martes, 7 de septiembre de 2010

Amor criogenizado.

Lo que quería decirte es que estoy segura de quererte. No me mires así, no es que esa algo muy difícil de adivinar; te lo habrá dicho mucha gente. Intento explicarte que, por muy obvios que sean mis sentimientos, yo no puedo sentirlos.
Cada vez tu mirada está más lejos... tengo que pedirte que me escuches; ya no sé qué más hacer. Un día te pregunté si confiabas en mí. Te pregunté sin pensar, pero entonces tú me contestaste; "sí". Aun recuerdo lo perdida que estaba tu mirada mientras decías aquel sí, y claro que me pregunto si cada paso que dabas hacia mí lo movía un afecto leve y sincero o una ridícula lástima, pero ahora tengo que pedirte que confíes en mí. Sabes que te quiero, pero no sabes que ya no te siento.
¿Cómo explicártelo?, yo tenía tanto miedo de que pasara. Cada vez que mirabas en mi dirección yo me encogía y a la vez me sentía grande, entorpeciendo el camino de tan fina mirada. Tus ojos siempre fueron tan brillantes. Los ojos de un ratón ilusionado, me gustaba pensar cuando te espiaba desde una esquina, riendo cada una de tus habituales peculiaridades. Eras... un mundo heterogéneo, a mis ojos, un mundo en el que sumergirse y empezar a ver... ver más y distinto a cada milímetro de profundidad, mirar más dentro y temblar ante unas entrañas vivas, vibrantes; eternas... eras inabarcable. Ahora recuerdo que me gustaba perderme por tu cuerpo; un rato en tus labios, otro en tu mandíbula. Para mí eras así, sin sentido y genial.
Pero cada vez te conocía un poco más, pasabas de ser una cara extraña a una cara amiga, y yo pasaba de mirar tu atuendo desaliñado de pasada a buscarte entre la multitud con una urgencia inexplicable para mirarlo, para mirarte a ti en él e intentar entender tus raras formas un poco mejor. Aquellos días en que nuestra rutina juntos aun no había cuajado y tú eras para mí un imán cada vez más atrayente no fueron fáciles. Era duro ver cómo yo te buscaba ansiosa y tú solo ansiabas no encontrarme en tu camino. Me dejé llevar, y durante algún tiempo tus susurros me acunaron, tus labios mojados se clavaron en mi memoria y se colaron hasta un subconsciente esperpéntico que se acostumbró a soñar sobre mojado. Pero cada vez me dejaba llevar más, y la parte de mí que vivía para sentirte te necesitaba allí cada vez más para hacerla vibrar con tu mirada y calmarla con tu sonrisa. Un día me confiaste tu canción favorita y chilló de alegría, ¿entiendes? Te tenía cerca y te echaba de menos, te tenía lejos y a veces pensaba en tu esencia clara. Algo pasaba y, como siempre, me di cuenta cuando ya era imposible frenarlo: te quería, y te quería muy cerca. Contigo todo era urgencia, eran vísceras, ¿sabes?, nada que yo pudiera controlar o erradicar de mi cuerpo, porque era cierto y era continuo; una reacción enzimática ya en marcha y no un libro muy interesante que puedas cerrar con voluntad de hierro; química y no literatura, aunque a la vez tú un personaje de cuento sin carne o hueso que alcanzar si estirase la mano; literatura y nada de química.
Vísceras, despotricaba yo cuando ya no podía aguantar más buscándote siempre como un satélite extraviado. Pero tú no te dabas cuenta. Nunca te diste cuenta de aquello que crecía en mí: de que no te miraba como siempre, de que contigo mi risa mutaba. Tú tienes esa capacidad, de entender filosofía y no literatura; quiero decir que a veces tu actitud pausada y volcada hacia dentro te puede jugar alguna mala pasada. A veces no te das cuenta de cosas obvias.
