sábado, 27 de febrero de 2010

Cita en el límite de dimensiones, siete en punto.

- Ya estoy aquí. ¿Qué querías? - Avanza entrando en la parte luminosa del claro. Mira hacia el río, como si allí fuera encontrar la respuesta al misterio de aquel lugar. ¿Tan sólo mirando? Qué iluso.
- Estás aquí... - Esbozo mientras corro hacia él y me tiro a unos brazos que me rodean la cintura con mucha corrección. Sé que pone los ojos en blanco y que no sonríe.
- Tengo poco tiempo. - Urge.
- Ya, ya lo sé - Me siento fatal por haberle hecho venir hasta aquí.- Pero es que... me ahogo. - Levanto la vista a las alturas que son sus ojos. La bajo porque ese azul me recuerda al que me ahoga.
- Ah, ya. - Comprende. Ha estado aquí ya un par de veces y eso ayuda mucho a comprender.
- ¿Qué hago? Todo se va a desmoronar... ¿No lo entiendes? Todo se me r...
- NO digas esa palabra - Enfatiza.- Tienes que asumirlo de una vez- Me sujeta con los brazos por los hombros, casi me hace daño.
- Au...- Me quejo.
- No, Cobrin. Ya vale.- Me zarandea y se para, como temiendo haberme roto... ai, no. Perdón.- Voy a tener que marcharme ya...- Otra vez mirando hacia el río y el pequeño lago, ¿qué es lo que quiere encontrar allí? Me pica la curiosidad, más bien me enferma.
- ¿Quién te espera...? - Me atrevo a preguntar.
Solo me responde una mirada. Me voy un momento a una estación de trenes y dos extremos de un andén.
- Eh... - Me trae de vuelta. - Volveré. Sabes que siempre vuelvo.- Aparto la mirada, brusca, para que no vea lo triste que estoy.
- No. Ya no vuelves, nunca vuelves.- Lloro.
Es la clase de persona que te pone una mano en la cabeza si te ve llorar, pero aparte de eso también me rodea el cuello con la otra y me hunde en su pecho.
Huele a stradivarius mezclado con lavanda.
Me encojo allí un momento hasta que respiro otra vez con otra bocanada de ese olor y él afloja la presión. Sé que aún me siente sollozar, pero no me mira. ¿Por qué mira tanto al río?
Quiero preguntarle si es feliz, por qué tuvo que cumplir un año más, pero solo me sale un te quiero roto.
Él lo sabe y aprieta los labios. Se acerca despacio, mirando más allá de mí, detrás o en mi interior, no lo tengo muy claro. Como si tuviera miedo de asustarme, su mano vacila antes de atraer mi cuello hacia él y besarme la frente.
Lloro más.
"Pero vas a dejarme igual", pienso.
Él solo medio sonríe ante mi mirada impotente a través de las lágrimas.
Me abre los brazos pero yo le empujo con manos firmes. Me quedo así, apoyada en su pecho a distancia, y él baja los brazos sin entender.
Consigo sonreír y él asiente. Ahora se va, y quiero ese abrazo que rechacé, pero ya no puedo hacer nada. Va a cruzar su querido río. Pone un pie en él y se desvanece, volviendo a la dimensión que le pertenece.

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