sábado, 20 de febrero de 2010

Para él.

Para él bajar del escenario no era tocar tierra aliviado y relajarse por fin.
Para él enfrentarse allí encima a millones de personas no era vértigo y terror, para él... todo era al revés.
Adulto de niño y niño después, cuando tenía que ser adulto.
Y si el mundo quería esconderse entre la multitud y podía disfrutar un poco en escena, pero suspiraba de alivio al salir de ella, él solo deseaba saltar al escenario otra vez cuando bajaba, espantado del mundo real al poner tan solo un pie en él.
Para él aquello era felicidad.
Lo que era difícil no era cogerlo... era soltar el micrófono.
El agotamiento no era bailar, era el insomnio sin música para olvidarlo.
La serenidad no era la hora de la cena. Era emocionarse cantando y llorar arropado por el amor de miles de personas.
Y supongo que llorar tampoco sería sentirse desfallecer en cama de madrugada. Supongo que sería disfrazarse de su música y confundirse con su baile... solo el instante necesario para echarlo de menos desesperadamente después.
¿Necesitar algo sería necesitar dormir?
Amar algo. Sería bailar. El acto, me refiero.
Si ahora pudieras pedir un deseo, ¿no pedirías sentirte como él se sentía al bailar?
No, claro que no. Elegirías traerlo de vuelta.
Porque duele demasiado escuchar sus letras y identificarlas con él.
Porque... porque, dios, te mueres por darle un abrazo.
No por que te abrace. No, no. Por abrazarle y hacerle sentir lo que tú sientes cuando piensas en él, por llegarle como él te llega a ti.
Yo podría vivir encima de un escenario, decía él.
Ojalá hubiera podido morir despierto. Morir bailando. Morir cantando... morir delante de un público enfebrecido, morir en brazos del arte que lo había salvado de morir de tristeza, supongo.
Morir con lo que amas.
¿No es eso lo que elegiría cualquiera?
Odio pensar que él se fue a dormir... sin saber siquiera que ya no iba a despertar más.
Odio pensar que nadie lo zarandeará jamás para levantarlo, odio pensar. Odio pensar que no sabe que está muerto.
Y nadie puede decírselo.
Nadie puede pedirle que vuelva, que morir de niño no está bien, que aún tiene mucho que crecer. Porque... ¿no os acordáis?
Niño de adulto, porque adulto ya tuvo que ser de niño.
Y así fue su muerte. Tan horrible como la muerte del rey de la casa.
El más pequeño. El consentido por todos. El más querido.
El más encerrado en su mundo... Solo podía vernos como por un cristal. El cristal de la música.
... Como la muerte de un niño, así fue la suya.



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