jueves, 9 de diciembre de 2010

Nosotros no teníamos tanta facilidad para tocarnos como veíamos que tenían los demás. Lo que quiero decir es que no teníamos ninguna facilidad. Nosotros eliminábamos todo lo innecesario. ¿Que qué era necesario para nosotros...? Aun ahora me asusta la respuesta a esa pregunta.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Ensayábamos todos a la vez, con aquella expresión de fascinación y ausencia en la cara, con aquella intención de ser únicos y aquella certeza que solíamos tener, de ser protagonistas.
La certeza de brillar, sin importar la influencia de las luces o las sombras de nuestro alrededor. Éramos así, cada uno estaba muy convencido de ser él mismo (si no lo estuviéramos, claramente nunca nos habrían patrocinado para aquella prueba del programa R-707), tanto, que muchas veces las líneas estaban tan asentadas sobre nuestra forma inteligible que pasábamos largo rato en silencio, intercambiando solo miradas y alguna sonrisa. Era nuestra forma de sentir, explosiva y detonante, bifurcada y acelerada, siempre con aquel dibujo serpenteante y estético a un nivel artístico muy elevado. Lo que quiero decir es que yo (y a veces creo que también ellos) me caracterizaba por aquella sensibilidad tan aguda para el arte; sonidos, escenas y movimientos, me hacían estremecer desde perspectivas infinitas (éramos capaces de hacer eso, de verlo todo desde mil puntos de vista distintos y luego juzgar, valorar pero nunca, jamás, conseguir tomar una decisión al respecto de nada por eso mismo; éramos demasiado conscientes de todo).
Ensayábamos a todo volumen en aquella sala de suelo negro recorrido por cables a medio desenroscar, a veces realmente distanciados espacialmente. Aquel lugar tenía una intención muy clara de acoger y esconder (ya sabéis, a media luz), pero la verdad es que ninguno podía alcanzar las paredes con la mirada. Sin embargo las sabíamos ahí, en algún lugar.
El cambio de canción, o de inclinación en una improvisación, venía determinada por aquel que fuera capaz de llamar la atención de todos con una idea interesante. Nos comunicábamos por sinapsis, los mensajes llegaban rápido. En general, todo pasaba a mucha velocidad, tesis, antítesis, las síntesis definitivas podían tardar en alcanzarse tres minutos con más de tres millones de propuestas intercambiadas en fracciones de segundo. A veces no sabíamos qué pasaba antes y qué después, nos limitábamos a fluir y hacer realidad con música aquella sensación de confusión y pérdida que nos producía el ser todo y nada a cada instante. Tratábamos de avanzar, la aceleración cambiaba de signo bastante a menudo, a pesar de todo. Éramos expertos en invertir momentos, en desviarnos sin previo aviso para trazar una canción. El simple hecho de pensar en todo el material que debía tener grabado y producido el programa a aquellas alturas de la película (de nuestra experiencia con R-707) nos daba escalofríos. La unión era casi tangible, ¿sabéis?, casi podíamos sentir las intenciones de los demás. Aunque todo era metafísica, aquello era otra cosa que nos asustaba bastante: todo se trascendía de nosotros, menos la esencia de lo que éramos nosotros mismos. A veces alguno caía víctima de la ansiedad por este temor, el de descubrir la insustancialidad de nuestras manos, de nuestros cuerpos, de toda nuestra realidad en general; el mundo sensible se nos desmoronaba mientras nos encontrábamos cada vez más metidos en conexiones y procesos mentales (redescubríamos el cerebro, también había un equipo científico observándonos que trabajaba en ello, aunque nosotros nos reíamos de lo que imaginábamos serían sus análisis, vamos, nos reíamos en la cara de la mismísima praxis). Le pasaba sobre todo a él, que se sentía tan conectado a cada uno de sus dedos y había personificado esa conexión convirtiendo sus manos en algo más, las quería. A veces le sorprendíamos mirándolas, desolado, e intentábamos distraerle hablándole sobre música, que era lo que lo salvaba: el hecho de que por muchas conexiones, o proyecciones de nosotros mismos que hubiera en una realidad inteligible, si sus manos no ejecutaban las ideas de su cerebro la música se anulaba en silencio. Cada vez tenía más claro que él jugaba a alterar el silencio, a cambiar y reescribir, no se consideraba para nada un creador. Pero, ¿quién lo es?, la verdad es que hace falta mucho valor para afirmar que puedes ser motor inmóvil en cualquier clase de plataforma, ya sea sensible o inteligible, universal o aislada. El vocabulario también se trascendía a sí mismo de una manera muy extraña, nos dábamos cuenta de que todo eran metáforas y nos volvíamos poco a poco más y más técnicos buscando precisión y agilidad. A veces dábamos miedo. Nos volvíamos nuestras propias células... los sueños se materializaban en objetivos a los que estábamos trabajando para llegar, se suponía que los alcanzaríamos de un momento a otro. La verdad es que observarlo todo tan solo un instante desde fuera era genial, estábamos trabajando en nuestra mente desde dentro para explotar al máximo cada idea y sacarla fuera, hacerla real.
Intentaré no poner demasiado énfasis en la ironía de ese "real", porque los límites de lo real se nos difuminaban por segundos; posibilidad, realidad, recuerdo que se mezclaban.
Recuerdo... todo lo que recuerdo es tan intenso, procesarlo es difícil. Las hipotéticas (pf) paredes que encerraban aquella sala nos transformaban en cuanto las cruzábamos para dar comienzo a nuestra tortura personal diaria, nos volvíamos instrumentos de nosotros mismos; nos pertenecíamos, nosotros mismos y también unos a otros... estábamos tan juntos en aquel proyecto. Menos mal que cada uno apostaba fuerte por aquello que intentábamos (vivíamos hasta tal punto por ello que me atrevo a decir) crear, ninguno habría soportado que se nos rompiera aquello en las manos. Era duro, era difícil, era una locura. Pero nos volvía locos.
Y nosotros estábamos convencidos de que podíamos soportarlo todo, ya lo dije, éramos caprichosos y egocéntricos sin siquiera pretenderlo. Cada uno a su manera, brillaba sin poder evitarlo.




martes, 7 de diciembre de 2010

Él, con su habitual combinación de pantalones de cuero y pecho desnudo, tocaba la guitarra en un rincón oscurecido por el humo de algún cigarrillo. Yo lo miraba de soslayo, con los brazos colgando inertes a ambos lados de mi cuerpo, el micrófono era lo único que daba vida a aquel bulto retorcido que era mi cuerpo, mi puño se había puesto blanco al sujetarlo con tanta fuerza.
Aquella posición era tensa, por muy relajada que pudiera antojársele a mi otra yo, que me miraba mientras tarareaba contenta aquellas canciones de los 90 que tanto nos gustaban. Pensé que era ridículo comunicarle de ninguna manera mi sensación de fracción incoactiva, porque ella era yo. Resoplé mientras la sala adquiría una percepción distinta con el vapor rosa que arrojaba mi tercera yo, la imposible, que discutía muy concentrada con uno de los dobles de él enfrente de una partitura que, me pareció observar en uno de sus vistosos y rápidos movimientos al pasar de las manos de uno a otro, ya no podía tener más flechas, ni nada que pretendiera poder ser leído. Y yo solo podía resoplar; era tan obvio. A mí se me escapó una risa que sonaba a energía digerida, y él me lanzó una mirada enfadada a la vez que me arrancaba la partitura de las manos.
Yo no tenía ni idea de qué pasaba conmigo, pero a él no le estaba gustando nada lo que tanto esfuerzo parecía (por mi ceño fruncido; no sabía que supiera fruncir el ceño) que me estaba costando explicarle. La yo de la respiración agitada y el micrófono estrujado en la mano derecha enarcó una ceja mientras se incorporaba y, sin miramientos, se llevaba el micro a la boca y empezaba a cantar, reconociendo su señal. La ceja era porque era consciente de las ganas que debía tener el él de la partitura de asesinarme, sabía cómo de odiosa podía llegar a ser cuando hablaba con aquella expresión de confianza y certeza. Cantaba como había oído cantar en las canciones de mis queridos Manic Street Preachers, preocupada y letal, eléctrica y destada, me dejaba guiar por aquellos riffs que mutaban cada pocos segundos en manos del él al que le correspondía interaccionar conmigo: el él que llevaba horas haciéndome estremecer con cada giro de su improvisada melodía, esta vez parecía hablar sobre nosotros, seguía una línea de tensión anegada en necesidad y punzante anhelo. Pero en aquel momento cambió y tuve que dejar de prestar atención a nuestros otros yos, incluso tuve que dejar de prestar atención a mí misma, porque me estaba mirando a los ojos y supe que mi voz bebería de ellos para seguir sola... yo me había quedado anclada en él, temblando por la respuesta que podía darme aquella mirada cómplice. Su media sonrisa lo sabía: creció. Yo me inclinaba cada vez más hacia delante, doblándome sobre el brazo que me sujetaba el estómago en un vano intento de contener la histeria, él, a cada segundo un poco más incorporado, a cada segundo sus músculos se tensaban un poco más, sus manos descendían por el mástil hacia agudos inexplorados por aquel baile que solíamos hacer sus dedos y mi garganta. Yo me sentía a punto de estallar, pero entonces él cambiaba el ritmo, giraba el enfoque y estábamos en un paraje de dolor y tristeza desoladora que se transformaba rápidamente en placer y descargas de miedo con inexplicables solos de adrenalina danzando entre mi voz, a veces gimiendo, a veces cantando, otras, tan solo capaz de suspirar. Estábamos tan conectados con la sensibilidad del otro que no nos dábamos cuenta de que los demás habían detenido sus respectivas actividades y discusiones y nos miraban, con curiosidad y asombro. Casi sentí el color azul pato (así se llama ahora a ese tono eléctrico que parece superar los límites entre color y energía) que desprendía aquella melodía, yo volvía a ser tan inconsciente de mi voz como cada vez que llegábamos a aquel punto de inflexión en el que solo podíamos luchar por no romper la música y correr hacia el otro para intentar besarnos y seguir tocando a la vez. ¿Nosotros? Qué va. Nunca nos habíamos besado, en ninguna de nuestras realizaciones a escala real. Éramos difíciles, estábamos encerrados en nosotros mismos, a veces yo pensaba que si pudiera soltar sus manos de su cuerpo y abrir mi garganta en canal tal vez nuestras esencias atrapadas serían libres para volar y llegar a los límites de esa tendencia que teníamos hacia el otro. Luego sacudía la cabeza, asustada, e intentaba formar una sonrisa forzada antes de seguir andando y correr disimuladamente para llegar hasta el batería e intentar alejarme lo máximo posible de él. Todo me alteraba, yo era así. Era tan intransigente que casi puedo imaginar mi alma: ascendente, con forma desequilibrada (pero bella, a la vez, de estética renacentista), cara de enfado y los brazos cruzados sobre el pecho, de mirada soñadora y estricta. Puse una mueca al imaginar un instante aquel cuadro, mientras observaba como mi otra yo cantaba una de las mejores piezas que nunca ha compuesto mientras parecía a punto de echar a correr hacia algún sitio y, oh, dios, como no empezara a parpadear en algún momento íbamos a tener un problema. Esta chica era increíble, pensé. A veces estábamos tan cerca de parecer personas distintas que me daba miedo. La busqué en mi corazón, latiendo a la vez que yo, para tranquilizarme, me daba miedo pensar en ellas siempre como otras personas. La encontré allí, bombeando muy agitada y con la mente totalmente agitada por aquella canción en la que parecía, les iba la vida a ambos. Me eché a temblar e intercambié una mirada con mi "él", con el que había estado ensayando un estribillo nuevo hasta que habíamos tenido que parar porque no nos oíamos bien. Sé que los dos pensábamos lo mismo, ¿qué pasaría cuando tuvieran que ponerle final a aquella canción? Seguro que discutían, siempre pasaba. Pero no eran peleas normales, aquellas tenían gritos y duraban hoooooras... Me senté en su colo y le dejé tranquilizarme con unas caricias en el pelo, como siempre hacía siempre que yo, bueno, nosotras no éramos capaces de cantar. Yo era la más niña, así que él tenía que hacerlo más a menudo, cuando me asustaban aquellas triplicaciones tan extrañas de nosotros mismos. A veces se me ocurría que aquel programa iba a volvernos locos, a los dos. Tenía miedo de que nos rompiéramos y yo las perdiera a ellas dos, después de pasar tanto tiempo fuera de las otras desarrollándonos como personalidades distintas en el mismo entorno. Aquello no era bueno, pensé girando la cabeza con desaprobación. Él me abrazó la cintura, notando que mis pensamientos se iban por las ramas a la velocidad de la luz, como pasaba siempre. Siempre intentaba traerme de vuelta cuando me iba yo sola muy lejos y no sabía cómo continuar, o como dar marcha atrás. Él impedía que me diera un ataque de ansiedad con solo un gesto, y aquello me tenía más tranquila, sabía que no iba a perder el control en cualquier momento. Oh, no. Desconexión. Tendríamos que seguir ensayando en otro momento, fue lo que pensamos todos con rabia muy parecida mientras cruzábamos miradas de seis.
Entonces se nos apagaron los sentidos y perdimos la consciencia otra vez.



lunes, 27 de septiembre de 2010

Algo tenía que acabar

o moriría de vacío. Del mismo vacío que me invadió ayer y me retuvo horas, temblor dulce y frío... no quiero perderte; así que tengo que alejarte.

domingo, 26 de septiembre de 2010

Hoy me sentí sola.

