viernes, 24 de septiembre de 2010

Weird

No había ningún sitio al que huir, ni nada que hacer. Se sentía encadenada al silencio, sin poder hacer nada más que seguir mirando; queriendo ver más detrás de aquellos singulares, de aquellos gestos; únicos, suyos.
Si era en su presencia, la melodía más suave se incendiaba; si le gustaba a él se convertía en hipnotizante psicodelia. Él era frustrante y limitado. Para ella. Le frustraba no poder captar su atención por mucho que elevera la voz, por mucho que bailara. Él solo parecía tener ojos para... para nada, él solo tenía oídos. Y solo oía voces, y voces; voces claras, finas, voces transparentes.
De algún modo ella había llegado a sucumbir al encanto de las voces que, descubriría, él adoraba; atravesaba aquella época de fascinación colorista, ¿sabes?. Ella era así. Pero hablábamos de él y sus limitaciones, para nada limitadas. Él... nunca dejaba de ser él. Y ahí estaba el límite. Lo demás era eterno, sin asíntotas ni tendencias. Solo él. Él y él.
Se enfadaba (ella), porque era impenetrable. Él... oía murmullos pero ni siquiera advertía la música de circo, ¿acaso era posible? Parecía que sí. Parecía... parecía que le faltaba el aire, con tanto suspense y dilatación temporal. Echó a correr y no paró hasta llegar a la seguridad de los árboles y la noche, en un lugar donde cálidas farolas eran el sello de un pacto entre la oscuridad y las tinieblas. Aquel lugar la envolvía, decía ella. Era grande, era, era lo único que conseguiría llenarle los pulmones a ella si luchaba contra ansiedad. Era verde, pero no todo se trataba de ser. En aquel lugar estaba la magia de un lugar diferente, estaba... la luna y su mirada, atenta, cautelosa al danzar por un espacio de encuentro secreto anunciado al viento. Luna llena y miradas vacías, pensaba ella al sentir el impulso de acercarse más a la nada que caminaba a su lado. En aquel lugar había un templo blanco, y se encerró en él durante horas que avanzaban tortuosas, en círculos. Necesitaba bailar y liberarse del silencio. Con cada golpe, con cada giro su cabeza intentaba espantar el zumbido de suave interferencia que dejaba el perfume de uno y la dulzura del otro, pero no se podía bailar con gestos secos. Así que dio un paso, dio otro, y, con aura de celo, capricho, miró alrededor antes de liberarse y atrapar al espacio para guiarla allá donde quería ir. El tiempo... el tiempo se escurrió con cuidado, lento, dejando las traiciones para otro día.
A veces se dejaba caer contra una columna, derrotada y temblando; agitada por un llanto fino; transparente. Se levantaba armada de vacío y miedo, pero se caía otra vez sobre la columna de frío mármol, le daba paz. La arañaba y no pasaba nada. Se acordaba de él y la golpeaba fuerte, reclamando una queja, un abrazo y su simple presencia; todo a un tiempo. Así de perdida estaba, susurraba entre dientes mientras recorría la superficie redonda caminando con furia, inclinándose a veces peligrosamente fuera de las finas balaustradas que blindaban su refugio.
Inacabado, como siempre, solía decirle al vacío antes de emprender la vuelta a casa, acompañada de los primeros rayos de luz. Todo es una historia inacabada.
"Y yo necesito salir", decía algo en su interior. Acabar de una vez. Y vivir bailando, recorriendo en círculos su sitio blanco, solamente dejándose llevar por el vacío y cada cosa que afloraba a su mente.
Acabar... pensaba. Y siguió pensando.

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