martes, 8 de diciembre de 2009

Odio que se pierda lo que imagino mientras lo escribo.

- ¿Entonces vienes o no?

- ¡Me estás agobiando! Estaba riñéndote por ser tan insensible. ¿Por qué me lo preguntas ahora? ¿Es que quieres que no vaya? ¿Cómo…

- Sé que vendrás igual. Y si hablas tanto me estresas tú a mi. Me das dolor de cabeza. Ah, y.. no te dejes el bañador, pienso llevarte a la piscina.

- ¡No me..

- piiiii

- Cuelgues. Maldito egocéntrico creído, ¡aggg!- Arrojó el teléfono a la cama. Odiaba aquella manera suya de darle la vuelta a todo y ponerlo a su favor. No era capaz de pararse a escucharla.. ella tenía tanto que decirle. Con rabia, empezó a hacer la bolsa, era obvio que no iba a desmontar la coartada cuidadosamente planeada entre ambos para sus padres, ya era bastante que hubieran conseguido no levantar sospechas.

Fue al cajón de los calcetines y los bañadores y cogió varios pares de lunares (calcetines, claro, a ver quien se pone un biquini de lunares). Dudó. Ella no quería bañarse con él. Aun así, y temiendo que él pudiera buscarse otro bañador para sustituir al suyo “olvidado en casa”, cogió un biquini, a regañadientes. El negro, claro (porque, claro, a ver quien elige otro que no sea su favorito para ir a dormir y bañarse a casa de un chico al que, creemos, odia).

Gritó un adiós lo más alegre que pudo en la puerta y salió a la fría tarde (que más bien ya era noche.. porque claro, a ver quien espera que sea de día en Madrid a las siete de la tarde en pleno invierno) con la bolsa negra de vintage al hombro. Cogió el collar que no le había dado tiempo a ponerse en casa y se lo ató (sí, así tal cual, con un nudo) al cuello, sin ganas de buscar el cierre. Cuando sintió la luna decreciente en su pecho, fría y reconfortante, empezó a notar como la angustia se iba. Aquella luna era mágica, pensó (entendiendo mágica de manera retórica, claro). Tenía una cadencia tan perfecta y era de un metal tan frío que la hacía repasarla mentalmente con su lupa estética de excentricidad (algo así como unas gafas filosóficas, como aclaración para expatriados de mi mente) hasta que la perfección la calmaba.

El coche paró ante ella y sin pararse a comprobar quién lo conducía, subió y arrojó la bolsa al asiento.

- Buena chica.

- Cállate.

Él buscó su mirada en el retrovisor, pero ella no pensaba darle el placer de mirarla a los ojos. Atisbó la media sonrisa de él, aun así. Cuando el se concentró otra vez en el volante, mirarle conduciendo con su arrogancia y tranquilidad natural le pareció la manera más fácil de asumir que pasaría largas horas con él.

“Tonta, tonta, tonta.”

Sí, ya lo sabía, pero él tenía demasiada confianza, y ella, debilidad por su forma de ser. Mirarle era divertido, y jugar con él la hacía excitarse (eh, si entendemos eso de manera emocional, claro) y

- ¿A que callado soy guapísimo?

- Que te calles.

Él rió. Ella echaba chispas, literalmente (a ver.. entender que tenía un mechero, su compañero eterno, en la mano hiperactiva). ¿Ni contar su historia tranquila la dejaba?

El ruido del motor la adormeció, y se dejó ir sintiendo el cristal de la ventanilla vibrar con su cabeza.

- Eh, bella durmiente. A ver, no demasiado bella, no te creas, eh. ¿Te puedes despertar, por favor? Vaya, silencio igual a no. Yo lo intenté. Ya viste qué buenos modos y todo eso que tanto querrías que tuviera.

Continuado a sus palabras la sacó del coche en brazos y cerró la puerta dejándose caer contra el coche.

- ¡Ai!- El ruido y el temblor la despertaron.- Qué poca delicadeza.. - Refunfuñó intentando orientarse.- Bájame, no me gusta.

- A sus órdenes, bella durmiente. A ver..

- Te repites.- Le cortó, apretando la mandíbula enfadada. Cruzó los brazos delante del pecho y echó a andar hacia la casa, deseando llegar a la habitación de la hermana pequeña de su eterno enemigo. (Sí, seguía jugando con el mechero. Que no, no tenía miedo de que se acumulara gas y todo eso. Dos preguntas y basta por párrafo, que me olvido del argumento.)

- Oye, que por no ser tan guapa como yo callado no te tienes que acomplejar, ¿eh?- Dijo cuando se puso a su altura.- Qué rápido olvidas tu bolsa, bella bella durmiente.

- ¿Redundancias? Por favor.- Resopló ella, pero cogió la bolsa que él le tendía, sonriendo abiertamente.

- Ohhh.. Cinco minutos exactos para una sonrisa. Qué orgulloso estoy de mí.