Entonces fue cuando necesité desprenderme de todo, del sentimiento y de todo aquello que quedara más allá de ti. Me decidí... no, no tengo un por qué, pero simplemente sabía que desearte mientras tú besabas a otra persona iría escarbando en mi alegría hasta destrozarla, y aquel viaje había nacido para ser genial, inolvidable. Yo no quería recordarlo mojado en lágrimas, ni tampoco deseando tus labios cuando bebías café, así que fui valiente y me atreví a decir en voz alta que ya no te quería, que me daba igual si la ilusión de tus ojos se apagaba un poco o sí llegabas tarde a clase por estar con ella. No tenía que preocuparme de aquello, de todos modos; tu mirada cada día era más feliz, con ella tan cerca.
Yo la miraba con pena y me preguntaba hasta qué punto sería estética, hasta qué punto vísceras... hasta qué punto habría sido lo que le era más intrínseco a aquella niña con cara de ángel lo que le había hecho quererla a él. No entendía, y tampoco quería ni tan siquiera buscar la respuesta. Sería horrible de todos modos; me daba miedo descubrir lo superficial que podías ser. Superficial... de algún modo, el hecho de que fueras así me habría clavado algo muy dentro; no porque fueras tú. Me habría sentido sola, ¿sabes?, muy sola. Al margen de ti no era una buena época, estaba rota por dentro en pedazos difíciles de contar... sabía que nunca volvería a ser una, y estaba harta de soñar con la luna, a una distancia insalvable, pero sin intentar alcanzarla más que allí quieta, suplicando que advirtiera mi presencia alguna noche, noche tras noche muchas, muchas noches; mi luna era inalcanzable y yo lo sabía. A veces solo deseaba encontrar unos brazos seguros en los que llorar. Deseaba muchísimo que no te hubieras fijado en ella, habría sido genial. Pero sí, estaba muy perdida, por aquel entonces. Tan perdida... apareciste tú, y tu olor natural me llamaba y me obligaba a moverme. Incluso ahora, quedándome dormida, sé que es una historia fea y con unos dolorosos puntos suspensivos por final, sé que es desalentadora y horrible, pero es que es mi historia. Y si nunca te la cuento, nunca voy a poder salir de esta horrible, desalentadora, fea historia, nunca voy a poder avanzar. Porque lo que tú no sabes es que en el momento en que decidí no quererte más, el instante en que cerré los ojos muy fuerte y me solté, algo se paró. Como con un último latido, algo muy denso y liviano se frenó de golpe y ya no sentí... nada más. Desde aquel día ya no me resisto a las vísceras, están muertas; ya no me hacen temblar, ni llorar. Ahora lloro por desidia, porque sigo siendo consciente de que si no los hubiera matado, mis sentimientos seguirían ahí, como sé que... de algún modo, aun siguen.
Sé que solo están congelados, y si algún día volviera a pasar el suficiente tiempo contigo el frío se templaría y tendría que volver a lidiar con ellos hasta olvidarlos, o yo qué sé.
Pero de momento no. De momento solo puedo intentar desplazarlos con cuidado por mi interior, así, en forma de tosco hielo, para que no se rompan ni se pierdan y yo vague para siempre buscándolos por algún corredor oscuro; algo me dice que tengo que cuidarlos hasta que vuelvan a a latir.
Así que... sí, te quiero. Pero si vuelvo a ver a ese sentimiento depende solo de ti, porque estoy ciega, sola y perdida. Te necesito para salir de aquí. Porque necesito salir. No puedo quedarme para siempre esperando a que la historia cambie y se vuelva bonita por arte de magia, no puedo... no puedo cambiar que la miraras a ella y no veas nada en mí.
Llevo perdida mucho tiempo y tengo ganas de llorar, me ahogo por ti desde hace meses y lo único que puedo hacer es morder brazos y fingir que no importa, que algún día descubriré algo nuevo que me ayude a brillar en tu mundo, para que me veas y pienses que a lo mejor te equivocaste conmigo.
Seguro que nadie te ha declarado nunca su amor diciéndote que te quiere aunque no te quiera, pero yo no sé qué hacer y me ahogo, desde el primer día. De poder elegir elegiría borrarlo todo y decirte lo que siento antes que ella, así que decidas lo que decidas, ayúdame.
Dime que nunca me querrás, dime que me odias; sácame de aquí.
Trae lo que sentía de vuelta y después destrúyelo para siempre; luego, desapareced, tú y tu mundo heterogéneo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario