lunes, 27 de septiembre de 2010

Algo tenía que acabar

o moriría de vacío. Del mismo vacío que me invadió ayer y me retuvo horas, temblor dulce y frío... no quiero perderte; así que tengo que alejarte.

domingo, 26 de septiembre de 2010

Hoy me sentí sola.

Sola de verdad. Sola como cuando se te vacía el mundo y no puedes encontrar nada ni nadie a lo que agarrarte y todo se vuelve blanco... blanco, y en el medio tú.
Tan céntrica, tan alejada de todo y tan cerca de nada (es que no hay nada) te dejas llevar por el acoso del tiempo, que corre, ansioso, mientras tú estás allí, sola y perdida; te pierdes más.
No sabes por qué duele tanto en el pecho, en lo que es el núcleo de ti, pero sabes que la nueva herida va a ser tu compañera de viaje por la nada blanca. Hay muchos tonos de blanco, pero este es el blanco blanco: frío y estándar.
Fría, descubres que estás sola porque ya no quieres agarrarte a nada. Tu todo podría dejarte atrás sin problemas, piensas. Tu antiguo todo te hacía sentir entera algunas veces, lejana pero siempre unida, aunque fuera, a él. Ahora... se diluye. Suspiras, aire vacío, estándar. Tu todo es nada.

viernes, 24 de septiembre de 2010

Weird

No había ningún sitio al que huir, ni nada que hacer. Se sentía encadenada al silencio, sin poder hacer nada más que seguir mirando; queriendo ver más detrás de aquellos singulares, de aquellos gestos; únicos, suyos.
Si era en su presencia, la melodía más suave se incendiaba; si le gustaba a él se convertía en hipnotizante psicodelia. Él era frustrante y limitado. Para ella. Le frustraba no poder captar su atención por mucho que elevera la voz, por mucho que bailara. Él solo parecía tener ojos para... para nada, él solo tenía oídos. Y solo oía voces, y voces; voces claras, finas, voces transparentes.
De algún modo ella había llegado a sucumbir al encanto de las voces que, descubriría, él adoraba; atravesaba aquella época de fascinación colorista, ¿sabes?. Ella era así. Pero hablábamos de él y sus limitaciones, para nada limitadas. Él... nunca dejaba de ser él. Y ahí estaba el límite. Lo demás era eterno, sin asíntotas ni tendencias. Solo él. Él y él.
Se enfadaba (ella), porque era impenetrable. Él... oía murmullos pero ni siquiera advertía la música de circo, ¿acaso era posible? Parecía que sí. Parecía... parecía que le faltaba el aire, con tanto suspense y dilatación temporal. Echó a correr y no paró hasta llegar a la seguridad de los árboles y la noche, en un lugar donde cálidas farolas eran el sello de un pacto entre la oscuridad y las tinieblas. Aquel lugar la envolvía, decía ella. Era grande, era, era lo único que conseguiría llenarle los pulmones a ella si luchaba contra ansiedad. Era verde, pero no todo se trataba de ser. En aquel lugar estaba la magia de un lugar diferente, estaba... la luna y su mirada, atenta, cautelosa al danzar por un espacio de encuentro secreto anunciado al viento. Luna llena y miradas vacías, pensaba ella al sentir el impulso de acercarse más a la nada que caminaba a su lado. En aquel lugar había un templo blanco, y se encerró en él durante horas que avanzaban tortuosas, en círculos. Necesitaba bailar y liberarse del silencio. Con cada golpe, con cada giro su cabeza intentaba espantar el zumbido de suave interferencia que dejaba el perfume de uno y la dulzura del otro, pero no se podía bailar con gestos secos. Así que dio un paso, dio otro, y, con aura de celo, capricho, miró alrededor antes de liberarse y atrapar al espacio para guiarla allá donde quería ir. El tiempo... el tiempo se escurrió con cuidado, lento, dejando las traiciones para otro día.
A veces se dejaba caer contra una columna, derrotada y temblando; agitada por un llanto fino; transparente. Se levantaba armada de vacío y miedo, pero se caía otra vez sobre la columna de frío mármol, le daba paz. La arañaba y no pasaba nada. Se acordaba de él y la golpeaba fuerte, reclamando una queja, un abrazo y su simple presencia; todo a un tiempo. Así de perdida estaba, susurraba entre dientes mientras recorría la superficie redonda caminando con furia, inclinándose a veces peligrosamente fuera de las finas balaustradas que blindaban su refugio.
Inacabado, como siempre, solía decirle al vacío antes de emprender la vuelta a casa, acompañada de los primeros rayos de luz. Todo es una historia inacabada.
"Y yo necesito salir", decía algo en su interior. Acabar de una vez. Y vivir bailando, recorriendo en círculos su sitio blanco, solamente dejándose llevar por el vacío y cada cosa que afloraba a su mente.
Acabar... pensaba. Y siguió pensando.