Sola de verdad. Sola como cuando se te vacía el mundo y no puedes encontrar nada ni nadie a lo que agarrarte y todo se vuelve blanco... blanco, y en el medio tú.
Tan céntrica, tan alejada de todo y tan cerca de nada (es que no hay nada) te dejas llevar por el acoso del tiempo, que corre, ansioso, mientras tú estás allí, sola y perdida; te pierdes más.
No sabes por qué duele tanto en el pecho, en lo que es el núcleo de ti, pero sabes que la nueva herida va a ser tu compañera de viaje por la nada blanca. Hay muchos tonos de blanco, pero este es el blanco blanco: frío y estándar.
Fría, descubres que estás sola porque ya no quieres agarrarte a nada. Tu todo podría dejarte atrás sin problemas, piensas. Tu antiguo todo te hacía sentir entera algunas veces, lejana pero siempre unida, aunque fuera, a él. Ahora... se diluye. Suspiras, aire vacío, estándar. Tu todo es nada.

viernes, 24 de septiembre de 2010

Weird

No había ningún sitio al que huir, ni nada que hacer. Se sentía encadenada al silencio, sin poder hacer nada más que seguir mirando; queriendo ver más detrás de aquellos singulares, de aquellos gestos; únicos, suyos.
Si era en su presencia, la melodía más suave se incendiaba; si le gustaba a él se convertía en hipnotizante psicodelia. Él era frustrante y limitado. Para ella. Le frustraba no poder captar su atención por mucho que elevera la voz, por mucho que bailara. Él solo parecía tener ojos para... para nada, él solo tenía oídos. Y solo oía voces, y voces; voces claras, finas, voces transparentes.
De algún modo ella había llegado a sucumbir al encanto de las voces que, descubriría, él adoraba; atravesaba aquella época de fascinación colorista, ¿sabes?. Ella era así. Pero hablábamos de él y sus limitaciones, para nada limitadas. Él... nunca dejaba de ser él. Y ahí estaba el límite. Lo demás era eterno, sin asíntotas ni tendencias. Solo él. Él y él.
Se enfadaba (ella), porque era impenetrable. Él... oía murmullos pero ni siquiera advertía la música de circo, ¿acaso era posible? Parecía que sí. Parecía... parecía que le faltaba el aire, con tanto suspense y dilatación temporal. Echó a correr y no paró hasta llegar a la seguridad de los árboles y la noche, en un lugar donde cálidas farolas eran el sello de un pacto entre la oscuridad y las tinieblas. Aquel lugar la envolvía, decía ella. Era grande, era, era lo único que conseguiría llenarle los pulmones a ella si luchaba contra ansiedad. Era verde, pero no todo se trataba de ser. En aquel lugar estaba la magia de un lugar diferente, estaba... la luna y su mirada, atenta, cautelosa al danzar por un espacio de encuentro secreto anunciado al viento. Luna llena y miradas vacías, pensaba ella al sentir el impulso de acercarse más a la nada que caminaba a su lado. En aquel lugar había un templo blanco, y se encerró en él durante horas que avanzaban tortuosas, en círculos. Necesitaba bailar y liberarse del silencio. Con cada golpe, con cada giro su cabeza intentaba espantar el zumbido de suave interferencia que dejaba el perfume de uno y la dulzura del otro, pero no se podía bailar con gestos secos. Así que dio un paso, dio otro, y, con aura de celo, capricho, miró alrededor antes de liberarse y atrapar al espacio para guiarla allá donde quería ir. El tiempo... el tiempo se escurrió con cuidado, lento, dejando las traiciones para otro día.
A veces se dejaba caer contra una columna, derrotada y temblando; agitada por un llanto fino; transparente. Se levantaba armada de vacío y miedo, pero se caía otra vez sobre la columna de frío mármol, le daba paz. La arañaba y no pasaba nada. Se acordaba de él y la golpeaba fuerte, reclamando una queja, un abrazo y su simple presencia; todo a un tiempo. Así de perdida estaba, susurraba entre dientes mientras recorría la superficie redonda caminando con furia, inclinándose a veces peligrosamente fuera de las finas balaustradas que blindaban su refugio.
Inacabado, como siempre, solía decirle al vacío antes de emprender la vuelta a casa, acompañada de los primeros rayos de luz. Todo es una historia inacabada.
"Y yo necesito salir", decía algo en su interior. Acabar de una vez. Y vivir bailando, recorriendo en círculos su sitio blanco, solamente dejándose llevar por el vacío y cada cosa que afloraba a su mente.
Acabar... pensaba. Y siguió pensando.

De repente se me ocurrió

si fueras más clara con tus acciones, tal vez el mundo te devolvería una reacción menos difusa.

lunes, 20 de septiembre de 2010

No me preguntes por qué,

pero quiero saberlo todo. Por qué había un cuerpo tirado en el suelo y tú solo podías esperar a la persona adecuada.
Me da igual por qué lo hiciste, pero quiero saber la historia. Y si alguien, alguna vez, viene a decirme que sabe mucho de ti poder decirle, sí, soy especial para él y, obviamente, ya lo sé.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Weird

Era azulado y detonante, como una bomba expansiva. Tenía un tinte amargo hacia el final, pero, no sé, era como si aquello fuera la realidad "buena" por encima de cualquier otra. Tenía ganas de compartir contigo mi secreto, y, a veces, soñaba con llegar a tu lado y contártelo al oído a solas en tu habitación. Después imaginaba tu cara. Una cara ilusionada y sorprendida a la vez que triste, cansada como solo puede ser la tuya.
Estaba encerrada en aquella habitación más pequeña porque no quería salir y pensaba en ti, en qué harías. Seguramente estabas corrigiendo algún escrito sin sentido, de esos que te gustaban a ti, pensaba. Me agobiaba pensar tanto, ¿sabes?
Estabas muy lejos. Y no parecías cansado de estar lejos. Cuando halaba contigo te reías mucho, y cuando no, pues, no sé. A lo mejor también te reías mucho. Estabas tan lejos.
Soñaba con las vacaciones para despertarte saltando sobre tu cama blanca y grande. No sabía para qué necesitabas una cama tan grande para ti solo. Me acuerdo cuando te mandé a dormir al sofá con esa excusa. No parabas de reírte, de contestarme que durmiera yo en el sofá y te devolviera tu cama blanca, grande. Discutimos tanto que al final peleamos con almohadas y nos tiramos en la cama riendo y tratando de recuperar el aliento, mientras dábamos los últimos almohadazos. Al final yo me quedé dormida... y tú no te fuiste al sofá.
Pero al margen de la mañana siguiente, me robabas el portátil siempre que me ponía a escribir. La verdad es que odiabas que no te prestara atención. No lo entiendo. ¿Por qué ahora pareces tan feliz? Hace ya mucho que no hablamos y casi no me acuerdo de ti. Menos cuando me acuerdo. Entonces lo hago muchísimo. Es horrible, detonante.
Preferiría volver contigo. Te perseguiría al sofá... o a donde fuera.




martes, 14 de septiembre de 2010

Tiene lo peor de cada una:

Los gestos merengados de una, agudos y refinados de otra, el don de aburrir al hablar de la primera.
La monotematicidad de una y de la otra, en fin, esa manera de decir una misma cosa mil veces para reafirmarse sobre los demás. Se te pega.
No sé, es horrible y me pone nerviosa. No sé a qué atenerme, ¿sabes?
A veces parece que, a su lado, el color naranja no puede ser tan malo.

Primer día

sobre... ruedas. Al principio tenían tembleque, pero después la física se encargó de enderezarlas y hacerlas vibrar con cada giro.

domingo, 12 de septiembre de 2010

jueves, 9 de septiembre de 2010

-Suéltame.
Negué con fuerza, moviendo la cabeza como podía sin apartar la cara de su pecho.
-Ana... lo digo en serio.
Me aferré a su espalda.
- Si te suelto... tú volverás a estar ahí, mirándome desde muy lejos mientras yo intento alcanzarte y tú te alejas cada vez más. Y no quiero. Si te suelto ya no serás mío nunca más, y yo pareceré una persona horrible por echar de menos que lo seas... si te suelto, si te suelto... si te suelto te irás.
- Basta.- Me separó de él de un empujón y me sostuvo por los hombros, con mirada dura y manos que hacían daño.- No tienes derecho a decir... ¡no tienes derecho!
- Ya lo sé. - Sollocé.- No tengo derecho a quererte.
Algo en él se relajó de golpe al comprender mis palabras, y agachó la cabeza de pronto, derrotado.
- No es eso. Te perdoné. Me perdonaste. Tienes derecho a todo. Yo... yo solo...
Se sentó en el banco de la fuente, arrastrándome a mí con él; mis hombros aun estaban atrapados. Yo le miraba, impotente. Los dos sabíamos que aquello no funcionaba. Fuera lo que fuera, los engranajes que antes habían cuajado con impresionante facilidad, ahora avanzaban a trompicones, cada vez más atropellados por los intentos de ambos de acompasar su ritmo.
Nos miramos largamente, por primera vez desde hacía meses. Nuestra historia se contaba así, en febrero, marzo y después abril, atascados u odiándonos, luego intentando ser amigos de nuevo. Por alguna razón yo era especial para él y él nunca me soltaba del todo, por alguna razón él... era especial para mí y yo jamás conseguía soltarme de él.
A lo mejor por eso era tan difícil mirarle a los ojos, decidí mientras tragaba saliva y me esforzaba por no traducir mis pensamientos a un lenguaje que pudieran leer sus ojos. En aquel momento suspiraba.
- Ven aquí. - Sus brazos cedieron y yo me estampé literalmente contra su torax otra vez, pero no me importó y le abracé con más cuidado que antes, rozando su cuello con mi mejilla, cariñosa.- ¿Por qué...? - Los dos nos preguntábamos lo mismo. Por qué no funcionábamos juntos y sin embargo era tan difícil estar separados, a lo mejor.
Yo no podía contestarle. Me mordí el labio, indecisa.
- Danos tiempo- Pedí, defendiendo nuestra extraña relación sin saber muy bien por qué. Él rió y me besó la frente. Yo me estremecí, él lo notó. No quise ver su mirada de horror y me hundí más en su cuello, asustada de su reacción.- No, no... no es lo que piensas.- Respiré hondo. Tenía que ser sincera con él de una vez por todas; me aparté de su cuerpo imantado despacio y le miré a los ojos.- Te quiero. Te quiero muchísimo. Pero sigue sin ser lo que tú crees. Tú crees... que estoy enamorada de ti, que quiero volver a donde empezamos, que me arrepiento de haberte apartado, tú crees...- Paré, en su mirada empezaba a intuir un deje de comprensión. Calma, pensé. Bajé un momento la mirada, iba a ser más difícil de lo que había pensado.- Lo que pasa es que tú no lo sabes. Tú no lo sabes, pero eres mi hermano mayor- Solté de un tirón, y luego me levanté muy rápido y eché a correr hacia los arcos y las puertas antiguas que me dejarían escapar de él y toda aquella pesadilla. Pensé que si cerraba los ojos muy fuerte igual me despertaba en la cama, a unos cuantos metros de aquel jardín. Los volví a abrir para no caerme mientras corría; no estaba funcionando. Me mordí el labio y maldije; ya estaba despierta.
Pensaréis que estoy loca, pero lo de haber estado dormida habría sido una posibilidad real, no era la primera ni la segunda vez que me pasaba. Mis sueños... eran muy reales, y a veces la línea entre el sueño y la vigilia era tan fina que en ocasiones me descubría a mi misma haciendo un examen y de pronto despertaba en cama sobresaltada por el despertador. Era confuso, pero a la vez muy fantástico.
Así que cuando empujé la puerta de la residencia y esta no cedió no me sorprendió no encontrar las llaves en ningún bolsillo. El caos, el desorden eran tan habituales en mí.
Intenté aporrear la puerta, pero su mano ya estaba allí para impedírmelo y tirar de mí. A regañadientes, me di la vuelta agachando la mirada, avergonzada y llorosa. Tu otra mano me obligó a levantar la barbilla y enfrentarte. Con pánico, te miré por fin. Sonreías.
Entonces hiciste algo que siempre hacías, algo que me golpeó muy dentro e hizo que mis últimas fuerzas me abandonaran: me abriste los brazos para que yo me lanzara y te abrazara.
Te miré notando como las lágrimas resbalaban por mis mejillas a pares; intenté dar un paso y tropecé. No pude evitar reírme ante la cara de horror que siempre ponías cuando pasaba aquello. Yo llevaba un mes enferma, y las alucinaciones, los mareos y los desmayos eran lo habitual. Como siempre, me recogiste a tiempo y me alzaste con facilidad insultante. Yo me escondí en tu pecho y esperé a que abrieran la puerta para que pudieras llevarme a mi diminuta habitación, meterme en la cama y marcharte. Marcharte. No quería que te marcharas...
De algún modo entendiste mi estremecimiento y dijiste "shhh" en mi oído. No podía callarme si no estaba hablando, protesté yo con la mirada. Él me miró de soslayo, burlón, y luego entró por la puerta que se acababa de abrir, como por arte de magia. Fruncí el ceño. ¿Seguro que no estaba soñando? Solo cuando ya estábamos dentro vi a la niña que cerraba la puerta y salía corriendo envuelta en un vaporoso camisón blanco, idéntico al que había hecho mi abuela para mí cuando tenía su edad. Supe enseguida que aquella niña no podía ser otra que yo, recreada por la alta fiebre, muchos años atrás. Me miré correr por los inmensos pasillos y me sonreí cuando la niña, asustada, se detuvo ante mi puerta. Me miré. Me miró. Al final cedí y la dejé marchar, y en cuanto ella se dio media vuelta, riendo y saltando como me hubiera gustado hacer a mí si ahora tuviera su edad, me eché a temblar en brazos de Ángel. De pronto tenía tanto miedo. Él vio que miraba al vacío y nos sentó muy rápido en la cama, asustado y sin saber como reaccionar. Odiaba verle así, con una mirada impotente e inundada de dolor por mí, pero le necesitaba demasiado en aquel momento como para tragarme mi pánico y dejarle marchar.
No tardé en empezar a emitir gemidos y pequeños gritos de horror; él me abrazaba. Me abrazó como nunca lo había hecho, buscando el contacto y acercando mi cabeza a su pecho con una mano protectora en mi nuca. Me mecía como a un bebé, me di cuenta enseguida, y supe que iba a ser un padre genial.
Cuando me di cuenta él se había recostado contra el cabecero de la cama y yo, tumbada contra él, ya no gemía ni gritaba; lloraba desconsolada y sin saber por qué. A lo mejor precisamente por eso: ahora nunca sabía por qué. Todo era un dibujo sin sentido, mis metáforas flaqueaban cada vez más, lo más intenso se volvía pálido y lo pálido se desdibujaba y desaparecía ante mis ojos.
Estaba perdida. Los dos lo sabíamos; él era tan diferente a mí. Siempre me había preguntado como era que él podía entenderme desde tan lejos. Lejos. La palabra me pinchó en el pecho y me aferré a su jersey temblando.
- Tienes fiebre muy alta. Te pondrás bien. Tranquila... no voy a ir a ninguna parte. - A veces me llegaban palabras preocupadas, algunas ni siquiera tenían sentido. Yo intentaba poner toda mi atención en escucharle, en seguir el hilo de sus frases para escapar a la fiebre y la honda tristeza que, sin saber por qué, me oprimía el pecho.




