viernes, 8 de enero de 2010

Recuerdos.

Por fin un título de verdad.
Ahora ya no tengo miedo de empaparme en el pasado, de rememorar las sensaciones de otras épocas. Es porque ahora, mi miedo es a olvidarlas.
Y para no perderlas, lo único que puedo hacer es mantenerlas cerca, vigiladas.
Como aquel rato en el parque con ella enfrente del colegio más horrible del mundo.
O aquella cafetería con cacaolat templado. "Templado", más bien.
O el paseo más genial del universo, lloviendo y sin paraguas. Vale, sí, odiando una mano y deseando otra. Otras, a lo mejor.
O... o el sopor de después de comer en una de mis casas favoritas, un abrazo y una canción. Redescubierta, porque nunca la había visto. Rarísimo, ¿verdad?
O... una invitación a cenar rechazada. Y sí, xDDD, odiarme después por ello. O, o, o la voz más sugerente que puedes escuchar a través de un aparato al timbrar en un portal.
O un rato eterno en una librería genial. De las de historia. No que tenga libros de historia, ¿eh? Bueno, a lo mejor también tenía, era tan grande.
O una entrada perdida, pero espero que no olvidada. Y a la vez sí olvidada. No sé.
O una conversación en autobús sobre bares temáticos y un abrazo de verdad, en medio del viento. ¿Qué pasa? El viento también es mío, no solo suyo.
O un paraguas verde con mucha historia. O, a ver... evitar no despedirse de alguien por segunda vez consecutiva, uf. Menos mal.
Esos solo para empezar. Porque luego están algunos que a lo mejor ya olvidé... por eso me encanta hablar de aquella semana santa. Porque no quiero olvidar nada, ni lo divertido ni lo horrible, ni una conversación. Ni un medio beso, (me falta otro medio), ni una discusión disfrazada. Ni siquiera cómo de loca estaba entonces. Cada vez que lo pienso me horrorizo más, ¡cómo podía tener tan poco tacto! Claro, no estabas tú. Solo estaba la tonta de Layla, uf.
Juro que no la vuelvo a dejar sola, ¿eh? (otra mentira) Es que a ver, cómo se puede ser tan tonta como para qué, encima que le digo esto, ¿me abrace una pierna riéndose superfeliz?
Tampoco me voy a olvidar nunca de cómo se evaporó el sueño aquella noche, cómo parecía que la habitación estaba insonorizada solo para nosotras, cómo por más que hablábamos y reíamos la casa parecía atrapada en una imposible calma. Cómo renació la ilusión otra vez.
¡Y en otra casa también, noches antes! Pero yo sí tenía sueño... vaya, vaya.
Creo que lo querido y lo excitante no siempre coincide. Qué mal, ¿no? (a ver si lo utilicé bien, y parece como que creo que mal y bien existen).
Creo que él, aunque de repente me volviera loca y empezara a hablar de cosas sin sentido, aunque fuera borde y horrible, solo se reiría. Sería genial. Pero, vamos, no quiero que pase eso, ¿eh?
Hay miles de personas con las que encajaría mil veces mejor (es decir, con las que encajaría mil veces peor, porque estamos hablando de choques... bah, ¿veis?, bien y mal solo enturbian las ideas).
Y, se fue la chispa, así que mejor dejamos solo lo chispeante.
Aunque aun chispea muchísimo aquella cena en que la conversación saltaba en zigzag como si tuviese botas de siete leguas, o las miradas que demostraban que la distancia, si se quiere de verdad, da igual.
Y por eso creo que no tiene derecho a decirme eso. Porque yo lo demostré, cuando lo creía. Y él... ni siquiera entonces.
Ja.

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