jueves, 15 de abril de 2010

Me hubieras dejado dormir eternamente, ¿verdad?

También me hubieras cerrado la puerta a mí en la cara, estoy segura. Ahora sí.
No eres justo. Estoy segura... ahora sé.
Por fin sé que a ti te importas tú. Tú y las cosas que quieres... pero solo a través de una línea. Una líena nada fina, y además muy marcada: tiendes una mano, pero jamás cruzas al otro lado a buscar a nadie. Pero nadie puede replicarte. Porque tiendes la mano una y otra vez. Y da igual con lo que te contesten, con un tímido pie hacia ti, con una voz... porque tú solo ves manos.
¡Cómo podría alguien cruzar! Si a ti te da tanto miedo, ¿es que a ellos no les asusta?
Una forma hermética de querer. Una forma burda, torpe, cerrada.
Dirás, y cada uno tiene la suya. Pero la tuya... la tuya era hermética. Ojalá se pudiera escribir implicando desesperación. Yo lo habría hecho con la palabra hermética.
Apuesto a que si hubieras tenido que salir de algún sitio, si hubieras tenido que dejarme atrás, lo hubieras hecho aunque yo quedara atrapada entre hienas hambrientas de sombras.
Por supuesto son metáforas, pero las metáforas matan, ¿sabes?
Para ti todo es un gesto. Pero no un gesto por arte, si no un gesto que se vea...
Que lo vean todos.
Y no. Estoy harta. Harta de que creas que te acercas un mínimo a lo que un día llamé perfección (solo por ponerle un nombre al odioso color dorado), cuando fallas. Fallas en cualquier cosa. Tú me hubieras dejado caer... cientos de veces.
¿Soy yo quien se pone por encima del otro? ¿Estás seguro?
No soy yo quien necesita dejarte atrás a toda costa, aún a costa de trampas, aún cuando eso destruye mi figura para siempre. No. Esa no soy yo.


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