De repente se me ocurrió

si fueras más clara con tus acciones, tal vez el mundo te devolvería una reacción menos difusa.

lunes, 20 de septiembre de 2010

No me preguntes por qué,

pero quiero saberlo todo. Por qué había un cuerpo tirado en el suelo y tú solo podías esperar a la persona adecuada.
Me da igual por qué lo hiciste, pero quiero saber la historia. Y si alguien, alguna vez, viene a decirme que sabe mucho de ti poder decirle, sí, soy especial para él y, obviamente, ya lo sé.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Weird

Era azulado y detonante, como una bomba expansiva. Tenía un tinte amargo hacia el final, pero, no sé, era como si aquello fuera la realidad "buena" por encima de cualquier otra. Tenía ganas de compartir contigo mi secreto, y, a veces, soñaba con llegar a tu lado y contártelo al oído a solas en tu habitación. Después imaginaba tu cara. Una cara ilusionada y sorprendida a la vez que triste, cansada como solo puede ser la tuya.
Estaba encerrada en aquella habitación más pequeña porque no quería salir y pensaba en ti, en qué harías. Seguramente estabas corrigiendo algún escrito sin sentido, de esos que te gustaban a ti, pensaba. Me agobiaba pensar tanto, ¿sabes?
Estabas muy lejos. Y no parecías cansado de estar lejos. Cuando halaba contigo te reías mucho, y cuando no, pues, no sé. A lo mejor también te reías mucho. Estabas tan lejos.
Soñaba con las vacaciones para despertarte saltando sobre tu cama blanca y grande. No sabía para qué necesitabas una cama tan grande para ti solo. Me acuerdo cuando te mandé a dormir al sofá con esa excusa. No parabas de reírte, de contestarme que durmiera yo en el sofá y te devolviera tu cama blanca, grande. Discutimos tanto que al final peleamos con almohadas y nos tiramos en la cama riendo y tratando de recuperar el aliento, mientras dábamos los últimos almohadazos. Al final yo me quedé dormida... y tú no te fuiste al sofá.
Pero al margen de la mañana siguiente, me robabas el portátil siempre que me ponía a escribir. La verdad es que odiabas que no te prestara atención. No lo entiendo. ¿Por qué ahora pareces tan feliz? Hace ya mucho que no hablamos y casi no me acuerdo de ti. Menos cuando me acuerdo. Entonces lo hago muchísimo. Es horrible, detonante.
Preferiría volver contigo. Te perseguiría al sofá... o a donde fuera.




martes, 14 de septiembre de 2010

Tiene lo peor de cada una:

Los gestos merengados de una, agudos y refinados de otra, el don de aburrir al hablar de la primera.
La monotematicidad de una y de la otra, en fin, esa manera de decir una misma cosa mil veces para reafirmarse sobre los demás. Se te pega.
No sé, es horrible y me pone nerviosa. No sé a qué atenerme, ¿sabes?
A veces parece que, a su lado, el color naranja no puede ser tan malo.

Primer día

sobre... ruedas. Al principio tenían tembleque, pero después la física se encargó de enderezarlas y hacerlas vibrar con cada giro.

