domingo, 6 de diciembre de 2009

Corrubedo

Estaba sentado en una silla blanca, en el patio de luces doradas acariciando a su compañera con mimo, mohíno.. Como esperando algo, a alguien.
Como esperándome.
Me faltó aire, y me caí de angustia. Gemía y lloraba a partes iguales, mirándole allí, donde solía tumbarse ella, desde la puerta de la casa.
No podía acercarme a él. Me llamaban mis padres.
Para poner la guinda de horror, estaba el cuerpo de ella muerto y frío, en algún lugar de la rambla donde yo podía verlo.
Un sueño pastel, casi tan apetecible como yo misma vestida de fiesta.

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