sábado, 24 de octubre de 2009

Contar, o no contar.

Pasa algo. Suenan las alarmas, y están siempre encendidas, cautivando tu completa atención.

Es horrible.

Necesitas liberarte de alguna manera, y llega alguien como por arte de magia. (expresiones necesarias a veces, qué se yo)

¿Confías en él? ¿Qué sabe de ti? ¿Cuidará de ti y de tu secreto?

¿… lo tirará con desprecio?

Necesitas a alguien, y confías en él.

Te escucha y te ayuda, pero después, en frío, descubres que era cortesía de amigo, un amigo complacido con una confianza que muchos se disputan solo por el hecho de estar al lado del protagonista de la noche.

Remover los hechos horribles en la cabeza solo es peor y peor, así que… cuando aparece en escena la persona a la que confías hasta la herida más ridícula, se lo cuentas.

Te escucha, pero ya es agua pasada (sí, yo que sé) y no mejora mucho la situación la reacción esperada de compasión y cariño.

Te sientes fatal, no, peor.

Vomitas. (solo como atrezzo, quedaba bien) Pero no solo confías al cien por cien en una persona. Buscas a la siguiente, porque ese problema es tu vida ahora, y se lo cuentas también.

Se repite el proceso.

Y de repente, después de un amigo en el que empiezas a confiar y que pregunta “¿qué cuentas?” al amparo de una ventana de Messenger (es que es lo único que tenías que contar y no quieres mentir. Hoy no, piensas.), lo sabe toooodo el mundo.

Sí sí.

Sin ir más lejos.

Entonces intentas ascender, recuperarte, pero los hilos de convalecencia de tus “amigos” tiran de ti hacia abajo intentando convencerte de que no estás bien y estás mintiendo. Que no joder. Estuve dos semanas mal, llegas tres tarde.

Pero entonces te paras a pensar. Y piensas en ese trocito de tu vida (odio los diminutivos, pero a veces…), y te das cuenta de que era tan importante que solo debías haber confiado en la persona dos.

Tal vez ni siquiera…

No, no. La persona dos es especial.

Cierras los ojos tumbada en un sofá y de repente estás desnuda enfrente de los tres círculos más cercanos a ti. Te sientes tan difusa que casi preferías el dolor inicial..

Por lo menos era concreto.

Te maldices por el poco control de ti misma. Juras que no volverá a pasar (mentira, suenan las alarmas), y te levantas por fin.

Y, ¿sabeis qué?

(vuelta a empezar)

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