisé, amenazadora y suplicante a la vez.
- ¡Ni un mensaje! Simplemente desapareces. ¿Te das cuenta de lo que sentí al despertarme, de lo que…? - Se calló, sospecho que frustrado. Me atreví a mirarle.- Porque eso era lo que querías, ¿verdad? - Continuó, con palabras teñidas de amargura. Esas palabras, y todo lo que implicaban, hicieron que me quedara sin aire, de pronto. Me giré bruscamente, y las rodillas me fallaron… sentí como me desplomaba sobre mi misma… me abracé las rodillas, sollozando, balanceándome lentamente adelante y atrás… otra vez la opresión desgarradora en mi pecho. Noté que se acuclillaba ante mí, e intenté contener mis sollozos, pero aquello me hacía más daño, así que hundí la cabeza en las rodillas, e intenté imaginarme que estaba sola. Nada tendría que haber sido así, pensé. Podría continuar viviendo en mi mundo de blancura, podría no haberle conocido a él. Podría haber huido del negro, como siempre hacía. Podría…
Cuando me di cuenta, él me acunaba contra su pecho, de nuevo… y tarareaba algo con su hermosa voz de ángel.
-Eh… - Susurró.- no… no…- Ahora su voz reflejaba una ternura más que infinita. Me gustó el cambio.- No era mi intención… ya sabes que… yo… te quiero.
Tuvo paciencia hasta que me calmé.
-Mientras me quieras, yo estaré aquí, siempre que quieras, siempre…-Me hizo levantar la cabeza, con una mano en mi barbilla.- Porque yo puedo entenderte, ¿verdad? Claro que puedo. Pero solo si tú me dejas. - Volvió a estrecharme muy fuerte.- Estaba tan preocupado… tenía tanto miedo… - Su voz se convirtió en un suave arrullo, y finalmente, el silencio nos envolvió a ambos. Aguardó a que yo comprendiera sus palabras, acariciando mi pelo oscuro y largo.
-Vale.- Dije al final, bajito.- Prometo… prometo que seré buena.
Él se rió, aliviado, pero su voz todavía reflejaba nerviosismo.
-Nos vamos a casa.- Anunció, poniéndose en pie, y cargando conmigo. Él, vestido de negro, y yo, con mi vestido blanco, delante de la afamada Torre Eiffel. Supuse que sería una bonita estampa. Sonreí también, cerrando los ojos. Me concentré. Aquello era lo que me convencía de que estaba con él. Nada, simplemente, mi mente estaba en calma. Los abrí de nuevo, y me asusté, porque su rostro estaba muy cerca, pero su mirada de acuarela verde y madera oscura me tranquilizó al instante, y también me puso muy nerviosa. Cerré los ojos justo a tiempo, y dejé que sus labios presionaran los míos un breve instante. Luego, aparté la cara. Se rió de mí, y continuó avanzando hacia los oscuros jardines. Los enormes árboles, que formaban un enorme arco sobre nuestras cabezas, componían una bonita senda, minuciosamente arreglada, con flores a sus pies, o pequeños arbustos. Aquello no me gustaba en absoluto. Todo parecía demasiado perfecto y organizado para ser natural. Y además, era verde. Will me llevaba, caminando despacio por el centro del recto paseo. Todavía nos mirábamos, pero, al empezar a sentir una intensidad sospechosa en su mirada, yo aparté la mía, y lo volví a mirar, cautelosa. Sonrió para si, y levantó la vista. Fue entonces cuando lo vimos. Entonces, en cuanto los dos levantamos la mirada, descubrimos el rosal. El enorme rosal que se extendía a lo largo de los laterales de la senda, interminable. Rosas del más intenso rojo lo poblaban en su mayoría. En su mayoría. Porque entonces ya la habíamos visto. La única diferente.
La rosa negra. Tan hermosa e inquietante que me produjo un escalofrío, primero, y una sensación de fascinación, después.
- Es… negra.- Susurré
Él se había quedado muy quieto observando las rosas. Seguí su mirada, intentando averiguar qué era lo que pasaba por su mente.