Estoy curada.

Tengo miedo de estar... demasiado curada.
Aunque ya no me hace daño verte como antes, aunque esa parte de mí que te rechaza y se pone furiosa con tu simple mención se haya calmado, ahora verte... duele de una manera distinta.
Como un torbellino azul que se deshace en serenidad y llora las últimas líneas del trazado lentamente, las ve escurrirse hacia la nada y de pronto solo queda eso, una sensación de vacío azul muy claro, degradado del torbellino azul inicial.
Siempre dije que la compresión es dura; sí, el agobio retuerce ánimos; pero la descompresión lo es mucho más: mucho, mucho más dura. Ya no estás obligado a nada, no tienes plazos que cumplir y no puedes dejar al margen tus emociones como si no tuviera que ver con ellas, porque, es eso precisamente, ahora se trata de ellas... y solo de ellas. Y a las emociones no puedes obligarlas a cumplir horarios ni alcanzar objetivos. Ahora se trata de ti, y estás tan cansado. Sientes todo lo que eres tú mancillado y dolorido por el pasado estrés, y dejar la mente en blanco solo recalca más la situación anterior en vez de calmar la actual. Es una espiral mental, y claro que es difícil encontrar una tangente por la que escapar, pero esa es tu única preocupación ahora. Respirar hondo y obligar a la pescadilla a dejar de morderse la cola, obligarla a nadar en linea recta y, bueno, llegar a donde tenga que llegar.
El precio de la compresión es alto. Así que esta vez vas a intentar que no sea tan drástica ni tan rápida, para no hacerte tanto daño por el camino. Y así no tener que curarte... porque en cuanto estés curado habrá espacio para que algo nuevo (nuevo y horrible) nazca fruto del proceso curativo. Fruto de quien esté a tu lado (tiemblas). Suplicas no volver a quererle, sería horrible y esta vez estarías sola en el camino. Estás tan perdida que ni siquiera sabes lo que quieres. Ahora te consuela que una nota que nunca cesa llame por ti a un ángel que te salve; te hace sentir como si algo se estuviera moviendo lleve años parado.
Es una nota tan fina y tan aguda que parece tener el poder de alertar corazones lejanos del peligro y guiarlos, suavemente, hasta donde tú estás. Mientras juegas con el artífice del sonido sagrado, sonríes ante la posibilidad de que alguien, muy lejos, sonría a la vez que tú al intuir una nota imaginaria en el aire. Todo se corta, pero el cascabel seguirá sonando mientras tú te muevas, demostrando que luchas y no te rindes, que no estás sola y que vale la pena luchar por quien luchas. Sea quien sea, el cascabel te apoya, suena, y suena, y suena más. Suena todo el tiempo, porque ahora es parte de ti y de tus sueños... sonidos lejanos lo atraen, otros de cerca lo espantan, es tan puro; me gusta pensar que tiene algo de sagrado.
Sonríes y depositas un beso en su agujereada superficie pensando en quienes lo hicieron llegar hasta ti y el por qué de que ahora tintienee, en tu cuello, feliz. Por un sentimiento...
Todo es por un sentimiento.

martes, 7 de septiembre de 2010

Criogenizar es antinatural

así que no esperes que la naturaleza te ayude.

Amor criogenizado.

Lo que quería decirte es que estoy segura de quererte. No me mires así, no es que esa algo muy difícil de adivinar; te lo habrá dicho mucha gente. Intento explicarte que, por muy obvios que sean mis sentimientos, yo no puedo sentirlos.
Cada vez tu mirada está más lejos... tengo que pedirte que me escuches; ya no sé qué más hacer. Un día te pregunté si confiabas en mí. Te pregunté sin pensar, pero entonces tú me contestaste; "sí". Aun recuerdo lo perdida que estaba tu mirada mientras decías aquel sí, y claro que me pregunto si cada paso que dabas hacia mí lo movía un afecto leve y sincero o una ridícula lástima, pero ahora tengo que pedirte que confíes en mí. Sabes que te quiero, pero no sabes que ya no te siento.
¿Cómo explicártelo?, yo tenía tanto miedo de que pasara. Cada vez que mirabas en mi dirección yo me encogía y a la vez me sentía grande, entorpeciendo el camino de tan fina mirada. Tus ojos siempre fueron tan brillantes. Los ojos de un ratón ilusionado, me gustaba pensar cuando te espiaba desde una esquina, riendo cada una de tus habituales peculiaridades. Eras... un mundo heterogéneo, a mis ojos, un mundo en el que sumergirse y empezar a ver... ver más y distinto a cada milímetro de profundidad, mirar más dentro y temblar ante unas entrañas vivas, vibrantes; eternas... eras inabarcable. Ahora recuerdo que me gustaba perderme por tu cuerpo; un rato en tus labios, otro en tu mandíbula. Para mí eras así, sin sentido y genial.
Pero cada vez te conocía un poco más, pasabas de ser una cara extraña a una cara amiga, y yo pasaba de mirar tu atuendo desaliñado de pasada a buscarte entre la multitud con una urgencia inexplicable para mirarlo, para mirarte a ti en él e intentar entender tus raras formas un poco mejor. Aquellos días en que nuestra rutina juntos aun no había cuajado y tú eras para mí un imán cada vez más atrayente no fueron fáciles. Era duro ver cómo yo te buscaba ansiosa y tú solo ansiabas no encontrarme en tu camino. Me dejé llevar, y durante algún tiempo tus susurros me acunaron, tus labios mojados se clavaron en mi memoria y se colaron hasta un subconsciente esperpéntico que se acostumbró a soñar sobre mojado. Pero cada vez me dejaba llevar más, y la parte de mí que vivía para sentirte te necesitaba allí cada vez más para hacerla vibrar con tu mirada y calmarla con tu sonrisa. Un día me confiaste tu canción favorita y chilló de alegría, ¿entiendes? Te tenía cerca y te echaba de menos, te tenía lejos y a veces pensaba en tu esencia clara. Algo pasaba y, como siempre, me di cuenta cuando ya era imposible frenarlo: te quería, y te quería muy cerca. Contigo todo era urgencia, eran vísceras, ¿sabes?, nada que yo pudiera controlar o erradicar de mi cuerpo, porque era cierto y era continuo; una reacción enzimática ya en marcha y no un libro muy interesante que puedas cerrar con voluntad de hierro; química y no literatura, aunque a la vez tú un personaje de cuento sin carne o hueso que alcanzar si estirase la mano; literatura y nada de química.
Vísceras, despotricaba yo cuando ya no podía aguantar más buscándote siempre como un satélite extraviado. Pero tú no te dabas cuenta. Nunca te diste cuenta de aquello que crecía en mí: de que no te miraba como siempre, de que contigo mi risa mutaba. Tú tienes esa capacidad, de entender filosofía y no literatura; quiero decir que a veces tu actitud pausada y volcada hacia dentro te puede jugar alguna mala pasada. A veces no te das cuenta de cosas obvias.
Entonces fue cuando necesité desprenderme de todo, del sentimiento y de todo aquello que quedara más allá de ti. Me decidí... no, no tengo un por qué, pero simplemente sabía que desearte mientras tú besabas a otra persona iría escarbando en mi alegría hasta destrozarla, y aquel viaje había nacido para ser genial, inolvidable. Yo no quería recordarlo mojado en lágrimas, ni tampoco deseando tus labios cuando bebías café, así que fui valiente y me atreví a decir en voz alta que ya no te quería, que me daba igual si la ilusión de tus ojos se apagaba un poco o sí llegabas tarde a clase por estar con ella. No tenía que preocuparme de aquello, de todos modos; tu mirada cada día era más feliz, con ella tan cerca.
Yo la miraba con pena y me preguntaba hasta qué punto sería estética, hasta qué punto vísceras... hasta qué punto habría sido lo que le era más intrínseco a aquella niña con cara de ángel lo que le había hecho quererla a él. No entendía, y tampoco quería ni tan siquiera buscar la respuesta. Sería horrible de todos modos; me daba miedo descubrir lo superficial que podías ser. Superficial... de algún modo, el hecho de que fueras así me habría clavado algo muy dentro; no porque fueras tú. Me habría sentido sola, ¿sabes?, muy sola. Al margen de ti no era una buena época, estaba rota por dentro en pedazos difíciles de contar... sabía que nunca volvería a ser una, y estaba harta de soñar con la luna, a una distancia insalvable, pero sin intentar alcanzarla más que allí quieta, suplicando que advirtiera mi presencia alguna noche, noche tras noche muchas, muchas noches; mi luna era inalcanzable y yo lo sabía. A veces solo deseaba encontrar unos brazos seguros en los que llorar. Deseaba muchísimo que no te hubieras fijado en ella, habría sido genial. Pero sí, estaba muy perdida, por aquel entonces. Tan perdida... apareciste tú, y tu olor natural me llamaba y me obligaba a moverme. Incluso ahora, quedándome dormida, sé que es una historia fea y con unos dolorosos puntos suspensivos por final, sé que es desalentadora y horrible, pero es que es mi historia. Y si nunca te la cuento, nunca voy a poder salir de esta horrible, desalentadora, fea historia, nunca voy a poder avanzar. Porque lo que tú no sabes es que en el momento en que decidí no quererte más, el instante en que cerré los ojos muy fuerte y me solté, algo se paró. Como con un último latido, algo muy denso y liviano se frenó de golpe y ya no sentí... nada más. Desde aquel día ya no me resisto a las vísceras, están muertas; ya no me hacen temblar, ni llorar. Ahora lloro por desidia, porque sigo siendo consciente de que si no los hubiera matado, mis sentimientos seguirían ahí, como sé que... de algún modo, aun siguen.
Sé que solo están congelados, y si algún día volviera a pasar el suficiente tiempo contigo el frío se templaría y tendría que volver a lidiar con ellos hasta olvidarlos, o yo qué sé.
Pero de momento no. De momento solo puedo intentar desplazarlos con cuidado por mi interior, así, en forma de tosco hielo, para que no se rompan ni se pierdan y yo vague para siempre buscándolos por algún corredor oscuro; algo me dice que tengo que cuidarlos hasta que vuelvan a a latir.
Así que... sí, te quiero. Pero si vuelvo a ver a ese sentimiento depende solo de ti, porque estoy ciega, sola y perdida. Te necesito para salir de aquí. Porque necesito salir. No puedo quedarme para siempre esperando a que la historia cambie y se vuelva bonita por arte de magia, no puedo... no puedo cambiar que la miraras a ella y no veas nada en mí.
Llevo perdida mucho tiempo y tengo ganas de llorar, me ahogo por ti desde hace meses y lo único que puedo hacer es morder brazos y fingir que no importa, que algún día descubriré algo nuevo que me ayude a brillar en tu mundo, para que me veas y pienses que a lo mejor te equivocaste conmigo.
Seguro que nadie te ha declarado nunca su amor diciéndote que te quiere aunque no te quiera, pero yo no sé qué hacer y me ahogo, desde el primer día. De poder elegir elegiría borrarlo todo y decirte lo que siento antes que ella, así que decidas lo que decidas, ayúdame.
Dime que nunca me querrás, dime que me odias; sácame de aquí.
Trae lo que sentía de vuelta y después destrúyelo para siempre; luego, desapareced, tú y tu mundo heterogéneo.

sábado, 4 de septiembre de 2010

4 de septiembre; boda.

