viernes, 30 de abril de 2010

Pesadilla.

Me quedé dormida imaginando unas manos que me tocaban mientras su dueño me cantaba al oído susurros gritados a contraluz.
Le echaba tanto de menos.
Volví a revivir cada movimiento, cada sonrisa con la que me había quedado de aquel día. De aquellas dos horas impregnadas de dolor y anhelo, de sentimiento forzado y emoción latente.
Era una sensación real, a pesar de todo. Horriblemente real.
Volví a sonreír con su sonrisa, volví a echarle de menos desde el fondo de la garganta, donde algo se anudaba con timbre elástico y nacía un gemido quebradizo. Lo ahogué en la almohada, cerrando los ojos con cansancio.
Si tan solo pudiera tenerle allí, a sus manos y a su voz, a las reales, una noche. Me descubrí deseando en silencio. Abrí los ojos asustada esperando reconocer un brillo de dientes en la oscuridad, o una mirada burlona. Pero, era ridículo... él no estaba allí.
No sé en qué canción me quedé dormida, en sus brazos.
Sueños después estaba en un cuarto de baño oscuro y deslizante, en una pesadilla casi esperpéntica.
Conseguí despertarme en un grito que me arrancó de la cama. Encendí la luz temblando. Y no. No estaba allí para calmarme cantándome al oído.
Me llamé tonta en silencio, acurrucándome en la cámara del horror, la habitación amarilla.

No hay comentarios:

Publicar un comentario