-¿Negra?- Le oí sorprenderse. Realmente era una flor muy rara. Pero la sensación que estaba experimentando, algo parecido a cuando te reconoces en un espejo, me impedía sentir otra cosa que no fuera atracción… una alarmante atracción. Algo me decía que por nada del mundo me acercara, que aquella rosa no era normal. Sin embargo, me revolví entre sus brazos para que me bajara. Lo hizo, y yo corrí hasta el rosal, sintiendo la llamada de la rosa, la silenciosa llamada de la inmóvil rosa negra, extendí una mano, que rozó sus pétalos…
Sus firmes y delicadas manos me sujetaron la cintura desde atrás, para alzarme en vilo, pero yo llevé una mano a la suya, en señal de aviso. Por alguna razón, me hizo caso, y se limitó a deslizar sus manos bajo mi pecho y estrecharme contra su cuerpo.
- Tienes que comer más, estás muy delgada.- Me regañó. Pero yo no le escuchaba. Solo tenía ojos para la rosa de pétalos negros, con finas gotas de rocío adornando su superficie. “Es como tú.” Pensé en decirle. - No es negra.- Añadió, en voz más baja.- Es roja, como las demás. Vámonos a casa.- Añadió, suplicante, intuyendo lo que se avecinaba.
- ¿No es… negra?- Comprendí que él no podía verla. Porque estaba en mi mente, claro. Como tantas otras cosas. Dejé caer mi mano extendida hacia la rosa, y me giré con brusquedad, deshaciéndome de sus brazos.
- Eh…- Me llamó, entonces. Sonreía, y señaló hacia el rosal con un movimiento de cabeza, hundiendo las manos en los bolsillos del ceñido pantalón.- ¿Por qué no buscamos una?- Le miré, interrogante. Aquello no me gustaba, sonreía demasiado. - Una negra, claro.- Le dejé acercarse a mí unos pocos pasos. Le miré con desconfianza, pero no había previsto lo que sucedió a continuación. En un movimiento rápido, una de sus manos se aferró a mi mejilla, y me obligó a levantar la cabeza. Tardé algún tiempo en poder respirar de nuevo, pero su figura se pegó a la mía y no me permitió escapar. Me besó de nuevo, insistentemente.
- ¿No quieres una rosa? ¿No es cierto que la quieres?- Preguntó con fiereza, a escasos centímetros de mis labios. - Pues yo quiero otra cosa, pequeña. - Sus labios ardían. Mi mirada irradiaba terror. Quise decirle tantas cosas, quise gritar, quise explicarle por qué una rosa negra, por qué él, que era decir lo mismo, quise que me entendiera, a mí, a la chica de blanco… que había aprendido a amar la oscuridad. Quise que me quisiera, y me odié a mi misma por desearlo. Deseé tantas cosas… pero solo pude responder sus besos apasionados y dejar que sus manos jugaran en mi cintura… él lo leía todo en mi mirada.
- Me quieres.- Afirmó, clavándome una mirada de fuego. - Me quieres… - Repetía, persiguiendo cada paso que yo conseguía retroceder. Mi mano se disparó sola. Impactó contra su mejilla sonoramente, y yo rompí a llorar. En ese momento le vi marcharse para siempre de mi vida; para siempre. Pero de pronto algo me cortó la respiración, y descubrí que era su cuerpo abrazando el mío… y mis manos, inseguras primero, y desesperadas después, se aferraron a su espalda como nunca habían hecho. Sí, era cierto. Le amaba… y tenía que admitirlo. Lloré, más fuerte y durante más tiempo que nunca, intentando transmitirle que lo sentía, que no podía liberarle de mi carga. Buscó mi cara enterrada en su pecho, y aguardó, mirándome a los ojos. Mis labios besaron los suyos, brevemente, antes de que, fundidos en el más profundo abrazo, cayéramos de rodillas sobre la húmeda hierba.
- Tiembla, rosa negra…- Susurró una voz siniestramente segura en mi oído.- estás ligada al sol.
Las almas más puras suelen ser las amantes del negro. De cosas hermosas… como rosas negras. Perdida en el laberinto de mi mente, creo que por fin encuentro la salida a veces. Y se que es gracias a su luz. Aunque solo sea a veces.
sábado, 28 de noviembre de 2009
No tienes ni idea de todo lo que fuiste
viernes, 27 de noviembre de 2009
Si supieras que puedo pasar cuatro horas besándote
miércoles, 25 de noviembre de 2009
¿Dónde está el mundo?
viernes, 20 de noviembre de 2009
miércoles, 18 de noviembre de 2009
Hoy en la ducha...
Nieblelinas
martes, 17 de noviembre de 2009
Quiero dormir, y dormir, y dormir.
Solo quiero que todo esto termine ya.
lunes, 16 de noviembre de 2009
domingo, 15 de noviembre de 2009
Yo no pienso moverme de aquí.