Un día tan esperado no tiene más remedio que sorprender.

jueves, 2 de septiembre de 2010

2 de septiembre

Es el día después del 1 de septiembre, el día en el que el mundo se desestabiliza y se desencadena lo inverosímil.
El 1 de septiembre es especial. Es, tal vez, el único día en el que puedes saber a ciencia cierta lo que está pasando allá, en algún lugar de Alemania, e intentar velar por esas sonrisas que, sabes, se suceden a lo largo de todo el día. Te sientes caer, y a la vez intentas mantenerte firme y alegre en un día tan... especial, porque es su día y quieres disfrutarlo con él.
El 1 de septiembre quieres ser suave y serena, pero lo intentas con tanta firmeza que al final solo pareces nerviosa y un poco histérica. Aun así te gusta, porque es una pose distinta a la de cualquier otro día. Adoras las poses. Pero, claro; no dejas de sumergirte en esa tristeza que te empapa al recordar cuando vivías tan solo por el aliento de su voz, intacta por aquel entonces.
No había una interferencia en su camino, era nueva y brillaba allá donde fuera. Cuando miras atrás te acuerdas de cómo te cegaba esa luz, cuanto te hacía querer seguir mirando, querer... seguir cegada; estabas fascinada.
Y también ves unos de septiembre, que se suceden... a veces parece que son eternos, y que el siguiente también te sentirás tan lejos de su protagonista como te has sentido todos, parece que por mucho que corras, por mucho que te esfuerces, como si fuera un mal sueño, nunca llegarás a alcanzarle. Los unos de septiembre son traicioneros. Deforman el tiempo y el espacio; o tal vez lo mantienen dolorosamente intacto.
Por eso es importante esperar al 2 de septiembre. El día siguiente... ya no te sientes en el cenit de algo irrepetible y dolorosamente trascendental, ya no sientes que tientas al destino con cada paso que das. El 2 de septiembre estás a salvo.
Eres una persona completamente distinta al día anterior, y te tachas de idealista e inmadura al mirar solo unas pocas horas atrás. También, ladeando la cabeza con desaprobación, descubres cómo de importante (mucho) ha sido el día 1, y lo que eso significa. Pero eso es algo de lo que no te gusta hablar. Sacudes la cabeza, incómoda.
A cada día, más lejos del día 1, de vuelta a una rutina totalmente carente de él y su voz.




jueves, 26 de agosto de 2010

Ya no sé escribir.

Hay algo que lo corta todo. Simplemente... no fluye. Ahora solo sé escribir con la vibración de mi garganta, así que me agarro a cada nota como si la vida me fuera en ello, y cada bocanada de aire me asfixia y me llena como si fuera la última, corta e insuficiente.
Es un cambio de ritmo y medio billón de frases inconexas; me doy cuenta de que cada vez que nombro aquellas dos palabras ajenas y a la vez tan propias es como si me vaciara de golpe y reviviera el momento de la congelación otra vez. El momento en que tuve que alejarme de la sonrisa insulsa que me llenaba de soledad y felicidad a un tiempo. Era tiempo de cambiar, de tomar decisiones y desprenderse de lo que, en consecuencia de estas malvadas elecciones, no puede ser.
Y cuando lo sueltas, con una lágrima seca en la mejilla de la noche anterior, de repente estas fría otra vez. Ya no sonríes, ni te ríes de aquella forma tan diferente, esa forma de reirte que no es para ti, la que quieres que oiga otra persona. Ahora... es risa impersonal.
Luchas por seguir arriba, en la cresta de la emoción, sufriendo cada segundo atada a la realidad sin echar a volar hacia su mano en tu imaginación, pero eres frágil y no consigues llegar entera al segundo cincuenta y nueve. En un minuto cambia todo, pero él te sigue mirando de la misma forma, con la misma suavidad y el mismo cuidado ante tu incoherencia, tu intensidad incendiada.
No sabe. No sabe que ya no te dejas acunar por ese olor que trae de su tierra y no de un frasco de cristal, no sabe que marcas las distancias y te encadenas a la tierra para no dar un paso más. Para no rozarle el brazo. Para no pronunciar las palabras mágicas sin darte cuenta en un suspiro. Las palabras que podrían destrozarlo todo.
Pero sacudes la cabeza y te centras en el presente, en el momento y en interpretar bien tu papel a su lado. Tienes que ganártelo, te recuerdas. Es todo tan lento... todo sigue siendo muy tierno a su lado. Tiene cosquillas y te pide abrazos, en cierto modo ya no te teme. Te alegras pero no das tu brazo a torcer; te sigues conteniendo a ti misma a cada instante.
No es fácil frenar algo tan simple y sincero. No es fácil destruir la belleza de lo que te inspira su presencia. No es fácil ganarle al deseo. Pero aun así lo intentas, porque has tomado una decisión. Quieres creer que esta vez es la adecuada, que ya no hay vuelta atrás, así que cierras los ojos muy fuerte y luego los abres: ya no lloras. Hay lágrimas secas en tus mejillas, hay sombras bajo tus ojos, que confiesan una noche sin dormir, pero tu mirada está muy fría; tan clara, tan serena. Casi tanto como muchos años atrás, cuando todo era tan perfecto como una obra de teatro renacentista. Eso te da miedo, pero aprietas los labios en una línea fina y, cada vez más pálida, sonríes un adiós.
Ese es el momento en el que todo cambia. Cuando miras hacia atrás, con la boca entreabierta, como en trance, y le ves, solo te invade una nube de suave tristeza. Suave. Sonríes, tranquila. Ahora todo está bien; tú, él. Sabes cuánto le quieres, pero ya no lo sientes. Solo notas un agijonazo en la garganta, muy abajo y muy dentro.
Abajo, dentro... está atado. Sacudes la cabeza, resuelta. Atada, te puedes controlar.

miércoles, 18 de agosto de 2010

No sufras.

Dale tiempo al tiempo, y al tiempo, mas.

lunes, 16 de agosto de 2010

Pensar.

Actuar.
Pensar.
Actuar.
Pensar.
Actuar... sentir y actuar. Actuar. Fingir, vamos. Emular. Actuar... sentir y actuar, en una batalla interna imposible.

viernes, 13 de agosto de 2010

A veces pienso en blanco.

Para cuando le pongo algun color ya es tarde y todo es gris... a veces, a veces me gustaria no tener que ensuciar ningun color, pero el degradado es natural y el pincel lo mueve un pulso fragil.
A veces estas solo tu y tu voz, de color musica y detonante, alucinogena, se infiltra hasta lo mas hondo y bloquea, arrastra, me atrapa... y ya no estoy.
Pero otras veces, solo otras , tu voz esta muy lejos. Como hoy.

jueves, 12 de agosto de 2010

Idiota.

Nunca sabré por qué pero cada vez que te miro hay algo que me hace sentirme lejos, dolorosamente lejos de la fina línea de tu mirada.
Infinitamente cambiante, mi voz se tuerce y en sus mil y un excéntricos tirabuzones se pierde... y ya nunca te llega.
Con tu pelo, y tus gafas, y tus ojos de ratón. Eres un idiota. Pero la verdad es que algo en ti ha hecho mutar mi risa. Y cuando me ría así, me gustaría que estuvieras ahí para escucharme. Pero como eres un idiota, nunca te vas a fijar en que ya no me río como antes. Porque eres un idiota. Un verdadero idiota.
Un idiota genial.

domingo, 25 de julio de 2010

Room on the third floor.

Espero que no sea demasiado tarde.

jueves, 22 de julio de 2010

Pues nada.

Voz frustrada hacia el avismo, le gritas tu desgracia a un vacío distinto: ya no es plano, ya no es llano, no es libre, no se desata con tu mirada. Nunca más.
Ya no... ya no voy a poder mirarte a la cara para decirte que ojalá fueras mi hermano mayor, y quién sabe cuánto tiempo más acarrearé tu sombra.
No quiero. No quiero llevarte conmigo, quiero abandonarte aquí, destrozar tu esperanza... olvidar tu aroma y embotellar tu esencia en una botella lanzada al mar... observarla marcharse, y luego, no mriar atrás.
¿Sabes? Contigo, me sentía una niña a salvo de cada uno de sus miedos insondables. Los míos eran imposibles, eran constantes, eran, eran mi sombra. Por más que corría, sentía que no se despegaban de mis pies. Corría, y corría más, pero la angustia nos perseguía de cerca.
Me pregunto si a ti te hubiera gustado ser mi hermano mayor, y así estar unidos por una cadena invisible del más puro metal.
Me pregunto... ¿me hubieras "adoptado"?
Aún no sé quién eres, pero ya sé cuánto me importas.

miércoles, 21 de julio de 2010

Vaciarse.

Vaciarse del todo. Como en un cuento, echarse una cucharada de vacío en la cabeza y obedecer la orden del tónico mágico; llorar hasta que amanece.
Vuelves a ver el sol, la luz te acuna pero también te asusta, suplicas... ojalá fuera aún de noche. No sabes por qué. No sabes por qué tus lágrimas se pierden en un pliegue de la almohada que lleva a muchos kilómetros al Norte, en una espiral difusa de sueños, cartas y saludos a años luz de distancia.
Si fuera todavía de noche podrías hundirte en tu almohada, soñar que te hundes para siempre y te desatas de todo para no volver. Si supieras desatarte del todo no tendrías tantos cabos medio sueltos cerca, enredándose en tus pies y haciéndote caer... siempre caes cuando es importante no caer. ¿Significará algo? ¿Te conducirán tus caídas impidiéndote y dejándote llegar a sitios según el momento estratégico en que tropiezas? No puedes saberlo. Cierras los ojos, y te hundes más.
Sueñas. Sueñas que abrazas a un niño pequeño, de tez pálida y desordenado, abundante pelo negro. De ropas manchadas de barro, balón en mano y sonrisa pintada en la cara. Dos hoyuelos la atrapan.
Suplicas... suplicas... suplicas. Ojalá puedas llegar un día a ese jardín, con ese niño y su balón, y ojalá al darte la vuelta su padre esté entrando en casa con el ruido de mil maletas y puedas abrazarle. Suplicas, suplicas.
Suplicas... su voz te guíe hasta el jardín secreto.

Así que esto es lo que ve mi hermana todos los días.

