sábado, 17 de abril de 2010

Fuera llueve.

Es difícil dejar de mirar por la ventana, tirada en la cama de aquel motel de colores desteñidos.
Un par de camas más allá, ella destroza mi paz interior tocando la guitarra. Todos tenemos la mirada bastante perdida, vaya.
Él esta sentado contra la pared, se escurre poco a poco, lo sé porque tiene las piernas sobre mi barriga, atravesadas. Fuma otra vez. No quiero decirle nada, ni siquiera cuando sé que no se ha dado cuenta de que es el tercer cigarrillo.
Distraído, sacude las colillas por el espacio de entre la cama y la pared.
Con un brazo para tapar la molesta luz amarilla, ella intenta perderse a su manera, vocalizando canciones que solo suenan en su mp3, pero todos podemos oírlas aun desde la cama de enfrente.
La guitarra deja de sonar y todos nos quedamos muy quietos, sobrecogidos por el acopio de fuerzas que ha roto la difusa monotonía.
Solo podía ser ella, con esa ceguera que le permite romper cosas que nosotros a veces no podríamos, como el silencio. O la desidia... pero es que a veces no sabemos distinguirla de la magia, nos quejamos siempre.
En cualquier caso ella se ha levantado, (¡ojalá pudiéramos hacerlo nosotros también!, y es solo cuestión de tiempo que empiece a gritar muy enfadada. Con su acento. Ah, su acento.
Allí más que nunca, me resulta insoportable. Él y yo nos miramos entre mi pelo y el humo de su cigarrillo, escépticos. Ella también nos mira con una ceja en alto, alertada por el ruido, o, más bien la pausa del mismo. Él ríe, con la naturalidad que solo puede tener esa risa.
Es increíble, pero no siento que haya roto nada. Aunque, claro, para ella era la única señal que faltaba.
Me golpeo la frente con la mano cuando empieza a gritar, hundiéndome en mi colchón y escuchando las carcajadas de todos. Y ahora él está de lo más animado, encima, y se tumba a mi lado para fastidiarme y sacarme de allí. Sospecho que ahí se da cuenta de que, oh, ¡está fumando!, porque tira la colilla con una mirada culpable, y yo me río de él.
-Por qué llueve tanto, si es veranooooo... - Me quejo.
Mi propia voz suena lejos, chirriante. Pero en treinta segundos me han obligado a levantarme y estoy sentada, sin poder volver a tumbarme entre la trampa de sus brazos.
Estoy mareada, y me escondo en su hombro mientras los latidos paran, inspiro... y se me escapa la sonrisa. Me levanto de allí dando un respingo, y todos se quejan, dramáticos, pero yo pongo una mueca, mohína, y me encargo de levantar al resto mientras alboroto y bailo y me caigo por el camino. Muy típico de mí, pero se siguen riendo con mis caídas.
Yo me sigo levantando muy roja, y bailo otra vez, porque es que me gusta tanto... Aunque, pf, en dos segundos tengo sus manos en mi cintura, que no me dejan moverme. Y eso me enfada.
Pero un enfado de mentira, ¿eh?
Intento escaparme y empezamos a pelear, riéndonos de mis vanos intentos de ganarle con mi poca (o nula, más bien) fuerza. Pero gano yo (como siempre), porque sé usar muy bien mis armas.
No faltan los ooooh, y los yaestánotravez, y también hay muchos irosalahabitación, y posteriores bromas sobre que mejor no, porque era la misma que la de todos.
Nosotros nos reímos sin salir mucho de nuestra isla, y no entendemos que se pasen tanto con los comentarios. Pero es que, claro, en nuestra isla no hay noción del tiempo.
Aunque yo me enfado mucho, alguien nos hace cosquillas para que lo dejemos "un ratito" y nos vistamos, porque dicen que vamos a salir (uuuh, con esta lluvia, toda una promesa). Y aunque intentamos librarnos diciendo que llueve y que nonosapetecenadadenada, no nos dejan en paz hasta que nos vestimos.
Ahí ya cogemos carrerilla nosotros solos, cada uno en un extremo de la habitación entre el caos de sus medio deshechas maletas, porque vestirnos es algo que se nos da muy bien.
Aunque, claro, los dos tardamos bastante. (Sí, eso también impacienta bastante al resto)
Ella está tocando la guitarra otra vez, haciendo tiempo, y yo, mientras me enfundo en un ajustado vestido corto, canto aunque me riñan otra vez, por pararmecontonterías.
Él, que pelea por que le dejen maquillarse, aunque estoy segura de que es una batalla perdida, intenta cantar también, ilusionado con la canción. Sabe que me gusta mucho.
Yo aún no estoy vestida del todo, pero él se escapa del revuelo para venir a elegirme los zapatos, como siempre. Los demás no saben si reír o llorar. Por lo que dicen, vamos.
Me calzo casi cayéndome y corro para alcanzarles, protestando mientras salen fingiendo que no se dan cuenta de que falto yo. Ellos ríen cuando grito, y al final salgo dando un portazo para salir a dibujar las calles de su ciudad durante horas errantes, con la ilusión en los labios.


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