sábado, 6 de marzo de 2010

Zumo de mermelada de fresa.

Sábado por la mañana y la luz que se cuela por la persiana te arranca de los brazos del sueño.
Te despierta, y tú solo puedes sentir la cama demasiado vacía.
Sábado por la mañana y toda la luz que quieres es la que necesitarías para percibir sus ojos si estuviera aquí, tumbado a tu lado.
Te despierta, y tú imaginas... está aquí, tumbado a tu lado.

Te estremeces y encoges aferrada a su cuello, pegando tu cuerpo al calor del suyo. Él se ríe y juega con tu cintura, sin prisa, sin fuerza, como si supiera que nunca podrías alejarte de esa cama.
Buscas un punto de apoyo y encuentras una mano que se entrelaza a la tuya y una sonrisa como si solo fuera un aliciente y no una mueca, que te hace reír.
Él te hace callar, ¿es que no te das cuenta? ¡Nadie puede descubriros!
Estás desnuda, y no opones resistencia cuando se te echa encima y se queda ahí, respirando en tu cuello. Te preguntas qué hace, y aguardas con impaciencia, ya sabes que no lo descubrirás. No al menos hasta que él quiera. Siempre es así.
Le muerdes la oreja, apremiante, y él salta. Te echas a reír porque te das cuenta de que solo estaba usando tu hombro de almohada. Él sonríe fingiendo vergüenza, con esa mirada difusa, teledirigida.
Tú no puedes parar de reír... y ahora es él quien muerde tu oreja, y empieza a... uhh, te estremeces entera. Parece que se ha enfadado y va a hacértelas pagar. De pronto tu risa solo son suspiros y exclamaciones... ahogadas, digámoslo así.
Tu mano va hacia su nuca, sus rizos. Adoras esos rizos. Tu otra mano no puede resistirse a jugar con su espalda, y le notas pararse un momento a sentir tus caricias.
Sonríes.
Pero si tú has pasado a las manos, él no va a quedarse corto, comprendes, demasiado tarde.
Casi gritas, pero su boca llega a tiempo en un mordisco de socorro.
Parece que tus labios le hacen olvidar la pelea un rato, y giráis medio abrazados hasta quedar apoyados sobre ambos costados.
Aquello ya no puede llamarse cama, perdisteis las sábanas en algún momento de la pelea, y la almohada yace en el suelo, asombrosamente lejos.
Tu piel tiene frío, pero no eres capaz de sentirlo con sus enormes manos alcanzando tu espalda.
¿Por qué nunca te abraza fuerte, ni te lleva más cerca de él? La pregunta se filtra entre la confusión que es ahora toda tu mente.
Algo en ti responde alejándose de él. Te incorporas precipitadamente y esperas allí, apoyada en tus manos a que se te pase el mareo.
Sabes que te está mirando. Sabes que ni siquiera está confuso, porque todo es demasiado obvio para él, sabes que tampoco está sentado, casi puedes verlo apoyado en un codo clavado en el colchón.
Tú no vas a moverte, y tampoco es que puedas, algo se cierra en tu pecho alejándote del aire. Sollozas buscando oxígeno. Y no, él no se mueve.
Sabe que es algo que tienes que superar sola. Mientras te esfuerzas por respirar piensas, te gustaría que pudiera ignorar más todos esos pequeños matices y corriera a abrazarte.
Al final te calmas, suspiras de alivio y la cabeza se te cae sobre el hombro. Entonces una mano tira de tu brazo y te hace caer de espaldas. Pero allí ya hay una mano para atraerte hacia él, que te asfixia en un abrazo.
Esta vez eres tú la que se queda quieta, dejándose atrapar y solamente acariciando su piel desde tus brazos, por encima de sus hombros.
No te suelta, entiendes. Él tampoco quiere soltarte. Pero no es así como se debe vivir. Quiere que lo entiendas. Tienes que confiar en que él no va a evaporarse.
Niegas con la cabeza, no serás capaz. Te abraza más fuerte.
Sabes que ahora tendría que soltarte poco a poco, dejarte allí sola y marcharse cerrando la puerta con cuidado, pero sabes que no hará eso. Espantas el recuerdo de tu padre volviendo a sus brazos, que dicen que no van a soltarte.
De pronto entendéis algo a la vez y rueda sobre ti, te mira. Hay un eco de delirio en las dos miradas, que prenden como azufre incendiado.
Sus manos ya se han retirado de tu espalda, de golpe y sin que te des cuenta. Solo lo entiendes cuando las sientes en otro punto de tu cuerpo, abriéndose paso...
Has perdido la respiración otra vez, pero él solo ríe.
Tus brazos se lanzan a su cuello y aprietas su cabeza contra tu hombro, sientes unos labios desconcentrados, tiemblas sin nervios.
Algo acecha, algo se avecina, algo acosa la mente de los dos, encerrándoos en la pesadilla.
Gritas y nadie puede evitarlo, ella se siente crecer desde dentro, una corriente de emoción atraviesa su garganta y te dejas hacer, despacio, a tempo.
Cada sacudida te despierta una imagen mental, cada impulso te hace aferrarte más a su cuello, algo te dice que si lo sueltas vas a perderte en esa habitación.
La penumbra te arranca sombras, las sombras te estremecen, cada vez que te estremeces sus manos lo empeoran, se empeora y se trasciende, al trascenderse te asustas, ¿dónde estás tú?
Estás perdida y lo único que sientes es a...
a tempo, con furia, tu cabeza lo compara con un incendio.

Abres los ojos entre las lágrimas. No piensas quedarte a ver el despertar en la pesadilla.


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