Una habitación verde con cables por todas partes y un sol que lame paredes, haciéndolas brillar e inflamando de una manera muy natural cada pedacito de la sala.
Como el espacio entre la libertad y las cadenas de los estudios es tan sutil, debe pasarlo mal en los trámites entre un sitio y otro, pienso. Pero, por otra parte, quién no.
Tengo una hermana. Es muy aplicada, muy concisa, ¿sabes? Como si en cada momento de su vida estuviera haciendo algo útil y necesario sin pretenderlo. A mi lado, que soy muy difusa, parece casi una heroína. Aunque soy mayor, a veces me gusta fingir que soy su hermana pequeña y dejar que me mime con su actitud de "paso de ti". Me encanta molestarla, aunque mi hermana es una moneda de doble cara... y la cara b), es todo uñas, dientes, y la voz más estridente que he escuchado jamás.
A veces, cuando la oigo cantar distraída mientras hace otra cosa, me entran ganas de llorar. Tiene la voz más increíble... de toda la casa. Aunque no tiene mi juego con las palabras, lo tiene todo con esa voz limpia y aguda. Su voz es tan fácil. Pero fuera de comparaciones, que en realidad no significan nada, lo que importa, lo que atrapa, lo que me encanta es que su voz es preciosa.
Mi hermana vive en una cajita de cristal. Mis padres la construyeron para ella desde que nació, porque transmite casi tanto con su voz como con su llanto, y siempre lloró muchísimo. Así que hasta que se rompa tengo que cuidar esa caja, porque es invisible, para todos ellos, e intentar que la vean es muy difícil... llevo intentándolo desde que nació, también.
Aunque dentro de esa cajita, ella es todo materia prima de increíble calidad: sus ojos, su pelo, su voz, su tez; tan pálida. Para casi todo lo que hace tiene un don: para dibujar (tiene un talento genial, y no hace más que modelarlo y doblegarlo, lo que, si cabe, es mejor), para bailar (no tanto como su hermana, pero sí de un modo diferente y comparable), para tantas cosas.
El problema está en que además de su don con el dibujo, modela y doblega poco más. Baila cuando le apetece, escribe también, pero a su aspecto le dedica poco o nada de esfuerzo. Pero supongo que a su edad todos lo hacíamos. Yo, por mi parte, no consideraba la estética un arte. El resto, por la suya, supongo que no lo consideraba importante.
El caso es que mi hermana es la que lo modifica todo; yo, tengo el don para embellecerlo. Para mí la belleza no tiene por qué ser bonita. Puede ser incluso abrupta.
Pero me estoy desviando del tema: "mi hermana". La quiero tanto. Y la quiero lo que la quiero porque no puedo quererla más. Si llora, quiero llorar; si le pasara algo, querría morir.
Creo que la quiero como no quiero a nadie más en el mundo. No puedo evitarlo... el amor es libre, dicen. El amor lo hace la volubilidad del tiempo. Es la llave para viajar entre dimensiones. La clave secreta para acercarte todo lo que puedes al pasado, la pista que resuelve el jeroglífico de la razón de vida de todo aquel que vive.
Algunos quieren a su pareja; otros, deciden vivir por su mejor amigo; otros por la música, por sus padres; yo, por mi parte, de momento vivo por todos ellos, por lejos que estén, aún cuando su lejanía roce los límites entre la realidad y la imaginación, y, sin poder ni querer evitarlo... yo vivo por mi hermana pequeña.

martes, 20 de julio de 2010

Puñales.

Es difícil de explicar como con una sola frase puede abofetearse al mundo.
A mí me dolió... como cuando te hunden algo en el estómago, con mucha fuerza, como cuando te dejan sin respiración varios minutos, luchando por una brizna de aire.

viernes, 9 de julio de 2010

Melodías nuevas.

Urgentes, me arrastran con una fuerza casi necesaria, casi tan valientes en mi boca como en la suya.
Pero arrastrar, arrastran un coraje incluso precipitado, ¡libre!, desatado para llegar a aquello a lo que no nos gusta mirar... lo ataca y le da vueltas. Mil vueltas.
Mil y una, destrozándolo, inflamándolo hasta que en sus cenizas puedan verse sus raíces. Y, una vez descubiertas... cortarlas a ellas, soltándose el rechazo.
Nuevas melodías, confundiéndome; ya no sé por qué latir.

miércoles, 7 de julio de 2010

Una batalla interior

materializada en la disputa por un balón. Si todo fuera tan sencillo.
Un disparo de adrenalina en la sien, gritos y énfasis, abrazos, emoción.
Y, solo después, una sonrisa triste... cansada, por mi Alemania, que pierde. También un vacío, aunque lo ignoro y solo lo siento de una forma muy vaga, en la parte de atrás de la cabeza, donde reina el malvado Subconsciente: sincero, salva y condena.
Por un segundo siento la pasión de todos esos hombres que gritan cuando cruza el balón, pero, de un modo extraño y de textura rancia y oblicua, eso destapa la sequedad de la vida.
Aún así todo se llena de una inocencia... insospechada. Me doy cuenta de que, realmente, todo adulto ha sido y sigue siendo un niño. Niños... si pudiera esconderlos de la fría Realidad, todo sería más fácil y nadie tendría que sufrir. Pero no puedo. Nadie puede. Y yo... también me expongo, desnuda ante ella, de presencia indeleble.
Uf... las batallas interiores son circulares, y tienen demasiadas tangentes. Asumirlas es difícil, todo un hábito. Seguirlas es un logro, porque su velocidad de transcurso es vertiginosa... pero me seguiré esforzando, porque son las únicas que pueden llevarte a algún sitio. Las tangentes. Los nexos. (Los nexos...). Los puntos de contacto son mi pasión, y cada instante de conexión, mi aliento de vida.
¿Veis...? Me pierdo en mi propio círculo.

Catatónico.

Lo cierto es que me veo mal, me veo peor. Veo catálisis, destrucción, le veo más roto y a mí, como eso ya es difícil, solo más perdida, si aún cabe.
Veo... veo, veo. ¿Qué ves? La verdad es que no veo nada, nada claro. Es como un efecto fotográfico difícil y cerrado, y, por encima, abrupto a la vista. Nada hermoso.
¿Hasta cuando voy a tener que soportar que la única belleza en mi teatro sean mis palabras?
Me gusta pensar que pronto cambiará, algo, por lo menos. Pero no veo nada... nada, nada claro, y nada cerca.
Me estoy cansando de mirar. Mirar siempre hacia delante, hacia el futuro, hacia la llama y la supuesta hoguera de la felicidad, la verdad... la belleza, la más justa bondad.
Y a la vez echo mucho de menos la bondad... todo aquello que sé que aun tengo dentro, solo que un poco atado. Ahora ya no sé si era, o no era buena. Sé que tenía unas convicciones muy claras y las seguí con la valentía de quien cree que se acerca a la respuesta del misterio más profundo...
¿me llevarían a la felicidad? Lo cierto es que yo nunca había pensado en la felicidad en sí. Yo, pensaba en cosas que quería hacer, lugares que quería visitar, gente con la que quería hablar y proyectos que quería dirigir.
Aquello me llenaba de una ilusión tan viva. Nunca había acertado a pensar en el concepto, "felicidad...", nunca hasta que le conocí. Supongo que me atrajo porque, aunque muy burdo, era un personaje.
Felicidad... el verano se me escapa entre los dedos como arena, y sin ninguna playa que lo retenga luego en su manto ardiente. Con voz queda, intento cantar, pero ya no me sale. Ya no me urge, y canto peor.
A ver si esta semana acelera y se lleva el bochorno atascado con ella. Quiero desgarrarlo. Quiero desatar el torrente.
A partir de ahora, será una lucha diaria. Una lucha por ser el torrente. Y hacer arder la vida... siempre, con la llama más intensa.

lunes, 5 de julio de 2010

Nunca te había hecho gracia. Lo del "eclipse", digo.

Pero, aquella vez, era especialmente poca. Quiero decir... que lo veías como algo insondable, insuperable, infinito, todos los "in"es que se te ocurrían; te parecía imposible.
Las horas de vuelo resbalaban por tu mirada vacía, perdida aún en la pesadilla de la que tanto te había costado despertar. Aquella figura de cera era espeluznante, pensabas. Cada vez que te acordabas de ella te estremecías, pero también te agarrabas a ella, porque era lo único que se te había ocurrido para hablar con cierta elocuencia cuando ensayabas tu discurso. Y habías ensayado demasiado. Demasiado tiempo. (Demasiado... demasiado todo), no podías permitirte fallar: sabías, no tendrías una segunda oportunidad.
Aquella de la que hablaban tus canciones al amanecer era la oportunidad única de liberarte, de pasar a estar completamente sola, de pasar a ser completamente tú. Soltarte de tu pasado era algo que deseabas a la vez que temías desde hacía... sí, demasiado tiempo; aunque solamente si entendías "pasado" como "tres años atrás y todo lo que aquello conllevaba". Era complicado.
Te gustaba creer que si sacudías la cabeza, siempre débilmente (era más estético), podrías ahuyentar cualquier pensamiento. Tan madura de niña, y ahora, con casi dieciocho años, tan niña. Al pensarlo te encogías en tu perfectamente-normal-y-estándar-asiento-de-avión, sintiéndote un puñado de nervios y cristales rotos, chirriantes al tensarse y destensarse tu cuerpo.
Sin darte cuenta se te escapó una sonrisa al imaginarte la escena, aquel amasijo de pedazos de vidrio esparcido sobre el terciopelo suave del asiento, y, tal vez, algún zumo de melocotón esparcido por el suelo: aquel líquido ya no se podía recoger, pensaste. Te estremeciste de nuevo.
Pero ya no estás allí, y caminas decidida en busca del zumo que te hará otra vez una botella completa, aún cuando no tienes algo sólido capaz de contenerlo. Pero te pierdes en tus propias metáforas, y sacudes la cabeza con cuidado y una sonrisa muy tuya, casi compungida: aún así no esconde un ápice de tristeza.
Tal vez no utilices los puntos suspensivos para lo que en realidad son, o cualquier carpeta que compras (todavía no has superado tu obsesión por la organización, las cajas y todo aquello que pueda contener algo) está casi vacía (pero perfectamente guardada según un orden extraño que apenas te has preocupado en entender pero que te sale natural, desde pequeña), pero te gusta hacerlo así. Te distingues, siempre te has esforzado por ello.
Aun así no lo haces todo con esa intención. Te enorgullece pensar que te sale así... natural. Ojalá pudieras contar con esa naturalidad en escena, piensas. Pero no debes distraerte: un simple retraso podría volver a romper tu mundo.
Echas a andar, de pronto caminas más rápido; cuando te das cuenta, corres. Has llegado a los pies de la estatua, y, sí, es un ángel dorado. Tu cara esboza una sonrisa por ti, porque se alegra de haber prestado la suficiente atención al mundo como para desarrollar, poco a poco, ese sentido de la estética intuitiva. Pensar que existe realmente algún tipo de conocimiento intuitivo, instintivo, te da valor para afrontar la idea de tener que defender, en cuestión de minutos, el discursivo.
La estatua te devuelve la mirada, tan quieta e indefinible (tan aburrida, sonríe algo dentro de ti) que te hace reír. Si te preguntabas por qué habías vivido ciertas cosas en el transcurso de aquel último año, ahora el viento te sopla una respuesta; está bien tener un elemento amigo (aquel algo dentro de ti resopla, esta vez, pero lo acallas) en la improvisada puesta en escena.
La estatua te sigue mirando. Tú la aceptas tal y como es, sin pedirle más, y te sientas en sus pies, que tienen la altura del sillón morado oscuro de tu padre. Aunque no se mecen como él, (son los pies de una estatua) es reconfortante.
Como cada vez que te pierdes en ti misma, tu mirada se clava en tus rodillas, y despiertas de pronto al compararte con una muñequita de porcelana: con todo ese tul, sentada a los pies de una figura humanoide (es incluso gracioso) mucho más grande que tú.
Eres una muñeca en blanco y negro, piensas, tan pálida dentro de tu vestido negro. Te gustan las fotografías en color sepia, y echas de menos la habitación verde y blanca que dejaste atrás en otro país. Tu cama esta vacía, y seguro que nadie se tumba allí a oler las sábanas limpias como si fueran las flores con el perfume más bello del mundo. También dejaste atrás la única colonia que cuaja contigo, aquella que trajo tu hermana de Francia, solo para ti; echas tanto de menos a tu hermana. Te la imaginas dibujando en aquella mesa, inclinada sobre un trozo de papel viendo cosas que nadie más puede ver en él, cantando melodías ridículas en idiomas incomprensibles y tal vez estudiando también, todo a un tiempo. Por algún motivo esa idea te parte el corazón.
Es tan polifacética como tu padre, se te ocurre, pero cierras los ojos con fuerza al imaginarte al hombre viejo, arrugado y débil, solo una sombra del joven culto y cariñoso que te había visto crecer. Escondes la cara entre las manos al echarte a llorar, y maldices tus ensoñaciones por romper tu trabajada fortaleza antes siquiera de ponerla a prueba.
Como si pudieras verlo, sientes que algo te tapa el cálido sol de Septiembre y sabes qué es. Maldices tu estúpida suerte por enlazarlo todo siempre de aquella manera, como si se estuviera riendo de ti. Pero una voz te llama por tu nombre, y te obligas a levantar la vista.
Tienes tanto miedo que no puedes hablar, pero en cuanto le miras a los ojos todo cambia: te das cuenta de que tu padre es aún muy joven y, cuando el cansancio le vence, sigue siendo el mismo hombre con cara de niño; te das cuenta de que volverás a tu habitación y a abrazar a tu hermana; te das cuenta de por qué estás allí, sentada a los pies de un ángel caído.
Te levantas, muy serena, y sabes que hay algo que estás segura de querer con locura. Te parece que el mundo se ha descolocado, que de pronto, y de una manera brusca, zumbante, algo encaja.
Te das cuenta de que sonríes, cegada por la luz de todo lo que siempre soñaste.
Te devuelven una mirada confusa y desconcertada. Demasiado confusa. Sonríes más. Solo entonces, después de cerrar los ojos un instante y sentir los latidos plenos, incansables, dentro de ti y de tu mundo... solo entonces, después de entender quién eres, comienzas a hablar.
Hay algo en ti que te mueve con la gracia natural que alguna vez te han dicho que tienes. Algo, que te da la inocencia de una cría, que se remonta atrás... muy atrás, y evoca baches insuperables e ilusiones insondables. También hay algo que parece latir única y exclusivamente por aquella mirada que a veces te descentra y te hace perder el hilo.
Pero lo recuperas siempre que lo pierdes, tranquila y nerviosa a un tiempo. Por desgracia, yo no puedo ver más. Me alejo, pero ya estoy más tranquila.
Aunque me aferro a los últimos retazos de conversación, cada vez tiran de mí más rápido, algo me arrastra... ahora, todo depende de él, Nein. Todo depende de esa voz que decías te hablaba de mundos extraños, fantásticos y de estética excéntrica y brillante, en cierto modo... aquella voz que te hablaba de, sí, todo cuanto siempre habías soñado, cegadora.
Como un filo de terciopelo, era capaz de cortar todo cuanto te ataba a donde estuvieras para llevarte a su mundo...
Mientras pierdo la conciencia, no puedo evitar preguntármelo. ¿Será aquella voz quien tu creías?
Será... será el mismo filo de terciopelo, cuando ya no te ciegue y puedas ver.
Nein. Solo tú puedes averiguarlo. Lo último que oigo es tu risa, y se me ocurre que tú, en cierto modo (para ti, de cualquier modo), siempre has encerrado la respuesta de cualquier misterio.