domingo, 12 de septiembre de 2010

jueves, 9 de septiembre de 2010

-Suéltame.
Negué con fuerza, moviendo la cabeza como podía sin apartar la cara de su pecho.
-Ana... lo digo en serio.
Me aferré a su espalda.
- Si te suelto... tú volverás a estar ahí, mirándome desde muy lejos mientras yo intento alcanzarte y tú te alejas cada vez más. Y no quiero. Si te suelto ya no serás mío nunca más, y yo pareceré una persona horrible por echar de menos que lo seas... si te suelto, si te suelto... si te suelto te irás.
- Basta.- Me separó de él de un empujón y me sostuvo por los hombros, con mirada dura y manos que hacían daño.- No tienes derecho a decir... ¡no tienes derecho!
- Ya lo sé. - Sollocé.- No tengo derecho a quererte.
Algo en él se relajó de golpe al comprender mis palabras, y agachó la cabeza de pronto, derrotado.
- No es eso. Te perdoné. Me perdonaste. Tienes derecho a todo. Yo... yo solo...
Se sentó en el banco de la fuente, arrastrándome a mí con él; mis hombros aun estaban atrapados. Yo le miraba, impotente. Los dos sabíamos que aquello no funcionaba. Fuera lo que fuera, los engranajes que antes habían cuajado con impresionante facilidad, ahora avanzaban a trompicones, cada vez más atropellados por los intentos de ambos de acompasar su ritmo.
Nos miramos largamente, por primera vez desde hacía meses. Nuestra historia se contaba así, en febrero, marzo y después abril, atascados u odiándonos, luego intentando ser amigos de nuevo. Por alguna razón yo era especial para él y él nunca me soltaba del todo, por alguna razón él... era especial para mí y yo jamás conseguía soltarme de él.
A lo mejor por eso era tan difícil mirarle a los ojos, decidí mientras tragaba saliva y me esforzaba por no traducir mis pensamientos a un lenguaje que pudieran leer sus ojos. En aquel momento suspiraba.
- Ven aquí. - Sus brazos cedieron y yo me estampé literalmente contra su torax otra vez, pero no me importó y le abracé con más cuidado que antes, rozando su cuello con mi mejilla, cariñosa.- ¿Por qué...? - Los dos nos preguntábamos lo mismo. Por qué no funcionábamos juntos y sin embargo era tan difícil estar separados, a lo mejor.
Yo no podía contestarle. Me mordí el labio, indecisa.
- Danos tiempo- Pedí, defendiendo nuestra extraña relación sin saber muy bien por qué. Él rió y me besó la frente. Yo me estremecí, él lo notó. No quise ver su mirada de horror y me hundí más en su cuello, asustada de su reacción.- No, no... no es lo que piensas.- Respiré hondo. Tenía que ser sincera con él de una vez por todas; me aparté de su cuerpo imantado despacio y le miré a los ojos.- Te quiero. Te quiero muchísimo. Pero sigue sin ser lo que tú crees. Tú crees... que estoy enamorada de ti, que quiero volver a donde empezamos, que me arrepiento de haberte apartado, tú crees...- Paré, en su mirada empezaba a intuir un deje de comprensión. Calma, pensé. Bajé un momento la mirada, iba a ser más difícil de lo que había pensado.- Lo que pasa es que tú no lo sabes. Tú no lo sabes, pero eres mi hermano mayor- Solté de un tirón, y luego me levanté muy rápido y eché a correr hacia los arcos y las puertas antiguas que me dejarían escapar de él y toda aquella pesadilla. Pensé que si cerraba los ojos muy fuerte igual me despertaba en la cama, a unos cuantos metros de aquel jardín. Los volví a abrir para no caerme mientras corría; no estaba funcionando. Me mordí el labio y maldije; ya estaba despierta.
Pensaréis que estoy loca, pero lo de haber estado dormida habría sido una posibilidad real, no era la primera ni la segunda vez que me pasaba. Mis sueños... eran muy reales, y a veces la línea entre el sueño y la vigilia era tan fina que en ocasiones me descubría a mi misma haciendo un examen y de pronto despertaba en cama sobresaltada por el despertador. Era confuso, pero a la vez muy fantástico.
Así que cuando empujé la puerta de la residencia y esta no cedió no me sorprendió no encontrar las llaves en ningún bolsillo. El caos, el desorden eran tan habituales en mí.
Intenté aporrear la puerta, pero su mano ya estaba allí para impedírmelo y tirar de mí. A regañadientes, me di la vuelta agachando la mirada, avergonzada y llorosa. Tu otra mano me obligó a levantar la barbilla y enfrentarte. Con pánico, te miré por fin. Sonreías.
Entonces hiciste algo que siempre hacías, algo que me golpeó muy dentro e hizo que mis últimas fuerzas me abandonaran: me abriste los brazos para que yo me lanzara y te abrazara.
Te miré notando como las lágrimas resbalaban por mis mejillas a pares; intenté dar un paso y tropecé. No pude evitar reírme ante la cara de horror que siempre ponías cuando pasaba aquello. Yo llevaba un mes enferma, y las alucinaciones, los mareos y los desmayos eran lo habitual. Como siempre, me recogiste a tiempo y me alzaste con facilidad insultante. Yo me escondí en tu pecho y esperé a que abrieran la puerta para que pudieras llevarme a mi diminuta habitación, meterme en la cama y marcharte. Marcharte. No quería que te marcharas...
De algún modo entendiste mi estremecimiento y dijiste "shhh" en mi oído. No podía callarme si no estaba hablando, protesté yo con la mirada. Él me miró de soslayo, burlón, y luego entró por la puerta que se acababa de abrir, como por arte de magia. Fruncí el ceño. ¿Seguro que no estaba soñando? Solo cuando ya estábamos dentro vi a la niña que cerraba la puerta y salía corriendo envuelta en un vaporoso camisón blanco, idéntico al que había hecho mi abuela para mí cuando tenía su edad. Supe enseguida que aquella niña no podía ser otra que yo, recreada por la alta fiebre, muchos años atrás. Me miré correr por los inmensos pasillos y me sonreí cuando la niña, asustada, se detuvo ante mi puerta. Me miré. Me miró. Al final cedí y la dejé marchar, y en cuanto ella se dio media vuelta, riendo y saltando como me hubiera gustado hacer a mí si ahora tuviera su edad, me eché a temblar en brazos de Ángel. De pronto tenía tanto miedo. Él vio que miraba al vacío y nos sentó muy rápido en la cama, asustado y sin saber como reaccionar. Odiaba verle así, con una mirada impotente e inundada de dolor por mí, pero le necesitaba demasiado en aquel momento como para tragarme mi pánico y dejarle marchar.
No tardé en empezar a emitir gemidos y pequeños gritos de horror; él me abrazaba. Me abrazó como nunca lo había hecho, buscando el contacto y acercando mi cabeza a su pecho con una mano protectora en mi nuca. Me mecía como a un bebé, me di cuenta enseguida, y supe que iba a ser un padre genial.
Cuando me di cuenta él se había recostado contra el cabecero de la cama y yo, tumbada contra él, ya no gemía ni gritaba; lloraba desconsolada y sin saber por qué. A lo mejor precisamente por eso: ahora nunca sabía por qué. Todo era un dibujo sin sentido, mis metáforas flaqueaban cada vez más, lo más intenso se volvía pálido y lo pálido se desdibujaba y desaparecía ante mis ojos.
Estaba perdida. Los dos lo sabíamos; él era tan diferente a mí. Siempre me había preguntado como era que él podía entenderme desde tan lejos. Lejos. La palabra me pinchó en el pecho y me aferré a su jersey temblando.
- Tienes fiebre muy alta. Te pondrás bien. Tranquila... no voy a ir a ninguna parte. - A veces me llegaban palabras preocupadas, algunas ni siquiera tenían sentido. Yo intentaba poner toda mi atención en escucharle, en seguir el hilo de sus frases para escapar a la fiebre y la honda tristeza que, sin saber por qué, me oprimía el pecho.




