lunes, 4 de enero de 2010

A él le preguntaría

si esa odiosa mesa de comida eterna no estuviera siempre en medio reinando en la reunión familiar, si quiere ser mi amigo.
Sospecho que lo desarmaría, pero después le preguntaría si se acuerda de lo genial que fue aquella noche hasta las seis de la mañana hablando de su vida, de nuestra vida, confiando.
En aquel tiempo en el que ser primos no era solo un título que nos daba entrada a la condenada mesa de año en año, si no que en vez de "ser primos", lo éramos de verdad.
Me acuerdo de cómo me fascinaba, ya entonces. Y ni siquiera un número de teléfono, ni la confianza de preguntar qué tal y responder mal... muy mal.
A lo mejor el año que viene entiendo por qué era tan importante dejarle marchar.
A lo mejor.

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