miércoles, 7 de julio de 2010

Catatónico.

Lo cierto es que me veo mal, me veo peor. Veo catálisis, destrucción, le veo más roto y a mí, como eso ya es difícil, solo más perdida, si aún cabe.
Veo... veo, veo. ¿Qué ves? La verdad es que no veo nada, nada claro. Es como un efecto fotográfico difícil y cerrado, y, por encima, abrupto a la vista. Nada hermoso.
¿Hasta cuando voy a tener que soportar que la única belleza en mi teatro sean mis palabras?
Me gusta pensar que pronto cambiará, algo, por lo menos. Pero no veo nada... nada, nada claro, y nada cerca.
Me estoy cansando de mirar. Mirar siempre hacia delante, hacia el futuro, hacia la llama y la supuesta hoguera de la felicidad, la verdad... la belleza, la más justa bondad.
Y a la vez echo mucho de menos la bondad... todo aquello que sé que aun tengo dentro, solo que un poco atado. Ahora ya no sé si era, o no era buena. Sé que tenía unas convicciones muy claras y las seguí con la valentía de quien cree que se acerca a la respuesta del misterio más profundo...
¿me llevarían a la felicidad? Lo cierto es que yo nunca había pensado en la felicidad en sí. Yo, pensaba en cosas que quería hacer, lugares que quería visitar, gente con la que quería hablar y proyectos que quería dirigir.
Aquello me llenaba de una ilusión tan viva. Nunca había acertado a pensar en el concepto, "felicidad...", nunca hasta que le conocí. Supongo que me atrajo porque, aunque muy burdo, era un personaje.
Felicidad... el verano se me escapa entre los dedos como arena, y sin ninguna playa que lo retenga luego en su manto ardiente. Con voz queda, intento cantar, pero ya no me sale. Ya no me urge, y canto peor.
A ver si esta semana acelera y se lleva el bochorno atascado con ella. Quiero desgarrarlo. Quiero desatar el torrente.
A partir de ahora, será una lucha diaria. Una lucha por ser el torrente. Y hacer arder la vida... siempre, con la llama más intensa.

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