Estoy curada.

Tengo miedo de estar... demasiado curada.
Aunque ya no me hace daño verte como antes, aunque esa parte de mí que te rechaza y se pone furiosa con tu simple mención se haya calmado, ahora verte... duele de una manera distinta.
Como un torbellino azul que se deshace en serenidad y llora las últimas líneas del trazado lentamente, las ve escurrirse hacia la nada y de pronto solo queda eso, una sensación de vacío azul muy claro, degradado del torbellino azul inicial.
Siempre dije que la compresión es dura; sí, el agobio retuerce ánimos; pero la descompresión lo es mucho más: mucho, mucho más dura. Ya no estás obligado a nada, no tienes plazos que cumplir y no puedes dejar al margen tus emociones como si no tuviera que ver con ellas, porque, es eso precisamente, ahora se trata de ellas... y solo de ellas. Y a las emociones no puedes obligarlas a cumplir horarios ni alcanzar objetivos. Ahora se trata de ti, y estás tan cansado. Sientes todo lo que eres tú mancillado y dolorido por el pasado estrés, y dejar la mente en blanco solo recalca más la situación anterior en vez de calmar la actual. Es una espiral mental, y claro que es difícil encontrar una tangente por la que escapar, pero esa es tu única preocupación ahora. Respirar hondo y obligar a la pescadilla a dejar de morderse la cola, obligarla a nadar en linea recta y, bueno, llegar a donde tenga que llegar.
El precio de la compresión es alto. Así que esta vez vas a intentar que no sea tan drástica ni tan rápida, para no hacerte tanto daño por el camino. Y así no tener que curarte... porque en cuanto estés curado habrá espacio para que algo nuevo (nuevo y horrible) nazca fruto del proceso curativo. Fruto de quien esté a tu lado (tiemblas). Suplicas no volver a quererle, sería horrible y esta vez estarías sola en el camino. Estás tan perdida que ni siquiera sabes lo que quieres. Ahora te consuela que una nota que nunca cesa llame por ti a un ángel que te salve; te hace sentir como si algo se estuviera moviendo lleve años parado.
Es una nota tan fina y tan aguda que parece tener el poder de alertar corazones lejanos del peligro y guiarlos, suavemente, hasta donde tú estás. Mientras juegas con el artífice del sonido sagrado, sonríes ante la posibilidad de que alguien, muy lejos, sonría a la vez que tú al intuir una nota imaginaria en el aire. Todo se corta, pero el cascabel seguirá sonando mientras tú te muevas, demostrando que luchas y no te rindes, que no estás sola y que vale la pena luchar por quien luchas. Sea quien sea, el cascabel te apoya, suena, y suena, y suena más. Suena todo el tiempo, porque ahora es parte de ti y de tus sueños... sonidos lejanos lo atraen, otros de cerca lo espantan, es tan puro; me gusta pensar que tiene algo de sagrado.
Sonríes y depositas un beso en su agujereada superficie pensando en quienes lo hicieron llegar hasta ti y el por qué de que ahora tintienee, en tu cuello, feliz. Por un sentimiento...
Todo es por un sentimiento.

martes, 7 de septiembre de 2010

Criogenizar es antinatural

así que no esperes que la naturaleza te ayude.

Amor criogenizado.