Al final resultó que sí, eclipse.

Solamente fue un momento de ceguera, pero te bastó para comprender que necesitas ver para vivir, que no todo es tan innecesario como tú creías.
Entonces comprendiste: No había sido más que eso, un eclipse. Lo habías pasado con miedo. Todos lo habíais hecho. Por eso te permitías sonreír con condescendencia cada vez que se mencionaba el tema, guardando el misterio de la oscuridad para ti. A ver, sabías que desvelarlo con palabras era imposible. Sabías... que solo viviéndolo, hundiéndote en él hasta el momento justo de la incoherencia más álgida, conseguías comprenderlo.
Ahora sabías tantas cosas: mucho más que antes. No te referías a conocimientos, o a las aplicaciones exactas de estos, no. Te referías a, vaya, inclinaciones, ángulos, enfoques...
En cierto modo, (para ti de cualquier modo), aquello era un gran logro. Sabías un poco más de lo que casi nadie sabe, si bien también sabías que aún te quedaba mucho, ¡muchísimo!, por aprender. Los pequeños errores del día a día te lo mostraban, insultantes. Pero tú respirabas hondo y los enfrentabas, enfriando todo cuanto tuvieras a mano con un soplo de hielo helado (también a ti misma) y asumiéndolos como sacrificios necesarios.
No hablabas de vidas, por supuesto. Hablabas de roces, que, a veces, eran incluso más significantes.
Había gente que no entendía como pensabas. Tú te exasperabas, tan inocua por aquel entonces.
Aquellos días en que encontrabas refugio en ti misma no tienen nada que ver con ahora, que huyes a proyecciones pasadas, futuras, lejanas, lo que sea con tal de escapar de "aquí y ahora".
No es que lo apruebes, pero al borde del caos, te quedan pocas opciones. Como este avión. Odias la idea de tomarlo casi tanto como la de perderlo, pero solo eso, casi.
Así que subes, extasiada con la idea de volar. Volar... lo cierto es que jamás has fantaseado con volar. Te da miedo, de un modo ciertamente metafísico, que pueda explotar el motor, pero confías a tu mala suerte pasada gozar de alguna buena ahora.
Casi se te escapa el corazón al dar un vuelco doble el avión y tu pecho, pero solo es un despegue (algo inusual en un avión, te mofas de ti misma). Acto seguido estás ascendiendo, ¡vuelas!, directa al secreto más grande de toda tu existencia.
¿Próxima parada?. Felicidad.
Atisbas la forma de un astro al encajar en el círculo perfecto de otro, antes de caer rendida en al asiento, víctima de los habituales sedantes. Sonríes con tus últimas fuerzas, asintiendo para ti: solo eso, tienes que ser valiente... valiente para vivir el eclipse.

viernes, 2 de julio de 2010

Tengo una uña rota.

Ayer me costó muchísimo dormir. Dos o tres horas, la verdad. Antes de eso había estado leyendo, atrapada en aquella novela como cada vez que se me ocurría cruzar mi mirada con una de sus líneas; la verdad es que sí, aquella novela era más que atractiva: era magnética.
Me fascinaba cómo el arte de aquella mujer conseguía edificar un personaje tan, tan simple, que casi era capaz de convencerme de todo lo contrario de lo que siempre había creído.
Dicen que mi mente no está abierta a todo, pero sí a muchas cosas, y en cuanto a aquello a lo que sí está abierta, lo está hasta el final. Es cierto. Soy intransigente muchas veces.
Pero tampoco es que me cierre del todo, esas veces: si lo hiciera sería horrible y demencial, ya no sería yo. En mi mundo es todo muy sutil, y a la vez nada sutil. No sé cómo explicarlo. A veces... a veces, a veces, a veces. Siento pasión por los nexos. Por todo aquello que implique conexión, en realidad. Pero me estoy desviando, y lo que de verdad (perífrasis, circunloquios) quería decir es que se me aplasta con una facilidad sublime, pero también es dificilísimo presionarme.
No soy débil, pero sí soy frágil. Tal vez suene prepotente, incluso pedante, pero en este caso soy como un pequeño (muy pequeño, eso sí. Así deberían ser todos los brillos. Reducidos, cambiantes) diamante: imposible de rayar, el mineral más duro, aunque eso no implica que no se pueda romper con facilidad. Es más, es probable que sea muy fragmentable, el diamante.
Nunca me he parado a pensar en mi gema favorita, pero siempre he sentido pasión por esos minerales que son como el cristal más puro, totalmente incoloros y transparentes, que pesan mucho y reflejan la luz como muy pocos cristales saben hacer. Supongo que es eso, propiedades ópticas que se encargan por sí mismas de proclamar lo especiales que son.
Pero, vamos, estoy divagando; los diamantes... pulidos, sin pulir. Creo que yo estoy realmente poco pulida, aunque tampoco soy esa cosa tan abrupta y difícil para los ojos que es un diamante en bruto. Sé reconocer un diamante en bruto cuando le miro.
Sé pocas cosas, pero las que sé me convencen de tal manera que creo que a lo mejor algún día consigo saber un poquito más. Sé que hay gente que clasifica el mundo al percibirlo, sé que hay gente que ni siquiera se plantea el mundo, porque es tan especial y goza de tal delicada genialidad que le es imposible experimentar de otra manera que no sea la suya. También sé que tengo una uña rota y que eso me hace tremendamente infeliz, y que es mejor estar rota que anudada, porque por más que tires, los nudos no se sueltan: muchas veces, con fuerza y ganas solo se consigue intrincarlos más.

sábado, 26 de junio de 2010

"If I'm a bad person you don't like me"

"Well... I guess I'll make my own way"

Es un riesgo muy alto... demasiado alto.
Puedes correrlo... o no correrlo. La decisión es... delicada, como poco.
¿Quiero correr ese riesgo?
Otra respuesta muy delicada.

lunes, 21 de junio de 2010

Aunque lo cierto es que también hay ciertos islotes salvadores, gente que responde por ti.

Gente con la que nunca te enfadarías, o, si lo hicieras, sería horrible, desastroso, catastrófico y sobre todo muy fugaz: con principio y final.
Como ella... como él... como ella. Pero casi nadie más. A ver, alguna gente más. Pero tampoco mucha. Lo importante es que ella, él y ella son geniales, y han venido para quedarse.
Si pienso en ellos, aun puedo sonreír de corazón.

domingo, 20 de junio de 2010

Estoy enfadada con muchísima gente.

Con unos por ser ridículos y superficiales, porque les tienes tan cerca que podrías atravesarlos y días después están en la esquina de enfrente, casi atravesando a otra persona. Porque les apoyas cuando nadie más lo hace y en cuanto recuperan la amistad del resto de repente vuelves a ser escoria, y cuando están ebrios ni mencionan tu nombre. Eso no solo quiere decir mucho, quiere decir muchísimo. Después te piden cosas, se enfadan si no haces lo que te piden porque simplemente no es justo que tengas que hacerlo tú, se enfadan sin importarles las consecuencias. Se enfadan sabiendo que harás lo posible para que se desenfaden cuanto antes, porque la que les quiere y la que se siente fatal aunque no haya hecho nada malo, saben que eres tú. Y cuando hablo de "ellos", hablo solamente de "ella". Oh, no. Cuando se le adjudica el pronombre, nada bueno se avecina.
Con otros porque haces un esfuerzo sobrehumano para acercarte a lo que rechazaste hace mucho, mucho tiempo y de pronto no eres nada (como antes) al lado del resto, y siguen acariciando aquello que lleva esperpentizando tu mundo muchos, muchos meses. Porque nunca pudo, ejem, pudieron dedicar la mitad del tiempo que siempre habían dedicado a extraños solo a ti, porque se decían "entregados" a ti cuando solo echaban una breve mirada a tu lado del espejo de vez en cuando. Porque para ti lo eran todo, y tú para ellos eras realmente poco. Por tantas razones que ya no logras ni acordarte... llegó a darte miedo su olor, llegó a enfurecerte su mirada, llegaste a huir (huiste tantas veces) de su presencia. Te sentiste un poco culpable por todo ello. Y cuando por fin lo vences... cuando por fin dominas la repulsión y puedes tratarlos con una sonrisa sincera... cuando te esfuerzas por encontrar el sentimiento que habías encerrado, de nuevo, ella le dice a quien destroza tu mundo que "todo saldrá bien, que siga esforzándose así", solo que en verso. Y entonces sientes una arcada, te doblas en dos y caes de rodillas sin sentir nada, sin aire dentro y solo abriendo mucho los ojos: buscando ver, intentando entender. ¿Qué pasa? Hay un error, te dices. Vuelves a leer, muchas veces, pero la verdad es que lo que leíste al principio no cambia. No cambia nada.
Resurgen los viejos sentimientos de furia y repulsa, y te llamas idiota por haber creído que algo habría cambiado, por haber olvidado. Olvidas tan rápido. Perdonas rapidísimo.
Por eso cuando algo te hace daño lo rechazas con tanta fuerza. Porque tienes miedo... tienes verdadero miedo de olvidar, y volver a tratarlo como siempre sin importar cuánto daño te haya hecho en ese momento. Tienes miedo de perder esa perspectiva, que es solo tuya, y, así, dejar de ser tú. Tienes verdadero miedo: miedo de ti.
Por eso rechazas, empujas, niegas, ¡FUERA! (gritas)... presionas hasta que la presión se vuelve en tu contra y te ahoga.
Y entonces te vuelves, giras buscando, intentando recordar cual era tu refugio más seguro. Te lanzas contra él... te das cuenta de lo afortunado que eres por tenerlo, y ¡BAM!, te enfadas otra vez. Porque para tu luz salvadora tú no eres tan necesaria como ella para ti... ella puede ver sin ti, es capaz de olvidarte y ser feliz lejos, fuera de tu mundo, no te necesita para ver. Te das cuenta de que la vista es con creces más fundamental para ti de lo que tú creías. Pero sigues creyendo que podrías prescindir de ella con él a tu lado, si siguieras pudiendo escuchar su voz cantando al monzón. Tiemblas, te das cuenta: nunca escarmientas.
La verdad es que sí. Tiemblas, tiemblas, y no tiemblas por cualquier cosa. Tiemblas porque... porque estás sola. Y ni siquiera tienes el valor de cortar los lazos que te atan, ni siquiera tienes la fuerza para decirles que son lazos falsos, que no te sirven para nada, que te hacen daño y duelen muchísimo... porque vuelves a tener miedo de agitar las cosas.
Es tan peligroso. No puedes arriesgarte más. Solo deseas... marcharte. Irte muy lejos durante bastante tiempo. Tener tiempo para estar sola, como de verdad estás, hasta darte cuenta de qué falla, por qué todo te decepciona tanto: si es porque esperas mucho de todo, o porque es ridículo pensar que de quien lo esperas vaya a dártelo.
Estás cansada. Cansadísima. Crees que es de verdad un problema anímico, o mental. Pero sabes que puedes superarlo, sabes que tienes que ser fuerte... pero estás cansada de ser fuerte, de protegerte incluso de lo que más cerca está (y que se supone quieres que esté), solo quieres dejarte caer en un agujero negro, donde nadie pueda encontrarte nunca, y llorar.
Estás enfadada... con ella por quererle. A quien te dejó sola cuando prometió que nunca lo haría. A quien te dejó caer... dormida para siempre. No se lo perdonas. A la que te empujó a las garras, no diré de la muerte, pero sí a las garras de algo, sin tan siquiera una espada en mano.
Sabes que esa persona ya no existe, y a veces lloras por ella. Te habría gustado que todo hubiera sido diferente. La verdad es que sí. A veces lo piensas, piensas lo genial que habría sido. Desencaminada, ciega, y completamente perdida pero con una determinación de hierro aun cuando ninguna de sus acciones apuntaba a ninguna parte. La querías tanto.
Al escuchar su voz te diste cuenta de que ella ya no es ella. De que nunca lo va a volver a ser. Pero no puedes alejarte, ni siquiera hacérselo saber. Tienes que encontrar la muestra de amor más elaborada, aduladora y falsa para que llore y te diga que te quiere... y tú puedas dejarla ahí, sin que sufra, y marcharte otra vez. Esta vez... para no volver a su lado.
Ahora... solo tienes un cabo al que agarrarte. Es ella. Esperas que no se estropee. Si eso pasara, no sabrías qué hacer. Es como tu hermana. Tienes tanto miedo de perderla que harías absolutamente todo por evitar su enfado: serías buena persona, incluso. Y te parecería una buena causa... porque lo cierto es que la quieres muchísimo. Es preciosa, es genial, y tiene esa cualidad que solo un ente ficticio (o casi real) posee: la de aceptarte, tal como eres, y ayudarte a buscarle el sentido a tu vida. Sin agobiarte con lo que pasa en la suya, sin compararte. Es una cualidad que casi nadie tiene, la hace única. Porque forma parte de ella, de su ser. La quiero tanto. También por todos sus errores. Por su carácter. Por su capacidad para evadirse y volverse hipersensible de la realidad. Cuando eso pasa sientes que es lo más tierno que has visto nunca, te dan ganas de abrazarla y echarte a llorar.
A veces te gustaría que fuera tu hermana. Si así fuera, sabrías con total seguridad que estaría siempre a tu lado. Siendo objetivos, sabes que no puedes esperar que sin ser tu hermana se quede para siempre a tu lado. Te gustaría muchísimo que así fuera. Que lo del "pack" fuese algo así como eterno... quiero que esté en todas mis aventuras, y no me importa dejar de ser un poquito yo para pasar a ser un poquito amor por ella. Porque lo cierto es que... la quiero muchísimo.
Aunque esté enfadada con toda esa gente, voy a intentar seguir adelante. Voy a cambiar, aunque sea un poco. Quiero ser una persona de la que ella esté orgullosa. Soy así. Cuando quiero tanto a alguien siento la necesidad de cumplir sus expectativas, aunque eso después me convierta en tonta, sosa, aburrida y crédula. Aunque eso suponga que todo mi esfuerzo sea borrado del tablero con un dato absurdo, con un (con otro) puñal de hielo invisible.
Ahora estás triste. Estás a punto de llorar. Porque te han hecho daño... porque por fin vas a verla, mañana. Eso te hace de un modo extraño, muy feliz, pero a la vez te da más ganas de llorar.
Por lo menos, el hogar cálido y feliz fue bonito durante un tiempo. Hasta que se rompió la mentira. Por lo menos.
Ahora vas a dejar de escribir... solo quieres hundirte en la cama, y no tener que pensar en nada.









