jueves, 18 de marzo de 2010

Sentada contra la estatua,

ligeramente inclinada sobre tus rodillas, tan solo rozando las suyas.
La mirada perdida mientras hablas, mientras explicas al mundo tu viaje y tus cadenas, mientras suplicas perdón por sentir lo que sientes.
Con voz serena, pero sabiendo que te juegas todo en cada palabra, en su capacidad para transmitir con tu cuerpo, con un gesto, con una actitud y un personaje.
La cuestión siempre fue. Qué personaje.
Pero ella ya no las deja pensar, hasta solo mirándole de reojo es más fuerte que las otras dos, y ahora sois una, sin ecos ni réplicas mordaces.
Cada vez que piensas que es imposible seguir hablando tu mente lo hila con otro punto igual de delicado de tu sutil punto de vista, como habías hecho tantas noches antes de dormir, lejos, muy lejos de allí.
Mientras, tu mirada no ve, y imágenes abstractas y colores lejanos te asaltan obligándote a concentrarte para seguir allí, sentada a su lado.
Balbuceas que quisieras que entendiera lo que intentas transmitirle, que tal vez cantando lo entendería mejor. Te atreves a girar la cabeza y una mirada ligeramente interesada te da paso a la primera nota. Bajito, con voz clara, le cantas tu canción.
Eso te ayuda a desatar todo el miedo que sientes en el estómago, y mientras se rompe el nudo que te contenía te sujetas el costado para no caer, con una exclamación ahogada.
Suplicas que no, lágrimas no, pero una se escapa y giras la cabeza con brusquedad.
Das un respingo al sentir una mano en tu rodilla, y alguien se asoma a la cortina que es tu pelo.
Lo tienes corto otra vez, como cuando empezó todo.
Tienes tanto miedo. Susurras que no puedes seguir así, que quieres...
Pero un roce de una nariz te hace levantar la mirada. Hay un cruce descompensado, y directo, y después solo hay dos bocas desatadas, después del primer roce suave.
Te suelta con un gemido suave, y suplicas, "lágrimas no", pero no puedes contener más el temblor, y te rompes en el llanto de una niña aterrorizada que lleva demasiado tiempo encerrada.
Te deja llorar, solo mirando y después te caes contra su pecho y un brazo te atrapa, con una fuerza que te hace daño, pero da igual.
El brazo te dice que no va a soltarte jamás, y tres palabras, susurradas al oído, ponen el final.
Y el comienzo de todo. Casi puedes verlo, abriéndose al mismo tiempo que abres tú los ojos, por entre lágrimas.

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