Lo que quería decirte es que estoy segura de quererte. No me mires así, no es que esa algo muy difícil de adivinar; te lo habrá dicho mucha gente. Intento explicarte que, por muy obvios que sean mis sentimientos, yo no puedo sentirlos.
Cada vez tu mirada está más lejos... tengo que pedirte que me escuches; ya no sé qué más hacer. Un día te pregunté si confiabas en mí. Te pregunté sin pensar, pero entonces tú me contestaste; "sí". Aun recuerdo lo perdida que estaba tu mirada mientras decías aquel sí, y claro que me pregunto si cada paso que dabas hacia mí lo movía un afecto leve y sincero o una ridícula lástima, pero ahora tengo que pedirte que confíes en mí. Sabes que te quiero, pero no sabes que ya no te siento.
¿Cómo explicártelo?, yo tenía tanto miedo de que pasara. Cada vez que mirabas en mi dirección yo me encogía y a la vez me sentía grande, entorpeciendo el camino de tan fina mirada. Tus ojos siempre fueron tan brillantes. Los ojos de un ratón ilusionado, me gustaba pensar cuando te espiaba desde una esquina, riendo cada una de tus habituales peculiaridades. Eras... un mundo heterogéneo, a mis ojos, un mundo en el que sumergirse y empezar a ver... ver más y distinto a cada milímetro de profundidad, mirar más dentro y temblar ante unas entrañas vivas, vibrantes; eternas... eras inabarcable. Ahora recuerdo que me gustaba perderme por tu cuerpo; un rato en tus labios, otro en tu mandíbula. Para mí eras así, sin sentido y genial.
Pero cada vez te conocía un poco más, pasabas de ser una cara extraña a una cara amiga, y yo pasaba de mirar tu atuendo desaliñado de pasada a buscarte entre la multitud con una urgencia inexplicable para mirarlo, para mirarte a ti en él e intentar entender tus raras formas un poco mejor. Aquellos días en que nuestra rutina juntos aun no había cuajado y tú eras para mí un imán cada vez más atrayente no fueron fáciles. Era duro ver cómo yo te buscaba ansiosa y tú solo ansiabas no encontrarme en tu camino. Me dejé llevar, y durante algún tiempo tus susurros me acunaron, tus labios mojados se clavaron en mi memoria y se colaron hasta un subconsciente esperpéntico que se acostumbró a soñar sobre mojado. Pero cada vez me dejaba llevar más, y la parte de mí que vivía para sentirte te necesitaba allí cada vez más para hacerla vibrar con tu mirada y calmarla con tu sonrisa. Un día me confiaste tu canción favorita y chilló de alegría, ¿entiendes? Te tenía cerca y te echaba de menos, te tenía lejos y a veces pensaba en tu esencia clara. Algo pasaba y, como siempre, me di cuenta cuando ya era imposible frenarlo: te quería, y te quería muy cerca. Contigo todo era urgencia, eran vísceras, ¿sabes?, nada que yo pudiera controlar o erradicar de mi cuerpo, porque era cierto y era continuo; una reacción enzimática ya en marcha y no un libro muy interesante que puedas cerrar con voluntad de hierro; química y no literatura, aunque a la vez tú un personaje de cuento sin carne o hueso que alcanzar si estirase la mano; literatura y nada de química.
Vísceras, despotricaba yo cuando ya no podía aguantar más buscándote siempre como un satélite extraviado. Pero tú no te dabas cuenta. Nunca te diste cuenta de aquello que crecía en mí: de que no te miraba como siempre, de que contigo mi risa mutaba. Tú tienes esa capacidad, de entender filosofía y no literatura; quiero decir que a veces tu actitud pausada y volcada hacia dentro te puede jugar alguna mala pasada. A veces no te das cuenta de cosas obvias.
Entonces fue cuando necesité desprenderme de todo, del sentimiento y de todo aquello que quedara más allá de ti. Me decidí... no, no tengo un por qué, pero simplemente sabía que desearte mientras tú besabas a otra persona iría escarbando en mi alegría hasta destrozarla, y aquel viaje había nacido para ser genial, inolvidable. Yo no quería recordarlo mojado en lágrimas, ni tampoco deseando tus labios cuando bebías café, así que fui valiente y me atreví a decir en voz alta que ya no te quería, que me daba igual si la ilusión de tus ojos se apagaba un poco o sí llegabas tarde a clase por estar con ella. No tenía que preocuparme de aquello, de todos modos; tu mirada cada día era más feliz, con ella tan cerca.
