Estaba encerrada en aquella habitación más pequeña porque no quería salir y pensaba en ti, en qué harías. Seguramente estabas corrigiendo algún escrito sin sentido, de esos que te gustaban a ti, pensaba. Me agobiaba pensar tanto, ¿sabes?
Estabas muy lejos. Y no parecías cansado de estar lejos. Cuando halaba contigo te reías mucho, y cuando no, pues, no sé. A lo mejor también te reías mucho. Estabas tan lejos.
Soñaba con las vacaciones para despertarte saltando sobre tu cama blanca y grande. No sabía para qué necesitabas una cama tan grande para ti solo. Me acuerdo cuando te mandé a dormir al sofá con esa excusa. No parabas de reírte, de contestarme que durmiera yo en el sofá y te devolviera tu cama blanca, grande. Discutimos tanto que al final peleamos con almohadas y nos tiramos en la cama riendo y tratando de recuperar el aliento, mientras dábamos los últimos almohadazos. Al final yo me quedé dormida... y tú no te fuiste al sofá.
Pero al margen de la mañana siguiente, me robabas el portátil siempre que me ponía a escribir. La verdad es que odiabas que no te prestara atención. No lo entiendo. ¿Por qué ahora pareces tan feliz? Hace ya mucho que no hablamos y casi no me acuerdo de ti. Menos cuando me acuerdo. Entonces lo hago muchísimo. Es horrible, detonante.
Preferiría volver contigo. Te perseguiría al sofá... o a donde fuera.
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