Se me olvidó desearle suerte.
Es raro.
Me pregunto cuántas frases se habrán perdido en el tiempo.
Lo que nosotros tenemos, si no lo contaminan con plata.
jueves, 12 de noviembre de 2009
Solo decir que en esa postura, bebiendo de esa fuente.
martes, 10 de noviembre de 2009
Y vuelven a ser las 0:08
lunes, 9 de noviembre de 2009
Anhelar un día durante tantos días consume mi paciencia
domingo, 8 de noviembre de 2009
O sigo escuchando esta canción una y otra vez
¡¿Cómo puedo estar tan horriblemente amargada?!
Yo sí, imagina qué genial.
La filosofía es como un camino lleno de sutiles recovecos.
sábado, 7 de noviembre de 2009
Me pregunto por qué me retuerzo sobre la cama
viernes, 6 de noviembre de 2009
martes, 3 de noviembre de 2009
La vida me cuenta que no puede tenerse todo.
¿Y yo iba a mentirle por cualquiera?
lunes, 2 de noviembre de 2009
A partir de las 22:45
domingo, 1 de noviembre de 2009
Me di cuenta de que hace dos entradas parecía que hablaba de mí misma
La realidad es que yo tengo el zapatito de brillantes
¡Si ni siquiera le conoce!
Si quiere juego..
Solo tengo que esperar.. como siempre
sábado, 31 de octubre de 2009
Hoy la más leve caricia me toca el alma
viernes, 30 de octubre de 2009
miércoles, 28 de octubre de 2009
martes, 27 de octubre de 2009
Lentes y espejos
domingo, 25 de octubre de 2009
Te hubiera gustado ser tú la sorprendida entre sus brazos
A partir de ahora, no tengo tiempo para caer
Yo no le deseo el mal a nadie
Tengo un nudo en la garganta
Nunca voy a ser de nadie.
sábado, 24 de octubre de 2009
¿Alguien me explica por qué me meto siempre donde no me llaman?
Contar, o no contar.
Pasa algo. Suenan las alarmas, y están siempre encendidas, cautivando tu completa atención.
Es horrible.
Necesitas liberarte de alguna manera, y llega alguien como por arte de magia. (expresiones necesarias a veces, qué se yo)
¿Confías en él? ¿Qué sabe de ti? ¿Cuidará de ti y de tu secreto?
¿… lo tirará con desprecio?
Necesitas a alguien, y confías en él.
Te escucha y te ayuda, pero después, en frío, descubres que era cortesía de amigo, un amigo complacido con una confianza que muchos se disputan solo por el hecho de estar al lado del protagonista de la noche.
Remover los hechos horribles en la cabeza solo es peor y peor, así que… cuando aparece en escena la persona a la que confías hasta la herida más ridícula, se lo cuentas.
Te escucha, pero ya es agua pasada (sí, yo que sé) y no mejora mucho la situación la reacción esperada de compasión y cariño.
Te sientes fatal, no, peor.
Vomitas. (solo como atrezzo, quedaba bien) Pero no solo confías al cien por cien en una persona. Buscas a la siguiente, porque ese problema es tu vida ahora, y se lo cuentas también.
Se repite el proceso.
Y de repente, después de un amigo en el que empiezas a confiar y que pregunta “¿qué cuentas?” al amparo de una ventana de Messenger (es que es lo único que tenías que contar y no quieres mentir. Hoy no, piensas.), lo sabe toooodo el mundo.
Sí sí.
Sin ir más lejos.
Entonces intentas ascender, recuperarte, pero los hilos de convalecencia de tus “amigos” tiran de ti hacia abajo intentando convencerte de que no estás bien y estás mintiendo. Que no joder. Estuve dos semanas mal, llegas tres tarde.
Pero entonces te paras a pensar. Y piensas en ese trocito de tu vida (odio los diminutivos, pero a veces…), y te das cuenta de que era tan importante que solo debías haber confiado en la persona dos.
Tal vez ni siquiera…
No, no. La persona dos es especial.
Cierras los ojos tumbada en un sofá y de repente estás desnuda enfrente de los tres círculos más cercanos a ti. Te sientes tan difusa que casi preferías el dolor inicial..
Por lo menos era concreto.
Te maldices por el poco control de ti misma. Juras que no volverá a pasar (mentira, suenan las alarmas), y te levantas por fin.
Y, ¿sabeis qué?
(vuelta a empezar)