Yo la miraba con pena y me preguntaba hasta qué punto sería estética, hasta qué punto vísceras... hasta qué punto habría sido lo que le era más intrínseco a aquella niña con cara de ángel lo que le había hecho quererla a él. No entendía, y tampoco quería ni tan siquiera buscar la respuesta. Sería horrible de todos modos; me daba miedo descubrir lo superficial que podías ser. Superficial... de algún modo, el hecho de que fueras así me habría clavado algo muy dentro; no porque fueras tú. Me habría sentido sola, ¿sabes?, muy sola. Al margen de ti no era una buena época, estaba rota por dentro en pedazos difíciles de contar... sabía que nunca volvería a ser una, y estaba harta de soñar con la luna, a una distancia insalvable, pero sin intentar alcanzarla más que allí quieta, suplicando que advirtiera mi presencia alguna noche, noche tras noche muchas, muchas noches; mi luna era inalcanzable y yo lo sabía. A veces solo deseaba encontrar unos brazos seguros en los que llorar. Deseaba muchísimo que no te hubieras fijado en ella, habría sido genial. Pero sí, estaba muy perdida, por aquel entonces. Tan perdida... apareciste tú, y tu olor natural me llamaba y me obligaba a moverme. Incluso ahora, quedándome dormida, sé que es una historia fea y con unos dolorosos puntos suspensivos por final, sé que es desalentadora y horrible, pero es que es mi historia. Y si nunca te la cuento, nunca voy a poder salir de esta horrible, desalentadora, fea historia, nunca voy a poder avanzar. Porque lo que tú no sabes es que en el momento en que decidí no quererte más, el instante en que cerré los ojos muy fuerte y me solté, algo se paró. Como con un último latido, algo muy denso y liviano se frenó de golpe y ya no sentí... nada más. Desde aquel día ya no me resisto a las vísceras, están muertas; ya no me hacen temblar, ni llorar. Ahora lloro por desidia, porque sigo siendo consciente de que si no los hubiera matado, mis sentimientos seguirían ahí, como sé que... de algún modo, aun siguen.
Sé que solo están congelados, y si algún día volviera a pasar el suficiente tiempo contigo el frío se templaría y tendría que volver a lidiar con ellos hasta olvidarlos, o yo qué sé.
Pero de momento no. De momento solo puedo intentar desplazarlos con cuidado por mi interior, así, en forma de tosco hielo, para que no se rompan ni se pierdan y yo vague para siempre buscándolos por algún corredor oscuro; algo me dice que tengo que cuidarlos hasta que vuelvan a a latir.
Así que... sí, te quiero. Pero si vuelvo a ver a ese sentimiento depende solo de ti, porque estoy ciega, sola y perdida. Te necesito para salir de aquí. Porque necesito salir. No puedo quedarme para siempre esperando a que la historia cambie y se vuelva bonita por arte de magia, no puedo... no puedo cambiar que la miraras a ella y no veas nada en mí.
Llevo perdida mucho tiempo y tengo ganas de llorar, me ahogo por ti desde hace meses y lo único que puedo hacer es morder brazos y fingir que no importa, que algún día descubriré algo nuevo que me ayude a brillar en tu mundo, para que me veas y pienses que a lo mejor te equivocaste conmigo.
Seguro que nadie te ha declarado nunca su amor diciéndote que te quiere aunque no te quiera, pero yo no sé qué hacer y me ahogo, desde el primer día. De poder elegir elegiría borrarlo todo y decirte lo que siento antes que ella, así que decidas lo que decidas, ayúdame.
Dime que nunca me querrás, dime que me odias; sácame de aquí.
Trae lo que sentía de vuelta y después destrúyelo para siempre; luego, desapareced, tú y tu mundo heterogéneo.