sábado, 19 de junio de 2010

A veces.

A veces me muero por estar allí. A veces me muero por conseguir sentirme aquí igual que allí. A veces me muero por querer apostar por algo aquí tan fuerte como siempre lo hago por todo allí. A veces me muero por abrazar a uno de ellos, a veces, por gritarle todo lo que siento bailando. A veces me muero por ir allí y pasear yo sola, sin ella, sin nadie: solas, la ciudad y yo... sería un día de sol. A veces me muero por saber cómo serían las fotos sacadas ese día de soledad en el paraíso, a veces por bailar en su plaza mayor, por cantar, por empuñar mi espada y cantarle mi furia al viento... a veces me muero por encerrar al viento, lejos de él, para que nunca pueda volver a llamarlo suyo. A veces, me muero por él, y otras veces me muero por morirme por él, aunque él no esté en aquella ciudad: a veces me muero por estar allí para que no pensar en él sea más fácil, pero al no pensar en él también me muero. A veces...

viernes, 18 de junio de 2010

Tragicomedia

En cuanto te liberan, no tienes fuerzas para ser libre.
Necesitas un escondite, y todas las promesas se rompen de golpe, todas las aspiraciones, se esfuman.
Solo estáis tú y una sábana muy fría, tan reconfortante. Te dejarías ir para siempre, dejarías atrás todo: el zumbido en tu cabeza, tu cuerpo gastado, el olor a esfuerzo y torpeza, cada uno de los lazos que te sujetan a todo.
Solo un poco más, hasta que recobres algo de fuerza, sigue escondida.

lunes, 14 de junio de 2010

Punto de inflexión.

Tres días. Tres días para que termine la pesadilla.
Hoy te levantaste pensando que podías hacerlo, pero hacia las seis de la tarde tu castillo de arena se derrumbaba y de repente no era más que soplos de aire.
Todo es eso... un gran castillo de naipes. Sin ases, solo números, huecos (muchos huecos), creando la malla de una reja, te recuerda a una cárcel.
Tres días, susurras, doblegando a tu estómago. Solo tres más.

domingo, 13 de junio de 2010

Mañana es un día violento.

Me pongo mis calcetines de superheroína (uno de caperucitas rojas y otro de lobos feroces, vamos, como el ying y el yang en versión moe) y me siento a esperar, teléfono y tomo siete de NANA en mano.
Paciencia, me digo. ¡Cuatro días más!
Tan bien armada, no tengo por qué tener miedo.

¿Cómo es esta semana?

El cielo está siempre enfadado y huraño, pero al mediodía se le escapa la sonrisa que nos perfora la vista, y el corazón, más dentro.
Todo es así, nubes, un rayo de luz solitario, maldito, y más nubes, pero no más luz.
Cuando viene la odias, pero cuando ya no está la echas un poco de menos.
Es de noche pero aun no es de noche, tienes sueño pero no consigues dormir. Y es todo así, todo, todo el tiempo: una presión en el estómago que te va haciendo cosquillas por dentro... y a veces se pasa y te hace daño. Cuanto más pasan las horas, peor es. Ya no es un juego, son solo garras y ácido biliar, o gástrico, o como se llame.
¿Perspectivas? Blanco, blanco y más blanco. No sabes qué esperar, qué hacer, sufrir, dejar de nadar a contracorriente o seguir pataleando con fuerza. Es todo... tan blanco.
Pero pasará. Y dentro de algunos días esta semana será "la semana pasada" y, dentro de algún tiempo más, aprenderé a reírme de ella y le cogeré algo de cariño.
Es como cuando les veo hablar de "la prueba". Parece como si hablaran de alguien, y lo peor de todo es que la quieren. ¡La quieren!, y resulta muy tierno y a la vez casi esperpéntico.
Pero no lo pasaré mal. La prioridad número uno es recuperarme. Los exámenes solo son la número dos, así que me iré a dormir temprano y condenaré a muerte a todo despertador.
Ahora debería seguir estudiando. Pero... uf.
Es duro. Es una prueba de desgaste. Como la guerrilla. Uf. Lo malo es que en esas cosas yo empiezo muy motivada, pero hacia el final me voy cansando y acabo tirando la toalla justo antes de la meta final. Pero no.
Esta vez... será diferente.

miércoles, 2 de junio de 2010

Está cambiando.

Solo necesita que alguien crea en ella.

Rómpeme.

Vamos, rómpeme. Porque si tú no lo haces... ya no sé qué van a hacer conmigo.
O eso es lo que dice ella, todas las noches, antes de dormirse, sedada... atada.

domingo, 30 de mayo de 2010

Descarga eléctrica delatante

Es cómo una pesadilla, surrealista, minimalista y tan dulce que resulta aterrador. El caso es que esta chica lo desestabiliza todo. Tirar por la borda todo el esfuerzo de años resulta hilarante... una cárcel, ¡¿una cárcel?!, resulta que esos son mis sueños.
Pero no importa... nada importa, a diecisiete días de hoy. Nunca digas ha ganado, ¡porque será mentira!
Un viaje mental a Alemania a cada dos pasos caminando en círculos por mi habitación. ¿Surrealista? Casi realista, por lo menos.
¡¿Por qué cuando algo me deslumbra me sigo acordando de ti?! Necesito encontrarte... muchas ganas, muchas muchas ganas... de romperlo todo, repetidas veces, muchas, muchas veces... no puedo decirlo más claro, pero es lo que mi mente pide, y la verdad es que ni mi cuerpo ni Aristóteles ayudan nada de nada.
Romper a llorar al pensar que quedan meses, tal vez años para encontrar a única persona que... vale, está bien, para. No, no sigas. Sigue la espiral... engánchate a la montaña rusa y déjate llevar un tiempo. ¡No conduzcas! No conduzcas nunca.
Lo de aprender a conducir es de esas cosas que "no hagas hoy si puedes hacer mañana", y, desde luego, me merezco el odio de mi futuro por pensar así. Pero ya está. Estoy muy a salvo en el futuro pasado. Aaaai, necesito un beso. No, ¡ni siquiera uno!
Dame medio. Medio y un suspiro, me conformo con eso.
Después destrozaré el mundo hasta encontrar el único perfume que no me produzca náuseas después de sentirlo pegado más de veinticinco minutos... ¿Pero qué son veinticinco al lado de veinte o treinta? ¡¿Lo veis?! Yo lo dije: Es surrealista. Contar en cincos, claro.
Pero es que no son más que cinco... cinco eras. ¿Solo cinco?
Recuerda, recuerda, el secreto está en que pueden durar un milenio o medio segundo, treinta minutos o la hora del té... Es un secreto a gritos, pero nadie acaba de entenderlo.
Medio beso... podría llorar hasta bien entrada la noche y luego rendirme en tus brazos. ¿Pero qué brazos? Rendirme en el aire, y tregua hasta la noche siguente.
Pero no es vaciarse lentamente, ¡no! Es rudo, es el llanto de una bestia encadenada a lazos de humo irrompible, son ídolos, ¡no es más que humo!, pero es desacompasado y fuerte...
Es muy violento. No me taches de incomprendida, pero sigue siendo arte.
Repites la frase para ti, "...arte", y lloras más. Lloras porque los sueños se repiten, porque los personajes se mezclan, lloras porque aparece uno nuevo para salvarte del precipicio, lloras porque te empujan y encima no te dejan caer.
¡Y estás cansada! Cansada de llorar. Cansadísima. Estas muy nerviosa y entonces, ¡BAM!, resulta que has explotado. ¿Pero qué ocurre en este mundo? Es que las paredes amarillas son eternas, o qué.
Es que... aaaa... solo medio, medio y nada más, siendo nada retórico, claro está, pero de verdad, solo medio...
¿Medio medio?
Solo déjame ver que es real. El futuro por el que estoy luchando. La mirada por la que voy a esforzarme quién sabe tantos años. Medio beso... y te dejo en paz tres años más.
Porque uuuh, las ventanas. Qué miedo. Me auto-encerraría y sería más feliz, desde luego. Aunque después igual me tiro de otra ventana por la tristeza de ver barrotes en la mía, pero quién sabe.
Desde luego, yo no sé.
No sé nada... solo sé una cosa, y encima duele. ¿Para qué quiero saber más? ¡AG!
Le quiero... pero no se lo cuentes a nadie. Es un secreto que solo me atrevo a confesar algunas veces, cuando necesito romperme como una caja de música y desparramar mil notas por la alfombra más regia de Europa.
Porque... lo que de verdad me llena es cantar. Es terrible, pero es cierto. Me encanta dejarme llevar por un medio gemido y chillar cinco frases pronunciadas en exceso solo por hacerlo, porque me gusta, ¡¿vale?!
Uf, menos mal que ya no estoy encerrada en aquel nido... soy libre.
Y con mi libertad pienso crear otro nido, pero de este no va a haber quien salga... y por su bien, menos habrá quien lo destroce. Porque quien le ponga un dedo encima a mi joven proyecto tendrá que oírme cantar. Y eso sí que es un peligro.
Porque cuando empiezo puedo cantar trescientas veces la misma frase, y, por muy bien que cante, que no canto tan bien, pero tampoco tan mal, puedo asegurar que acabo volviendo loco... a quien sea.
Espero que "quien sea" sea de verdad "quien sea". Uf... si lo fuera todo sería tan... ¡perfecto!
Es verdad. Ni fácil, ni siempre agradable, tal vez ni siquiera brillante.
Pero sería puro arte... no te atrevas a dudarlo. Deja de dudar y dame mi mitad.
Prometo contribuir con mi parte. A lo mejor así... tal vez sumemos uno. Uno y medio todo el tiempo, ¿entiendes?
No importa si no. Ya te lo explicaré. Algún día. De alguna era. Pf... No me olvides. No olvides el grito que te hizo saltarte una canción... aunque fuera la mejor canción del mundo.

Felicidades a Alemania

http://www.youtube.com/watch?v=j6AoeDjwEkQ&NR=1


por la mejor actuación... EVER

jueves, 27 de mayo de 2010

Vamos, ven.

