viernes, 2 de julio de 2010

Tengo una uña rota.

Ayer me costó muchísimo dormir. Dos o tres horas, la verdad. Antes de eso había estado leyendo, atrapada en aquella novela como cada vez que se me ocurría cruzar mi mirada con una de sus líneas; la verdad es que sí, aquella novela era más que atractiva: era magnética.
Me fascinaba cómo el arte de aquella mujer conseguía edificar un personaje tan, tan simple, que casi era capaz de convencerme de todo lo contrario de lo que siempre había creído.
Dicen que mi mente no está abierta a todo, pero sí a muchas cosas, y en cuanto a aquello a lo que sí está abierta, lo está hasta el final. Es cierto. Soy intransigente muchas veces.
Pero tampoco es que me cierre del todo, esas veces: si lo hiciera sería horrible y demencial, ya no sería yo. En mi mundo es todo muy sutil, y a la vez nada sutil. No sé cómo explicarlo. A veces... a veces, a veces, a veces. Siento pasión por los nexos. Por todo aquello que implique conexión, en realidad. Pero me estoy desviando, y lo que de verdad (perífrasis, circunloquios) quería decir es que se me aplasta con una facilidad sublime, pero también es dificilísimo presionarme.
No soy débil, pero sí soy frágil. Tal vez suene prepotente, incluso pedante, pero en este caso soy como un pequeño (muy pequeño, eso sí. Así deberían ser todos los brillos. Reducidos, cambiantes) diamante: imposible de rayar, el mineral más duro, aunque eso no implica que no se pueda romper con facilidad. Es más, es probable que sea muy fragmentable, el diamante.
Nunca me he parado a pensar en mi gema favorita, pero siempre he sentido pasión por esos minerales que son como el cristal más puro, totalmente incoloros y transparentes, que pesan mucho y reflejan la luz como muy pocos cristales saben hacer. Supongo que es eso, propiedades ópticas que se encargan por sí mismas de proclamar lo especiales que son.
Pero, vamos, estoy divagando; los diamantes... pulidos, sin pulir. Creo que yo estoy realmente poco pulida, aunque tampoco soy esa cosa tan abrupta y difícil para los ojos que es un diamante en bruto. Sé reconocer un diamante en bruto cuando le miro.
Sé pocas cosas, pero las que sé me convencen de tal manera que creo que a lo mejor algún día consigo saber un poquito más. Sé que hay gente que clasifica el mundo al percibirlo, sé que hay gente que ni siquiera se plantea el mundo, porque es tan especial y goza de tal delicada genialidad que le es imposible experimentar de otra manera que no sea la suya. También sé que tengo una uña rota y que eso me hace tremendamente infeliz, y que es mejor estar rota que anudada, porque por más que tires, los nudos no se sueltan: muchas veces, con fuerza y ganas solo se consigue intrincarlos más.

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