- Me aburres con tanto orgullo.

- Es que soy genial.

- Tu genialidad incomprendida también me aburre.

- ¿Quién no comprende.. - Se escandalizó saliendo de su parsimonia hacia una exaltación elegante.

- Yo.

- LAIIIISZ!

- ¡Hola, Damn! Yo también te eché de menos, pequeña..- Rió.- Vale, vale, pero no me ahogues.

- Hermanito, ¡mira quién ha venido!

- Sí, Damn, te la traje yo.- El chico, ya en lo alto del porche, entró sin volver la cabeza y cerró la puerta con reveladora suavidad. La niña se quedó mirando hacia la casa, aun abrazada a una de las piernas de la joven.

- Vamos pequeña- Laisz la levantó de golpe, como hacía siempre que quería hacerla reír. Tuvo resultado.- Tu hermano está de mal humor porque le hice esperar mucho. ¡Ya verás cuando le ataquemos con almohadas como juega con nosotras!

Y fingiendo una sonrisa que se transformó en “de verdad” al entrar en la calidez de la luz del porche, timbró para entrar en su propia casa (su propia otra casa.. claro).

Saludaron a todos y se escabulleron lo más rápido que les dejaron por entre la luz hogareña de la casa escaleras arriba, por la penumbra. Era más divertida la luz real y artificial de arriba, con colores plásticos y chillones.

Menos una habitación, claro. Una de las habitaciones tenía las paredes pintadas de morado oscuro.. y solo tenía una cama siempre deshecha, cds desperdigados por todas partes y un amago de estantería destrozada por otro amago de artista incomprendido (entiéndase, ni siquiera artista incomprendido). Pero el juego de luces que creaba el color de la pared era tan genial, que a Laisz le daba igual la estantería.

Dejó a la niña en su habitación, que rodeada otra vez de rosa y verde, se puso a jugar sola contenta. Y atravesó el pasillo hacia una puerta entreabierta. La empujó.

- Ei.. - Deslizó una sonrisa al otro lado.

Él levantó la vista, sorprendido. Tenía los auriculares puestos y la mirada en el infinito. Parecía eterno (tan blanco) aunque no lo fuera, como el mechero siempre chispeante en la mano izquierda de la chica.

Él hizo un movimiento de cabeza y ella corrió a su regazo. La dejó acunarse con él en la vieja mecedora, agarrarse a su cuello y cerrar los ojos mientras él pensaba en su música, o en sabe dios qué (los pensamientos de este chico eran curiosos, os lo digo yo).

Ella levantó la mirada y él sonrió ante la conexión. Ella tenía que tener mucho cuidado con su mirada.. era translúcida y tenía las pupilas tan grandes.. el color de la fina línea que restaba era dorado. Un dorado que fluctuaba entre plata sonrojada y oro viejo.

Era una mirada metálica.

Él hubiera deseado besar los ojos de ella, pero recordó que tenía que conformarse con sus labios. Nunca los había besado.

Ella le miró, pero él ya no la miraba a ella, si no más allá, solo a su mirada. En un movimiento invisible una réflex capturó su mirada con un sonoro chknnn.

- Eres horrible.- Susurró ella.

Pero ni se apartó de él, ni se movió mientras él observaba serio la pantalla y tomaba otras fotos de sus ojos.

- He ahí mi genialidad. No te confundas, bella durmiente.- Se desembarazó de los brazos de ella y la dejó sola en el eco de la mecedora, poniéndose a trabajar con sus fotos en un pequeño portátil tirado en la cama deshecha (ya os dije que siempre lo estaba. ¿por qué tendría que ser ahora una excepción).

- Que a ti siempre te parezca que duermo no significa que sea verdad.

- Sí lo es. Siempre te duermes. Y yo te tengo que despertar. Y abrirte los ojos otra vez.

- Para poder sacarles más fotos. Cerrados no te sirven de nada.

- Qué mal me conoces.

Por toda respuesta ella cerró los ojos otra vez (aquella mirada cansaba mucho) y se quedó dormida en cuestión de segundos.

- ¡No! Vamos, Laisz.. mierda- Masculló arrastrándose fuera de entre las sábanas y dejándose caer al suelo al lado de la mecedora. Cogió un mechón del largo cabello de ella y lo observó de cerca. Oro viejo (viejísimo). Pero solo como reflejo del negro.

Él mediosonrió, satisfecho. Sacó unas tijeras del bolsillo y cortó limpiamente. Guardó las tijeras en el bolsillo, deslizó un dedo por la mejilla de ella.

Laisz entreabrió los ojos y del izquierdo salió una lágrima hacia el suelo, su cabeza siempre estaba inclinada.

- Tus ojos me están suplicando que no haga eso, porque no te gusta. Pero ¿por qué no me lo dices tú? - Con esa continuidad y constancia suave lo soltó todo. Se alejó de su cara. La joven se encogió sobre sí misma.

- Eres horrible.