sábado, 4 de septiembre de 2010

4 de septiembre; boda.

Un día tan esperado no tiene más remedio que sorprender.

jueves, 2 de septiembre de 2010

2 de septiembre

Es el día después del 1 de septiembre, el día en el que el mundo se desestabiliza y se desencadena lo inverosímil.
El 1 de septiembre es especial. Es, tal vez, el único día en el que puedes saber a ciencia cierta lo que está pasando allá, en algún lugar de Alemania, e intentar velar por esas sonrisas que, sabes, se suceden a lo largo de todo el día. Te sientes caer, y a la vez intentas mantenerte firme y alegre en un día tan... especial, porque es su día y quieres disfrutarlo con él.
El 1 de septiembre quieres ser suave y serena, pero lo intentas con tanta firmeza que al final solo pareces nerviosa y un poco histérica. Aun así te gusta, porque es una pose distinta a la de cualquier otro día. Adoras las poses. Pero, claro; no dejas de sumergirte en esa tristeza que te empapa al recordar cuando vivías tan solo por el aliento de su voz, intacta por aquel entonces.
No había una interferencia en su camino, era nueva y brillaba allá donde fuera. Cuando miras atrás te acuerdas de cómo te cegaba esa luz, cuanto te hacía querer seguir mirando, querer... seguir cegada; estabas fascinada.
Y también ves unos de septiembre, que se suceden... a veces parece que son eternos, y que el siguiente también te sentirás tan lejos de su protagonista como te has sentido todos, parece que por mucho que corras, por mucho que te esfuerces, como si fuera un mal sueño, nunca llegarás a alcanzarle. Los unos de septiembre son traicioneros. Deforman el tiempo y el espacio; o tal vez lo mantienen dolorosamente intacto.
Por eso es importante esperar al 2 de septiembre. El día siguiente... ya no te sientes en el cenit de algo irrepetible y dolorosamente trascendental, ya no sientes que tientas al destino con cada paso que das. El 2 de septiembre estás a salvo.
Eres una persona completamente distinta al día anterior, y te tachas de idealista e inmadura al mirar solo unas pocas horas atrás. También, ladeando la cabeza con desaprobación, descubres cómo de importante (mucho) ha sido el día 1, y lo que eso significa. Pero eso es algo de lo que no te gusta hablar. Sacudes la cabeza, incómoda.
A cada día, más lejos del día 1, de vuelta a una rutina totalmente carente de él y su voz.