Me llamó. Me llamaba...
Yo solo me arrastré, una vez más, hasta su cuerpo delgado. Era increíble como unos brazos tan finos, casi tanto como los míos, me hacían sentir tan segura.
Me dejé caer una vez más contra su pecho. Respiré su risa cuando la soltó. La había encerrado tantos días. La busqué en sus labios, curvé su sonrisa.
Era tan húmedo... como aquel día de hacía un par de semanas. Él seguía llorando desde entonces. Seguí trabajando, modelando su sonrisa con alguna que otra caricia... me aproveché de las cosquillas que conocía tan bien, de roces de nariz.
Conseguí mi objetivo, pero los dos sabíamos que era un trofeo de plástico, para contentar al jugador. Aun así lo dejé pasar, le atrapé entre mis brazos, él no me hubiera dejado, y me aferré a su cuello apresado rompiendo a llorar.
Lloraba por desidia. Porque todos lloraban. Porque se respiraba tristeza. Porque yo, que estaba tan ciega, solo conocía el color de su sonrisa... y me la habían robado.
Una tumba allá, lejos, dormida ya bajo metros de tierra, la había encerrado un par de semanas atrás. Me mordí el labio al pensar "para siempre".
Noté una mano en la cintura, todo el apoyo que podía darme... incluso a mí. Aunque sabía que no estaba bien, que debía ser fuerte (fuerte por los dos, había dicho él), yo lloraba.
Supliqué que me perdonara mirando al cielo, despistada, para quedarme paralizada después. ¿Lo habría murmurado de verdad?
Una convulsión el un pecho enfrentado al mío me respondió que sí. Alguien se me cayó encima...
Con un abrazo que daba miedo.
Me llamé estúpida, me insulté mil veces.
Pero, aun recuerdo... aquello, le despertó. Fue lo único que consiguió atravesarle, lo único que pudo arañarle el corazón en el centro de la herida, lo único que consiguió traerle de vuelta.
En aquel momento pensé que se me iba a romper en los brazos.
Se me ocurrió que yo iba a tener que vivir luchando porque una mitad siguiera viva, habiendo muerto la otra... buscándola siempre entre tinieblas.
Pero aguanté. Aguanté. Porque si yo era fuerte, él iba a ser fuerte.
"Fuerte por los dos".
Lo susurré en su oído... se lo repetí muchísimas veces. Y le mentí. Le conté que todo iba a salir bien. Le dije que algún día volvería a su lado. Le reñí porque eso era lo que él hubiera querido.
Hasta le grité. Le mentí muchísimo.
Pero mentí tan bien, me creí tanto lo que estaba diciendo que acabó creyéndome... y aquella mentira, solo aquella mentira, fue lo que le hizo quedarse a mi lado.
Un mes después conseguí una sonrisa rota. Dos meses después una risa lenta. Yo miraba al cielo y suplicaba que él le diera fuerza, todas las noches.
Le pedía que volviera, le decía que él le necesitaba, cuando nadie miraba.
Pero no volvió.
Nunca volvió.
Así que seguí mintiendo... tenía el arte de mi parte. Seguí atándote a la vida con más y más mentiras, y la única verdad de la que podía estar segura por entre el velo de lágrimas que cubría cada día: le quería.
A lo mejor nunca se creyó ninguna de mis mentiras. A lo mejor... mi verdad tenía suficiente fuerza para separarle de él.
Sé que no. Siempre lo supe... pero ahora que se duerme, cantando muy bajo en mis piernas, me gusta pensar que sí.
Que fue esto que siento... aquello que lo salvó un día.







lunes, 24 de mayo de 2010

Ibas a ignorarme para siempre.

Desde que te acercaste a aquellas escaleras, tanteando con pasos largos, cuando decidiste que no iba a existir nunca más.
Me habías dejado atrapada en la Villa, hasta que un día, tal vez lejano, quisieras volver a buscarme.
¿Habría crecido, entonces. o seguiría siendo tan decepcionantemente inmadura?
Eso nos preguntábamos los dos, entre miradas.
Ibas a ignorarme para siempre... hasta que me armé de valor para enfrentar tu altura y me acerqué a decirte hola.
Desbaraté tu plan tan rápido... Me mirabas negándome, exigiéndome que desapareciera.
Pero no hice caso. Aquello lo sentíamos los dos, e íbamos a enfrentarlo juntos.
Me daba igual que tú quisieras, o no.

Ahora me doy cuenta.

De lo que me ha gustado estar aquí hoy... ayer, este fin de semana. Desde el viernes.
El viernes en que todo ardió, desde los prejuicios hasta las miradas, hasta aquel baile y aquel abrazo.
Fue una de las mejores noches de toda mi vida. La recordaré para siempre, guardada en una cajita de fino cristal, para no aislarla del resto... pero tampoco dejarla diluirse.
Cuando escuché algunos de los trazos de su noche casi me echo a llorar de puro alivio. Este es mi mundo. Este. Este. ¡Este! Y no pienso dejar que nadie me lo arranque, ni me arranque del todo de él.
Aun recuerdo las calles de Barcelona, mojadas, y un hombre que me miraba desde arriba, muy arriba, intentando despertar... algo en mí, ¿algo? Todavía es un misterio.
Y ahora más que nunca recuerdo mis piernas temblar, un micrófono en la mano e imaginarme a punto de cantar para poder leer. Leer lo que yo pensaba. Lo que para mí era de verdad.
Lo hice, lo hice muy bien. Cada vez que miraba, cada vez que levantaba los ojos, le veía, allí, tapándose la cara con una mano. Creo que medio llorando.
Me daba fuerzas para seguir... seguía.
Recuerdo cuando terminé, su caricia fuerte acompañada de una broma y un "genial"... genial.
Recuerdo, ahora menos que ayer, por mi propia obligación, una mano extendida.
Recuerdo haberla cogido. ¿Por qué la cogí? Qué miedo. Recuerdo bailar... sus gestos. Nuestras manos entrelazadas, con una nota de pánico en mi garganta y una risa distorsionada en su boca.
Justo después un abrazo... más baile y otro abrazo. Un abrazo en el que ardimos los dos.
Un momento, por un instante, escondidos del mundo entre luces de neón.
También recuerdo a otra persona. Su saludo sincero, pero después... no me atreví a ir a buscarle.
No sé por qué, pero esa sinceridad de su mirada me frena... me para.
Un viaje en autobús compartido, más viajes en autobús compartidos. La quiero tanto.
Las quiero tanto.
Recuerdo una pajarita solitaria, uuuf, me dio un vuelco al corazón. Tantos recuerdos...
No los cambiaría por nada. No os cambiaría por nada.
Gracias por haber hecho aquella noche para mí... una noche inolvidable.

viernes, 21 de mayo de 2010

Nervios.

Y muchas, muchas mentiras.
¿Entiendes ahora los nervios?
Y si se rompe algo... "Y si".
Hoy no. Por favor. Hoy no. Perdí mi pulsera de la suerte. ¿Dónde está?
¿Se fue con mi suerte momentánea? No, por favor... súplicas gemidas, pero ninguna medida real.
Real... ¿Cómo me pudo hacer tanto daño? Daño.
Cuando me mira, cuando me habla... cada vez que quiere jugar conmigo, lo consigue.
¡¿Lo consigue?!
Hoy me hizo llorar. Pues vale. Pues bien. ¿Por qué tiene que creerse... "mejor"?
¿Por qué me mira así?
Una aguja afilada, afilada. Y nervios. Muchos nervios.

martes, 18 de mayo de 2010

Secret Garden

Ahora entiendo perfectamente por qué te crearon... a ti y a tu mundo de anillos de regaliz.
Entiendo por qué necesitaba un lugar donde recrear su cabeza, a lo mejor... para no volverse loca.
Aun así yo podía ver que lo estaba, completamente. Veía que solo escribía por ti... y cómo lo hacía.
Para mí aquello era un universo desgarrado por posibilidades infinitas, un mapa roto para liberar las realidad de los valles y arriesgadas montañas que él solo podría dibujar.
Para mí aquello era el fruto prohibido, era, era... todos sabemos que, ya entonces, yo también estaba loca. De una manera muy extraña, muy decidida... me asusta hasta recordar lo decidida que estaba. Pero no como ahora.
¡No como ahora! Antes todo estaba fresco, fácil para la memoria, y cada respiración tuya no me hacía olvidarme de seguir caminando. Por aquel entonces todo era mucho más denso y más sutil, sí... a la vez, más interior.
Ahora la necesidad, el deseo asusta. Asusta de verdad. Saberme atada, sentirme atada...
¿Es que voy a vivir para seguir soñándote...? ¿Ni siquiera vas a darme la puñalada de libertad, no vas a dejarme despertar?
Sería una existencia ardua, vacía. Casi olvidada... Ni siquiera la veo. Pero esta quítala de la frase.
No todo es por ti. No todo. Casi todo. ¿Siempre casi...? Todo. No. ¡No!
Sí. Es inevitable. Lo que entiendo ahora, todo lo que siento, todo lo que sigo sintiendo... Lo que lleva dos años contorsionándose en alguna de las mazmorras de mi subconsciente, es solo por ti.
¿Por un jardín secreto? ¡¿Es que no habéis oído el "¡no!"?!
Eres mucho más que eso. No eres aquel jardín... aunque fuera divertido visitarte allí. Eres una cadena real, eres un personaje, ojalá te hubieran encerrado en un libro, menos mal que nadie lo hizo... tienes voz real. Tu voz... tampoco es la de aquella canción, ¿verdad?
Vamos. Contesta. Miénteme. Dime que eres mentira, que no existes, que eres humo, que nunca escribiste ni un solo verso, que tu voz... que tu voz también es mentira.
Rómpeme. Rómpelo todo. Porque si tú no lo haces... yo ya no sé cómo olvidarte.
No es que quiera hacerlo. No podría hacerlo.
¿Hacerlo?
No... siempre no.

viernes, 14 de mayo de 2010

jueves, 13 de mayo de 2010

Nunca estudio lengua, no voy a empezar a estudiarla ahora.

El fotógrafo que consiguió esta foto debería estar orgulloso





No, no busques, no pienso poner la foto.
Pero sí, eso pensé, después de un rato mirando fascinada.

Vectores

Con su módulo, y su sentido... con su dirección.

martes, 11 de mayo de 2010

Siento que mientras pueda llevar este blog conmigo

conseguiré llegar a sentirme en casa en cualquier parte.
Ahora, a lo mejor porque sí que estoy en mi casa al mismo tiempo, mientras se abre y aparece, blanco y sencillo, con chorros de ideas vertidas sin cuidado, fue lo único que se me ocurrió.
"casa"

lunes, 10 de mayo de 2010

"El bombón de cuarto"

Es gracioso recordar.

Te echo de menos, a la antigua tú.

A la persona que eras cuando te conocí, sin abrir todavía, nos saludábamos desde nuestras orillas del río, aún lejos.
Eras genial, ¿sabes? La antigua tú tendía siempre hacia arriba, sin límites, y por supuesto estos nunca coincidían... eras voluble. Un instante sí, y al instante siguiente no tanto.
No como ahora, que solo intentas alcanzar lo imposible, el horizonte... ya no tiendes hacia arriba, solo hacia delante, y tu límite es eso, constancia, una extraña farsa de felicidad eterna.
Esa farsa, ¿te hace feliz?
No sé, tenías menos tetas, pero estabas orgullosa de ellas, no te escondías, te comprabas el biquini que mejor resaltara tu cuerpo.
Era pequeño, proporcionado, era sincero... era muy inocente. No como ahora, que todo es una mentira que te excusa de acusaciones pasadas.
¡No tenías límites! No me imitabas. No seguías ningún esquema, y ahora simplemente eres una asíntota horizontal. Vuelves a ponerte un "he madurado" en la boca y sigues caminando cada vez una parte enésima de milímetro más abajo, hacia el cero (pero para nunca alcanzarlo. es un límite.).
Si me mirabas poniendo ojitos no podía negarte nada, no sé si porque no veía la treta oculta o porque por aquel entonces eras distinta. Ni siquiera importa.
Solo sé que te echo mucho de menos... a lo mejor si no tuviera tu voz grabada, tu egocentrismo guardado, si no tuviera los recuerdos que tengo sería muy fácil quererte como eres, sin darme cuenta de nada. Pero los tengo. Tengo todo eso.
No me malinterpretes, ¡claro que te quiero! Es solo que... estoy cansada de tanto trascendentalismo, de tanta profundidad torcida, de fingir que existen las ideas de Platón, de creerme que eres un Aristóteles metafórico, o de aguantar que todo el mundo piense que deducir los secretos de su tonta vida merezca un título o un aplauso.
Sí, estoy harta. Harta de que seas suya... ojalá todo volviera a ser color mandarina.
Al menos entonces no tenías dueño, el único del que querías ser no existía en tu vida.
La verdad es que me alegro mucho, y no me arrepiento de nada, y sí, me refiero a eso. Así vuelvo a poder ver... ya no estoy ciega, ni atada. Soy libre otra vez.
Y muchas veces me pregunto, con tristeza, si tú volverás a ser libre, si elegirás volver algún día a mi lado. No lo creo.
Pero es bonito soñar... soñar que eres la antigua tú, que me traes una pulsera trenzada de regalo y que sueñas con pasar tres días conmigo y con ella en Boiro.
Sí, me gusta soñar.
Soñar que todo era como antes. Que tenernos a las tres era suficiente. Que nada más importaba, si estábamos juntas.
Soñar... sin límites.