- Y genial.- Apuntó él, como diciendo, no te olvides con una mirada de aviso.

- ¿Cómo voy a olvidarme? Me lo repites todo el rato.

- No soy capaz de hablar contigo sin desesperarme.

- ¿Para no desesperarte qué tendría que hacer?

- Dejar de mirarme así.

- Son mis ojos. No puedo evitarlos. - Dijo ella con furia contenida.

- No son tus ojos, es tu mirada.- Lo dijo así, como si nada.- Aprende a distinguir.- Y salió dando un portazo.

Eran habituales, y ella solo disfrutó del eco del sonido (el de la mecedora hacía rato que se había extinguido, dejando de acunarla) hasta que volvió a verle entrar por la puerta.

Fue como un golpe en plena cara. Se echó hacia atrás, como huyendo, pero la mecedora estaba en su espalda, y era rígida.

- Me voy a la piscina.

- Ya lo veo.- Dijo ella con un hilo de voz (y con pánico). Él llevaba puesto un bañador azul marino que, lejos de chocar con la perfecta combinación de su pelo azabache y piel blanquísima, le daba un toque de realismo (pero el “y naturalismo”, no).- Y tú vienes conmigo.

Él siguió preparándose con calma. Pero fingiendo prisa. Echaba miradas furtivas a la chica, todavía encogida en la mecedora.

- ¿Pretendes convertirte en adorno a tiempo parcial?

- No me haces gracia.

- Y tampoco lo intento. Venga, oh.. - Se decepcionó al verla ponerse en marcha y coger el bañador.- lo has traído.

Ella le devolvió una mueca y se metió en el baño de un portazo. En menos de treinta segundos estaba fuera, con una toalla anudada bajo los brazos.

- Y bien.- Dijo ella, exultante.- ¿Adonde vamos?

Él hizo una seña de “espera”. Terminó de hacer la seña, y antes de que le diera tiempo a relajarse ya le tenía al lado tirando de su mano hacia el baño de la habitación. Ella le miraba, desconcertada. Era como paralizar su cuerpo y dejar todo lo demás en movimiento, él se giró para echar el pestillo y echándose sobre ella (y sobre la puerta que estaba detrás) la besó en el cuello, despacio.

Ella levantó una mano que tocó el pecho de él, por todo signo de contrariedad.

- Eres muy poco convincente- Susurró él aun en su cuello.

Pero ella no podía moverse. ¿Pánico? No. Aun no lo sé, solo lo intuyo, dejarme pensar.

- Ange.

Él levantó la vista al oír su nombre. Sus narices casi se rozaban. Ella, con los ojos aun abiertos se deslizó por su cara y inclinándo su cabeza hacia abajo, atrapó los labios de él en un mordisco fiero.

- ¡Au!- Se quejó él.- ¿Qué haces?

- Intento ser más convincente.

Él rió, suave y relajado, por primera vez, de verdad.

- Pues lo haces fatal.

Pero se dejó besar otra vez con cuidado, como si temiera asustarle con sus caricias (después de tremendo mordisco, sí) o espantarle al cerrar los ojos.

Él se dejó convencer.. pero se hizo de rogar.

Ella tocaba con una mano su espalda, rodeándole desde lejos. Con la otra (sí, mechero en mano) tocaba el pecho de él como apoyo, le besaba entre miradas.

Pero de repente ella se cansó (tenía una habilidad especial para cansarse) y corrió hacia la ducha, abrió el chorro de golpe y se empapó con agua helada.

- Qué calor.. - Murmuraba.

Él la miraba con una sonrisa que se reía de ella. La empujó hacia dentro y entró tras ella, sin inmutarse ante el agua fría. Le sujetó la cara con las manos (recordemos que no le gustaba, pero nada) y ignorando la mirada de reproche la besó para hacerla callar. Las manos se escurrieron hacia atrás y desató el collar para engancharlo otra vez con una sola mano.

- Torpe.- Le escupió en la oreja.- Aunque una torpe realmente bella.

Laisz no se explicaba como podía decir aquellas cosas y que sonaran tan naturales.

- Con tal de que no me duerma haces lo que sea, ¿eh? - Le pinchó.

- La verdad es que sí. Cuando te duermes, me da miedo lo que te puedo llegar a hacer.

No me paralizas con esos ojos de metal, y estás callada sin desesperarme.

(Una mediasonrisa)

Así que.. no te duermas nunca más, ¿vale?

- Pienso dormirme en cuanto salga de aquí. - Rió ella, que nunca se turbaba ante nada.

- Es que es imposible que pases una hora sin dormir..

- Ya. Es que solo durmiendo soy libre. Puedo ver cosas.. sin mis ojos por el medio.

- ¿Es el momento de las confesiones?

- Si quieres llamarlo así. - Suspiró ella. Él rodeó el cuerpo de ella, palpándolo entero, sin reparos y sin que se le quebrara la voz un solo instante.

- Te quiero.

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