domingo, 3 de enero de 2010

Soñando con la ciudad de los ángeles.

Dolor de estómago. Ansiedad. Nada agradable, como si te estuvieran retorciendo por dentro. Cobijada en aquel soportal, recuerdo que llovía, o eso me parecía a mí por entre las lágrimas que no se acababan. Con la cabeza enterrada en las rodillas dejaba que mi furia, que mi pena se vaciase con sacudidas violentas que amenazaban con romperme, o tirarme. Pero no eran fuertes, solo intensas. Sé que no lo entendéis, pero… Es decir, da igual.

Yo lloraba, ajena al mundo, pero este no parecía querer dejarme intimidad, porque por más que me hundía en mí misma aquella calle no desaparecía, ni los muros de aquel centro cuya fachada me amparaba. Y porque además, sucedió lo inimaginable. Algo me rozó la pierna. No, no es eso, lo tan inimaginable.

Me incorporé grácil, dando un respingo, a tiempo para cruzar la mirada con un fantasma.

Creo que supo quién era yo por mi cara de horror, pero, por si no lo había adivinado él solito, con su mente privilegiada y esas cosas, susurré su nombre en un sollozo contenido. Le llevó un par de segundos atar cabos (y caras), pero varias voces bromeando y riendo, llamándole, rompieron nuestra mirada de apasionado horror.

- Aun estás a tiempo de levantarte y olvidar esto- Articulé con voz frágil. Algo en mi mirada debió impactar en la suya, porque ladeó la cabeza de repente y puso los ojos en blanco. Tras una mirada impasible, me puso una mano en la cabeza y se levantó, alejándose a paso ligero hacia su grupo, que le dijo algo así como que no podía ayudar siempre a todos y que llegaban tarde. Oí pasos alejarse y me escurrí por la pared, enjaulando mi cara entre los brazos.

Era sencillamente genial, el día ya no podía ser mejor, y, por supuesto, era ironía. Por si no era suficiente el alfiler que no me dejaba respirar en el pulmón, aquella broma del destino acababa de hundirme una daga en el estómago… ni siquiera quise pensar en la historia que había hecho pasar a aquel chico, ni en qué debería haber visto en mi cara llorosa o, oh, no, qué debía haber pensado al verme allí tirada.

Nada importaba, supuse. “Solo quiero dormir…” Lo había susurrado sin darme cuenta.

- Pues duerme.- Me paralizó una voz que tiró de mí hacia su hombro, y me rodeó con un brazo. Le miré otra vez, sentado a mi lado, sin atreverme a descansar sobre su pecho.

- No te voy a morder.- Sonrió, ladino.

Para ser fiel a mi memoria, me abracé a aquel torso como si fuera a evaporarse en cualquier instante y, no sé si de dolor o de alegría, rompí a llorar de nuevo.

Él me acunaba y me acariciaba el pelo torpemente, para convencerme de que aun estaba allí, supongo, y no era un espejismo. Mientras yo intentaba parar de llorar para preguntarle por qué demonios era tan bueno y qué hacía allí, abrazándome precisamente a mí. Pero cada vez que intentaba recomponerme él me apretaba la cabeza contra su pecho y hacía “shhhh” en mi oído, haciéndome llorar más y, vale, estremecer.

Aunque intentaba controlar mis sollozos desenfrenados, aquel olor había hecho magia y por dentro ya podía pensar, y me sonreía cada vez que sentía su pelo rozar mi cuello cuando, supongo, giraba la cabeza. No sé cuántas horas pasaron, o si fueron tres minutos, pero entre palmaditas en la espalda y bocanadas de aire impregnadas de olor a stradivarius mezclado con lavanda me calmé (y dejó de llover). Un sol suave y cálido ambientaba el momento y, sí, ya, le arrancaba brillos dorados a su pelo, pensaba con rabia mientras algo en mi cabeza decía que aquel personaje acabaría por volverme loca.

Recelosa de soltarle abandoné su pecho y apoyé la cabeza en su hombro, despacio.

Pero no me dejó, se movió para mirarme. Aquella mirada del azul más azul que había visto nunca era una clara pregunta.

-Yo, sentía.. a ver, yo tenía dos amigos, ¿vale? No, mira, da igual, tú conoces a… - No conseguía empezar. ¿Porque no podía o porque no quería? No lo tenía claro. Sonaba horrible de todas formas.

-No tienes que darme explicaciones.

-Pero es que..- Se me escapó. Me paré a tiempo, ¿en qué estaba pensando? Sonrió de medio lado, invitándome a seguir.- .. tus ojos decían que sí.- Murmuré perdida en algún punto de su cuello.

Sobra decir que rió, sin dejar de mirarme. Yo también le miré, divertida por aquella risa tan sincera. La verdad es que más bien nos miramos largo rato, como yo siempre había querido hacer, explorando todo lo que nunca habíamos podido buscar en los ojos del otro. No sé cómo, pero no se me escapaba la sonrisa y permanecí seria, solo esbozando medias sonrisas de vez en cuando… tranquila, relajada, serena, a gusto.

De pronto sonreí de verdad, al invadirme un sentimiento de sencilla felicidad, y me acerqué a su cuerpo rodeándole el cuello con los brazos en un abrazo improvisado en que nuestras mejillas se rozaron. Era increíble, pero él también estrechó mi cintura con los brazos, y rió contra mi cuello, arrastrándome a su regazo.

Me quedé helada al recordar un despertar del año anterior, antes de que todo empezase, recordando un abrazo como aquel.

- ¿Qué pasa? - Preguntó.

- Dímelo tú. - Fue lo único que pude responder.

- Gracias. - Le abracé más fuerte.

- No me malinterpretes pero… te quiero mucho.

- Malinterprétame si quieres, pero yo te quiero desde hace tiempo.

- Creo que hasta llegué a tenerle pánico a tu cara.

- Yo oía tu nombre en todas partes.

- Puede que eso no fueran imaginaciones - Reí.

- No sé quien te hizo llorar así, pero le debo una. No, dos. Una y un puñetazo.

No podía parar de reír.

- Entonces, ¿amigos?

- Con una condición.

- ¿Sí? - Le sonreí a su cuello.

- Vas a tener que explicármelo todo, desde el principio. Porque yo hace tiempo que me perdí.

- Hecho.- Firmé con un beso en la mejilla y una mirada que descubría donde estaba el hielo de aquellos ojos… no estaba. Y en la sonrisa que intercambiamos después, yo solo pensaba que, mientras existiesen abrazos como aquellos, ¿quién necesitaba forzarse a amar?

No hay comentarios:

Publicar un comentario